—No iré a ninguna parte —Le aseguró.

—¿Eso es lo que quieres?

—Alguien robó tus ojos, ¿verdad?

La conversación aún daba vueltas en mi cabeza cuando me senté, percibiendo que el collar quemaba sobre mis clavículas. No podía ver gran cosa debido a las sombras, pero noté el momento exacto en que Jake se tensaba al escuchar la pregunta de Adriel.

—Los juegos mentales son su especialidad —admitió, ladeando la cabeza—. ¿Quieres jugar con nosotros?

—¿Qué obtendré a cambio?

—Cuando pierdas, podrás presenciar su muerte.

El pelinegro me miró, señalando sutilmente la puerta de emergencia. El mensaje era claro. La conversación había terminado.

—¿Recuerdas qué fue lo que te dije aquella vez, en el parque?

"Tienes que correr".

—Mierda —susurré. Tenía la esperanza de no desmayarme en el proceso... como la última vez.

Asentí, dubitativa y retiré las correas de la mochila de mis hombros. Era un peso muerto que solo me retrasaría. El aire se atascó en mi garganta, pero en cuanto vi que sus labios se movían nuevamente, me levanté a duras penas y empecé a correr.

No miré hacia atrás hasta que alcancé la puerta entreabierta. Me deslicé por el pequeño resquicio, golpeándome el hombro izquierdo con el metal. Apenas logré llegar al otro lado, sentí que alguien tiraba de la manga de mi camiseta, provocando que trastrabillara. Volví el rostro y la muchacha estiró su brazo, hasta rozar mis clavículas con la punta de sus dedos.

Percibí un arañazo, seguido de un tirón en la parte posterior de mi cuello. La piel me ardió de forma insoportable, como si me hubieran tocado con metal al rojo vivo. Mientras caía, oí un chasquido y lo siguiente que supe, fue que Adriel la había empujado para alejarle de mí.

Me desplomé sin elegancia contra el pavimento que conducía a las canchas deportivas y mi cabeza se llevó la peor parte ahora que no tenía una mochila que amortiguara el golpe. El ramalazo de dolor me hizo apretar los párpados con fuerza. Un par de gotas de lluvia resbalaron por mi rostro y la humedad del asfalto provocó que tiritara.

Con esfuerzo, giré sobre mí misma y me puse de pie, temblando. No sabía si era el miedo o el frío, pero tuve que apretar los dientes para detener el castañeo y sostener mi cabeza en un intento de calmar el dolor. Del otro lado de la puerta se escuchaban gritos estridentes y golpes secos que no hacían más que incrementar mi preocupación.

Sabía que tenía que correr, pero la idea de dejarle... No pude moverme. Me quedé allí hasta que la puerta chirrió y una sombra traspasó el umbral.

El alivio fue inmediato al verle, pero se diluyó rápidamente cuando caí en la cuenta. Si ella era capaz de adoptar cualquier apariencia, ¿qué garantía tenía yo de que la visión del muchacho era real y no una trampa retorcida?

—¿No te pedí que corrieras?

—Seguir órdenes no es mi fuerte —confesé, tragando saliva con dificultad—. ¿Realmente eres tú?

No vi señales de heridas o cardenales en su rostro, tan solo unos mechones desordenados por la pelea. Mientras se acercaba, una sonrisa ligera se arrastró por sus labios. Supuse que intentaba tranquilizarme porque aún continuaba temblando de forma incontrolable y la llovizna no me ayudó a mantener el frío a raya.

—Está todo bien, ¿de acuerdo?

Sacudí la cabeza.

—Dime algo que yo te haya dicho solo a ti.

El Portador de la Muerte | Libro 1 EN EDICIÓNWhere stories live. Discover now