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Cruzó la arcada trascurría entre preciosos jardines cubiertos de azaleas completamente abiertas y de tonos rosáceos sin mácula. A su derecha había un estanque y un palomar. Asomadas a la baranda de la galería porticada podía ver a tres damas bien vestidas charlar y reír mientras le miraban de reojo. Por la parte contrapuesta, dos hombres caminaban y discutían acaloradamente.

Abandonaron la arcada bajo la que caminaban y le dirigieron por largos caminos marcados por arbustos rectos y cuidados hasta una pequeña sala techada. Allí le esperaban otros dos guardias más. Le mantuvieron esperando un largo rato antes de que alguien llegara a su encuentro. El hombre tomó sin prisa posición en una especie de trono de bambú y se dirigió a él.

Era un hombre de avanzada edad con el rostro surcado por el paso del tiempo, vestía un atuendo que Craig jamás había visto y un tocado aparatoso que ocultaba parcialmente su grisáceo y escaso cabello.

– Bueno, bueno – dijo el hombre mientras se acomodaba, rodeado de otros dos nuevos guardias. – He oído muchos rumores sobre vos, Craig el piromántico. Por favor, contadme.

Craig guardó silencio. Uno de los guardias, alzó su arma y le golpeó con el dorso en el vientre con fuerza. La impresión fue tan inesperada que Craig se tambaleó y trató de buscar un punto de apoyo, mas no lo encontró.

– Hablad.

Craig tuvo que hacer un esfuerzo por suavizar su tono.

– No sé cómo referirme a vos, mi Señor.

– Os he preguntado por vos, luego no tenéis que referiros a mi persona para nada – contestó con firmeza. Tenía un aire confiado, estaba seguro, no tanto de sí mismo, como de su protección.

– ¿Qué queréis que os cuente de mí?

– La verdad es que no lo sé... – comenzó a decir con serenidad. – ¿Qué pasará si decido que lo que me contáis no vale la pena? Yo daré la orden de asesinaros, mis guardias tratarán de mataros, ¿qué pasará entonces? ¿Es eso lo que tiene que ocurrir para conocer una historia que merezca la pena ser escuchada? ¿Mis seis guardias o vos? Qué así sea pues.

Prácticamente a la vez, los seis guardas desenvainaron sus espadas.

– Caballeros, caballeros, – les calmó el hombre – por favor, sed pacientes. Decidme, Craig, vamos, contadme cómo derrotasteis a mi bestia.

– ¿Vuestra bestia?

Un gesto de su mano bastó para que uno de los guardias golpeara de nuevo a Craig.

– No maté a ninguna bestia.

– Ya sé que no matasteis al Una Cola, bastardo.

«Una Cola – pensó para sí. – Luego era cierto».

– No la derroté.

De nuevo, el mismo guardia trató de golpearle, pero esta vez, él estaba prevenido y detuvo el canto de la espada con sus manos. Un giro de las muñecas del soldado hizo que el pomo se estrellara contra su barbilla.

– Es curioso – dijo el hombre. – He oído que sí, y el pueblo no suele mentir. Los dioses no lo permiten.

– Creía que no prohibían nada.

– ¿Queréis hablar de dioses a los que no rezáis? – el hombre rio. – Veréis, Craig. Me cuesta creer que las gentes de Eylya hablen de vos sin más, que cuenten cómo un hombre se enfrentó a un demonio y que mi querida hija no haya vuelto desde entonces a los terrenos de la familia. Nadie la ha visto. Nadie sabe nada. Decidme la verdad, Craig, ¿dónde la escondéis? ¿Cómo un simple humano ha derrotado al perro de los Baskerville?

La voluntad del fuego #PremiosDragons #CarrotAwards2016Donde viven las historias. Descúbrelo ahora