La Cámara Real

105 10 5
                                    

 La reina Eleanor sube al trono mientras todos se sientan en sus respectivas sillas. La sala real de reuniones está dividida en cuatro estamentos. Al principio se sientan los novatos, soldados que han empezado su entrenamiento hace poco. Generalmente la edad es quince hacia abajo. En el segundo lugar estamos sentados nosotros. Los mayores, los que terminaremos nuestro entrenamiento este año. Como penúltimo lugar, están los adultos y los soldados ya graduados. Al final de la sala, están los ancianos.

El país está divido en dos partes desde hace ya más de doscientos años. Los conservadores, que creen fielmente en la idea de un mundo gobernado por ellos mismos y por la reina, y los progresistas, pensadores que van más allá pensando que la vida no es sólo luchar y entrenar, sino investigar y crear.

Nuestra adorada y venerada reina se sienta en su trono de lazos rojos y cintas doradas y empieza a dar una conferencia que había sido programada desde hacía ya semanas.

-Queridos míos, hoy es un día remarcable. No ha ocurrido nada diferente a ayer, y eso debemos celebrarlo. Nuestro país crece y nosotros con él. Por eso debemos luchar contra los progresistas, ignorantes que no conocen la verdad. La fuerza está en el equipo, en la progresión. La lucha, el entrenamiento y el esfuerzo hace de este mundo un lugar mejor, y por eso estoy orgullosa de vosotros. Me gustaría dar un reconocimiento especial a la nueva generación de soldados, aquellos que luchan cada día por conseguir superar las pruebas para obtener su graduación. Destacar que a partir de esta semana empezarán las pruebas extraordinarias que dictaran si son dignos de servir a este país, o ineptos que deberán irse a las afueras a conseguir un lugar donde vivir y comer.

Las palabras de esta mujer siempre me han revolucionado. El asco con el que habla, el desprecio, la frialdad. Nos trata como si sólo fuéramos máquinas de matar, como si no sintiéramos.

La triste realidad se cierne sobre nosotros, las pruebas finales para convertirnos en militares comenzarán la próxima semana. No soy yo el motivo de mi inquietud, bien sabido es que soy la mejor de mi generación. La lucha, el cuerpo a cuerpo... soy la invencible, la masacradora... pero mi preocupación va más allá de mí misma. Personas como Tommy, David, Connor... no lograrán superar las pruebas. Su destino está escrito. Se puede ver en sus caras el miedo, la perdición... una vez pasado el período de graduación deberán abandonar la capital, a su familia... pero no es como si a ellos les importara. La vergüenza del rechazo de un hijo es mucho más doloroso que no volverle a ver jamás.

-Como ya sabéis, necesitamos armarnos de fuerza para acabar de una vez por todas con los progresistas. Porque no son buenos, son peligrosos. Cada día que se crea un progresista, aparece una grieta en los pilares de nuestro sistema. Y por eso... quería compartir con vosotros a nuestro último descubrimiento...

La reina hace un movimiento de manos, que seguido de una sencilla orden hace aparecer a dos grandes hombres, vestidos de negros como todos los militares, con un rehén ensangrentado agarrado por los hombros.

La cara del preso está amoratada a causa de los varios golpes que ha recibido. Los guardias lo dejan caer de mala manera, agravando sus lesiones con un fuerte golpe en el suelo. El hombre torturado tendrá mi edad, unos diecisiete años. Si me aventurara diría que incluso he luchado contra él alguna que otra vez, en entrenamientos... este chico, Salvatore, iba a graduarse conmigo este años. Pero es progresista, y esto es lo que les ocurre a los progresistas en nuestra sociedad. Son cazados, torturados y asesinados.

Resisto a mi cuerpo a expresar una mueca de asco, de horror. Los demás espectadores miran entusiasmados, con morbosidad.

-Este muchacho, fue ayer acusado de progresismo, y él mismo ha confesado participar en el movimiento. Llegado a este punto tiene dos opciones. Como bien sabéis, puede retractarse y cumplir un castigo ejemplar para luego ser desterrado, o bien ser asesinado por traición a la corona. ¿Qué dices muchacho?

Toda la atención cargada de tensión se dirige hacia Salvatore, mi antiguo compañero. El muchacho levanta a duras penas la cabeza del suelo, y observa a sus padres, sentados en el público. Su mirada ve cómo están impasibles, como si no les importara, y es que su primogénito ha cometido el mayor de los delitos. La traición. En sus ojos se observa la determinación, la convicción.

-Muerte... a... la... reina... -pronuncia Salvatore justo antes de recibir una patada en el costado que lo deja inconsciente.

-Vemos que ya ha elegido. Ahora procederemos a su castigo...

Pero no escucho más las palabras de la reina, pues me levanto de la última fila de asientos y me encamino hacia la salida. Lo conocía, había hablado con él... era una persona que creía algo diferente a los demás. Y eso fue su verdugo.

La indignación corre a través de mis venas. ¿Cómo es posible que un sistema que dice ser nuestro protector sea capaz de ejecutarnos por pensar diferente? No le quedaba otra opción. Habría muerto desterrado y repudiado por su familia aunque hubiera aceptado el castigo.

-¡Emily! ¡Emily! -me llama una voz familiar- detente, por favor.

Me detengo inmediatamente al reconocer a Amy, mi mejor amiga, mi compañera. Vendrá a reclamarme una explicación de mi huida, aunque ya sabe los motivos pues ella comparte mi forma de pensar.

-Amy, no podía estar ahí ni un segundo más -digo a modo de justificación.

Mi amiga me agarra fuertemente del brazo hasta el punto de casi hacerme daño. Me lleva hacia una esquina y me empuja contra la pared. Está enfadada.

-¿¡Cómo se te ocurre largarte así de la sala?! ¡Te podrían haber visto! -replica en un grito silencioso.

-No podía más, Amy. Yo conocía a Salvatore, había entrenado con él.

Me suelto el brazo con un fuerte tirón que probablemente dejará una marca. Amy se distancia, afligida por la verdad de mis palabras. Agacha su cabeza y el corto pelo rubio le cae por los lados de su cuello.

-Él no tenía otra opción y lo sabes, Emily. Desde que decidió unirse al progresismo, sabía que su destino era la muerte.

-Pero no es justo -casi grito.

-Haz el favor de bajar la voz, nos van a escuchar y vamos a correr la misma suerte que él -regaña Amy con los dientes apretados en señal de rabia.

-No puedo Amy, estoy harta.

-Necesitas entrenar, olvidarte de tus problemas y de tus pensamientos.

-No, Amy. Lo que necesito es... no se ni lo que necesito. ¿Es que no te das cuenta de que el problema no es mío sino del estado?

-Emily, eres la mejor luchadora de la generación. La líder del grupo, pero eres una ciudadana normal y corriente a la que no dudarán en juzgar al momento en el que oigan palabras como las que dices. No quiero que corras la misma suerte que Salvatore... porque tú eres mi única amiga. Así que si tienes que entrenar hasta desmayarte para desahogarte, hazlo, porque es tu única liberación.

Y me quedo callada. Porque sé que tiene toda la razón del mundo.

La Última Generación Donde viven las historias. Descúbrelo ahora