III

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— ¡Liam! ¡Liam! ¡Liam! —la voz chillona de su prima pequeña consiguió que por pocas cayese de la cama y se golpease con el duro suelo. La niña de rizos rubios saltaba con energía sobre el colchón mientras gritaba su nombre.

Liam casi gruñe cuando la revoltosa chiquilla le quita las mantas de encima y lo deja destapado. Su cabeza duele demasiado y los gritos de Candy no le ayudaban para nada. No quería moverse de la cama, tampoco tenía ganas de saludar a sus tíos y la niña no se quedó quieta hasta que Liam abrió los ojos y se desperezó.

— ¡Ugh, qué feo te ves así! —rió la niña de rulos.

— Yo también te quiero, Candy —musitó frotándose los ojos con pereza. Un fuerte pinchazo atravesó su cabeza y un gemido de dolor se escapó de su boca.

— ¿Te duele el cerebro, Leeyum? —la niña preguntó inocentemente. Llevó sus pequeñas manos a la cabeza de su primo y acarició con descuido sus pelos despeinados y con nudos— ¡Tía, Tía! ¡A Leeyum le duele el cerebro!

— Oh, Dios. Candy, no grites —se quejó Liam.

Segundos después, su tía Alice entra a la habitación de Liam, con una amplia sonrisa y su típica coleta rubia perfectamente hecha. La mujer gritó eufórica y tiró de las mejillas de su sobrino como si fuese un niño pequeño.

Liam deseaba desaparecer con todas sus fuerzas. Su cabeza le dolía como el infierno y su tía Alice era una mujer demasiado charlatana y cariñosa.

— Buenos días, pequeñín —saludó la mujer— ¡Cómo has crecido!

— Tía, sólo han pasado tres semanas desde la última vez que nos vimos. No creo que haya tanta diferencia —contestó un malhumorado Liam. Y es que el dolor de su cabeza era tan insoportable que era incapaz de contestar bien a alguien cuando su cabeza estaba a punto de explotar.

— Para mí es una eternidad, cariño —sonrió.

  El día se había pasado demasiado rápido para Liam. Sus padres y él comieron tranquilamente con sus tíos y su prima. Después ellos se fueron y su padre recibió una llamada, por lo que él y su madre se fueron a una cena por trabajo, dejándolo solo una vez más. Lo único bueno que le ocurrió en el día era que Zayn acudió para quedarse con él hasta que sus padres volvieran.

A veces se cansaba de la soledad en la que vivía. Sus padres apenas lo hacían caso y todos sus amigos no eran algo que a Liam le importase realmente. Todos eran iguales, gente sin personalidad que cantidad de veces había querido apartar de su vida y que por motivos se lo impidieron. Uno de ellos eran sus padres. Ellos jamás permitieron que Liam se juntara con nadie de la escuela pública y el hecho de que el castaño fuera gay tampoco les agradó, como buenos católicos que eran, pero aprendieron a convivir con ello.

No le hizo falta confesarle a sus padres sobre su sexualidad, ellos ya lo notaron cuando su hijo comenzó a encapricharse por las barbies y los tutús rosas. Fue un golpe duro para su padre, pero su esposa insistió en dejarlo pasar ya que no estaba dispuesta a perder a su único hijo, y menos conseguir que los odiase.

Liam llegó a sentirse muy mal consigo mismo, por el simple hecho de que su padre podría odiarlo por como era, y todavía piensa que ese es el único motivo por el cual jamás lo llevan con ellos a ningún lado. Podía asegurar que Geoff, su padre, se avergonzaba de él. Pero tampoco estaba dispuesto a cambiar.

Muchas veces llegó a pensar que era adoptado, que sus padres no eran realmente sus padres. Y aunque su madre no tuviera ningún parecido con él, sí que había heredado rasgos de su padre. Las cejas anchas y los ojos avellana, por ejemplo.

Ahora más que nunca había empezado a odiar su vida. Ya no quería ser un niño consentido. Él quería ser como Zayn, hacer las cosas que los amigos del moreno hacían. Ser libre y que nadie lo juzgara  por su manera de vestir y de actuar. Eso era lo que más anhelaba. Ser un chico normal y tener gente normal a su alrededor, que pasara tiempo con él e hiciese de su vida algo más interesante.

Barbie girl »ziam Where stories live. Discover now