VI

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Mi corazón estaba ligeramente acelerado y necesitaba distraer la atención en cualquier cosa, empecé a preguntarle cuál fue su primera escultura, qué clase de arte prefiere y muchas cosas que hicieron que el reloj andara más rápido de lo normal.

No sé en qué momento oscureció, pero al ver la hora, noté que no era lo tarde, era que el cielo se había cubierto de espesas nubes negras y de un segundo a otro, empezaron a caer gruesas gotas que resonaban en el pequeño techo descubierto del estudio.

—Ugg, espero que deje de llover pronto —dije—. No quiero atrapar un catarro.

—Puedes quedarte hasta que cese —ofreció con una sonrisa.

Salimos del estudio de nuevo hacia su habitación, me dijo que me pusiera cómoda y  me senté en su cama. Él se dirigió a su librero y tanteando uno lo sacó, en el lomo estaban los puntitos de Braille que indicaban qué libro era, se acercó a la cama con lentitud.

—¿Te gusta la poesía?

—No he leído mucha poesía en mi vida —confesé—. Soy más de novelas.

—Bueno, este libro talvez cambie tu opinión —objetó levantando el libro—. Es una recopilación de muchos poemas.

—¿Te gusta mucho? —esbocé una sonrisa tan soñadora que de saber que me veía, me habría sonrojado.

—Mucho —repuso entusiasmado—. Hay escritores que tienen el poder de trasmitir emociones con un par de palabras; capturan toda la esencia de la vida o del amor o de lo que sea y lo plasman en páginas que logran que me sienta como si estuviera viviendo lo que describen. Me hacen desear, soñar y conocer muchas cosas que la gente ignora por la superficialidad... ¿Te molesta si te leo uno de mis favoritos? —preguntó.

¿Que si me molestaba? ¡Dios! Eso me encantaba, un chico que me lea y además poemas, suspiré y rogué al cielo que él no lo hubiera notado.

—Para nada.

Abrió el libro en una página que estaba doblada en una de las puntas, aclaró su garganta y puso sus dedos sobre el comienzo de la hoja, empezó a desplazarlos sobre cada punto y a emitir palabras, yo lo miraba como quien ve a un diamante brillante y valioso...

Sueña el rico en su riqueza, 
que más cuidados le ofrece; 
sueña el pobre que padece 
su miseria y su pobreza; 
sueña el que a medrar empieza, 
sueña el que afana y pretende, 
sueña el que agravia y ofende, 
y en el mundo, en conclusión, 
todos sueñan lo que son, 
aunque ninguno lo entiende.

Yo sueño que estoy aquí 
destas prisiones cargado, 
y soñé que en otro estado 
más lisonjero me vi. 
¿Qué es la vida? Un frenesí. 
¿Qué es la vida? Una ilusión, 
una sombra, una ficción, 
y el mayor bien es pequeño: 
que toda la vida es sueño, 
y los sueños, sueños son.

—Es un poema de Pedro Calderón de la Barca —explicó después de terminar—. ¿Ves a lo que me refiero? Retrata la vida como un sueño, como algo que creamos nosotros mismos, nuestra realidad depende de la perspectiva con que la veamos; se puede ser lo que sea con solo desearlo...

—Te define muy bien —opiné—. Tú percibes la vida diferente, más fácil y menos... superficial.

—Eso intento —concluyó con una sonrisa.

Cerró el libro y no dijo más, yo no podía despegar mi vista de su rostro; desprendía ternura, calidez, cariño...

—Ya te he dicho que puedo sentir cuando me miran fijamente —acusó. Me giré ipsofacto con la cara colorada.

—Disculpa...

—No —interrumpió—. No te disculpo. Tu me viste, ahora debes dejar que te vea.

Levantó sus manos y las inclinó hacia adelante, resoplé y me acerqué, tomé sus manos y un corrientazo se extendió desde esa unión pasando por mi estómago y llegando al corazón; las guié hasta mi cara, y una vez que se hizo el contacto, bajé mis manos. Cerré los ojos igual que la primera vez y respiré hondo, sus dedos se desplazaban por cada centímetro de mi piel provocándome un cosquilleo placentero.
Me atreví a abrir los ojos un momento y su sonrisa ladeada me quitó el aliento, tenía los ojos cerrados y esa expresión de satisfacción en la cara.

—Te sonrojaste de nuevo —observó y cerré mis ojos de nuevo—. Me gusta, ese cambio de temperatura es... lindo.

—No lo es —susurré—. Es vergonzoso.

—Tu lo has dicho, yo veo las cosas de distinta manera —objetó—. Y esto es definitivamente tierno.

Sonreí ampliamente y él hizo lo mismo. Tenía una manera especial de desordenar mis ideas y mi cordura. No era como con cualquier chico; en él todo era sinceridad.

Bajó sus manos y se recostó en la cama, dejando sus piernas colgando de un costado desde las rodillas; hice lo mismo y me acosté a su lado, mi mirada estaba fija en el techo y un silencio cómodo se hizo sobre nosotros; solo le oía la lluvia golpear el ventanal.
Pasados unos minutos, llamaron a la puerta.

—Pase —dijo Andrew sin levantarse, yo sí lo hice, su mamá entró.

—Ashley, cariño —se dirigió a mí—. Son más de las ocho y el aguacero parece que no va a parar —miré mi reloj y comprobé que sí era tan tarde. ¡El tiempo se fue volando!—. ¿Quieres pasar acá la noche? —parpadeé varias veces sin quitar la vista de la señora.

—Emm... no sé...

—Llama a tu madre —sugirió Andrew sin levantarse aún.

La señora Keyla me tendió el teléfono y marqué el número de mamá

Ashley, ¿donde estás? —contestó preocupada.

—Sigo en casa de Andrew, mamá —respondí nerviosa por la miraba de la señora Keyla—. Su mamá dice que si me puedo quedar esta noche, está lloviendo muy fuerte.

Silencio. Luego de una larga pausa, contestó:

¿Son de fiar? —me incomodé con la pregunta y miré a la señora que me sonreía sin escuchar sus preguntas.

—Sí, ma —susurré sabiendo que igual y me iban a oír.

Quiero hablar con ella —solté un suspiro resignado y alejé el teléfono de mi oído.
La señora Keyla lo recibió y salió al pasillo a hablar.

—¿Tu mamá siempre es tan desconfiada? —preguntó Andrew sentándose en la cama.

—¿La oíste? —un quejido salió de mis labios—. Perdón, ellos pueden ser un poco...

—Normales —interrumpió—. No me conocen, ni a mamá, sería extraño que solo dijera que sí sin saber más.

Antes de contestar, la señora Keyla entró en la habitación.

—Puedes quedarte, linda —sonrió—. Te alistaré una habitación.

—El sofá está bien —comenté.

—O puede quedarse conmigo —intervino Andrew recostándose de nuevo en su cama.

Su mamá achicó los ojos y luego sonrió.

—Que ella decida entonces.

A través de tu alma© •|TERMINADA|•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora