11. El hilo rojo y promesas rotas

1.6K 239 74
                                    

Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que están destinados a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper.
(Leyenda oriental)



Quise decir sí, de verdad lo quería, no lo hice. Y, aun así, no se fue de mi vida...no en ese momento. A veces pienso que tensamos tanto la cuerda que nos unía que debió haberse roto varias veces, pero nunca lo hizo... Supongo que es cierto aquello del hilo rojo, cuando te une con alguien, por más que se tense, nunca se rompe.

Aunque, como bien lo insinúa la leyenda, el hilo existe incluso cuando están separados. Por lo tanto, el estar destinados a encontrarse no evita los desencuentros...

Y este fue el primero.


"2012, septiembre:

—¿No vas a decir nada? —su mirada clavada en mí, y la mía en mis ya sudorosas manos. ¿Por qué me pasan estas cosas a mí?

Como no respondí, puso una de sus manos en una de mis rodillas y se acercó un poco hacia mí.

Ya no podía respirar. Me iba a ahogar en mis intentos de hacerlo. El corazón parecía que se me quería salir; y ahí, por primera vez, en el peor momento, mi cerebro dejó de funcionar y empezó el derrumbe de nuestra historia.

—¿Me puedes abrir la puerta?

Magnus soltó una seca carcajada, mezcla de diversión, incredulidad y decepción. Quitó su mano de mí y, al instante, la extrañé y me arrepentí de lo que dije. Pero me mordí la lengua y no agregué nada, ni para bien ni para mal.

—Está abierta —dijo, con paciencia—. No tiene seguro, no estás aquí obligado, pero si quieres te abro...

—¡No! —grité, antes de que pudiera bajarse, necesitaba irme ya y dejar de arruinar el momento—. No, yo lo hago.

Abrí la puerta y salí. "No mires atrás, no mires atrás, no...". Lo hice. Me sonrió y agitó su mano en un adiós. Levanté la mía un segundo y después la bajé y caminé rápido, casi corrí, hasta la casa.

Me quedé tras la puerta viendo cómo arrancaba y se iba...

—¿Qué estás haciendo ahí?

Salté en mi lugar. Estaba tan metido en mis culposos pensamientos que no la sentí llegar, me giré y ahí estaba Isabelle, mi hermana, viéndome acusadoramente.

—N-nada —susurré, pasando a su lado, con suerte me dejaría ir.

Pero, claro, yo no tengo suerte. —¡Anda! ¡Dime!

—No pasó nada —dije cero convincente.

—¡DIME, ALEXANDER LIGHTWOOD!

La vi con miedo y bueno, ¿qué es lo peor que podía pasar?

—Me pidió ser novios —confesé bajito, sintiendo mi rostro arder.

¡OH POR DIOS! —siguió repitiendo esas tres palabras varias veces, mientras daba saltitos—. ¡Ya tienes novio! ¡Tengo cuñado! Quiero conocerlo...

—Sshh —puse mis manos en su boca, no quería que salieran nuestros padres—. No tienes nada. Cállate.

—¡¿Cómo que no?! —preguntó, furiosa, zafándose de mis manos—. ¡No le habrás dicho que no!

¡Oh no! Eso era lo peor que podía suceder...

Corrí, esta vez sí corrí, a mi habitación. Ella detrás de mí. Apenas cerré la puerta y escuché un "ALEXANDER GIDEON LIGHTWOOD TRUEBLOOD, arregla eso ¡AHORA!".

Después sufrí el mismo acoso por teléfono de parte de Jace y Arturo, colgué cuando ambos dijeron "¡¿CÓMO SE TE OCURRE DECIRLE QUE NO?!".

Y es que bueno, en realidad no dije que no... Sólo... No dije nada...

Mi celular vibró y pensé en no verlo, suponiendo que eran ellos, pero al final ganó mi curiosidad:

Era Magnus: ‹‹Supongo que eso fue un no. No importa. Te puedo esperar. Sólo fue el primer intento... Buenas noches. Un beso y un abrazo››

Sonreí como tonto. ‹‹Buenas noches››

¿Qué hice para merecer a alguien tan perfecto como Magnus Bane?

2012, octubre:

Nos vimos poco en Letras, eran semanas de trabajos finales y exámenes. Era casi sólo toparnos, en ocasiones, en los pasillos, sonreír como tontos, algún beso, unas cuantas frases melosas, luego "Hola" y "Adiós".

Pero las noches siempre fueron nuestras. Aunque fuera entre párrafo y párrafo de algún ensayo, entre página y página de una novela, entre pregunta y pregunta de alguna guía de examen, nos seguíamos escribiendo.

Y yo estaba totalmente enamorado de Magnus Bane. Cada día y cada noche que pasaba, me perdía más en ese amor.

Él era lo más dulce del mundo.

Una de esas noches, me quedé esperándolo y no apareció, me dormí con el celular en la mano.

Soñé con él, una pesadilla en realidad, estábamos en el asiento trasero de un auto, atravesado en las vías del tren. Yo lo veía venir y no lograba abrir las puertas, me giraba a verlo con pánico, no quería morir ahora que lo tenía en mi vida... El tren se acercaba más y más... Y, a punto de impactar, vibró mi celular.

Leí con los ojos entrecerrados, sintiendo la molesta luz cegarme:

‹‹Hoy venía del trabajo, supongo que leerás esto hasta mañana, pero tenía que contarte, aunque te rías... Venía del trabajo, cansado, pensando sólo en llegar a casa, pero en mi mente estabas tú, esperándome en casa, como si tuviéramos ya una vida juntos.››

Me hubiera puesto rojo de pies a cabeza si no fuera porque seguía medio dormido y asustado por el sueño. Le conté y él contestó después de unos minutos: ‹‹Nunca me vas a perder. Fue sólo un sueño. Mañana paso por ti a la misma hora. Ahora vuelve a dormir. Te quiero.››

Yo también lo quería y no se lo dije."



Dicen que la tercera es la vencida. En un sentido distinto, lo fue para nosotros: en la tercera cita se dio por vencido.

¿Por qué? Porque yo fui cobarde. Porque no hay peor forma de perder que no intentar y eso, precisamente eso, hice en esa ocasión.

Nuestra primera separación que, como ya dije, no fue la última. Pero nuestro hilo rojo nunca se rompió, incluso hoy sigue tan vivo como aquella primera vez hace ocho años.

Amor entre libros (Malec)/DISPONIBLE EN FÍSICOजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें