Tuve que separarme de él por unos instantes, necesitaba agarrar el aliento, y mi cara de asombro hizo que Cristóbal sonriera, mostrando aquellos dientes sumamente blancos y perfectos.

-Deberíamos entrar.- dijo él, mirando de reojo hacia la casa.

Asentí, ruborizada, y salimos del auto. Hacía bastante frío, pero no tiritaba. Después de haber revelado a Cristóbal que lo amaba, mi cuerpo se había reajustado, acostumbrandose para siempre a las bajas temperaturas. Si quería estar con él, eso tenía que suceder.

Di la vuelta hasta donde se encontraba él, esperandome con la mirada, hasta que estuvimos nuevamente juntos. Cristóbal rodeó mi hombro con su brazo y me arrastró hacia él, y comenzamos a caminar lentamente hacia las plantas.

-Ehmm... Cristóbal, ¿Cómo voy a entrar a la casa? Yo no puedo volar como ustedes.- dije, mirandole a los labios, que en seguida se abrieron en una sonora carcajada.

-¿En serio crees que la única entrada es saltar hasta allá?- dijo con voz divertida, y eso me hizo sentir algo incómoda- Si te fijas bien, entre la vegetación hay una reja que da a unas escaleras.-

En efecto, al acercarnos a la montaña pude ver una enorme reja de hierro oscuro que estaba repleta por el verde oscuro de las plantas. Cristóbal sacó del bolsillo de su pantalón un juego e llaves, y escogió entre ellas una larga y de apariencia antigua. La metió en la cerradura de la reja, la giró y en seguida estuvo abierta.

-Tengo sesenta años sin usar esta llave.- dijo él sonriendo. No pude hacer más que sonreírle de vuelta.

El interior era algo similar a un invernadero. El camino de las escaleras estaba iluminado por docenas de lamparillas que emitían una luz blanquecina, que me hacían creer que eran hadas lo que iluminaban el sendero. Una cúpula de hierro tupido por la vegetación se cernía sobre nosotros. Era un lugar mágico, al igual como el de los seres que habitaban en esa casa. Mientras saubíamos a paso lento las escaleras a la casa, íbamos agarrados de las manos. Me sentía como una adolescente con su primer amor... O bueno, mejor dicho, con el gran amor de su vida.

Finalmente el camino terminó, y pude ver en todo su esplendor a la mansión ambarina. Al principio de la casa, había un amplio espacio con suelo de grava, con unos bancos y una sombrilla, que daban la impresión de que ahí se hacían muchos días de campo. Algo que me pareció gracioso. También pude apreciar que, más allá del área de grava, había un estacionamiento al aire libre con más de diez autos, todos de diversas marcas, pero obviamente muy costosos. Eso me sorprendió bastante.

-Vaya... Muchos autos.- dije, asombrada.

-Bueno... Es un pequeño lujo que Lucía, Héctor y yo nos damos de vez en cuando. Los deportivos rojo y azul son de Lucía, también aquella camioneta gris.- dijo señalando cada uno de los autos que mencionaba- Los tres deportivos negros son de Héctor, y el resto pues, son míos.-

-Te gustan los autos, ya veo. Algún día te regalaré uno como pago por el mío.- dije divertida.

-Nos gusta la velocidad. Los autos rápidos son lo mejor.- dijo él y se rió fuertemente, haciendome sonreír también. Se veía tan atractivo al reirse, que podía observarlo por horas sin interrupción.-Me debes dos autos, el tuyo y el de Sonia.-

Sonia. Aún podía verla allá en su casa, enojada conmigo por haberme ido con los seres que ella y todo el aquelarre de brujas despreciaba. Me sentí terriblemente mal por ella, y quise regresar a casa y hablar con ella, tratar de convencerla de que estaba en un error al juzgar mal a los Bolívar, solo porque los demás vampiros no eran 'civilizados'. Tal vez se notó en mi expresión mi tristeza repentina, porque en seguida Cristóbal me alzó la cara hasta la suya, y me miró con aquellos oscuros ojos suyos, tan vivos.

-Es por Sonia, ¿verdad?- dijo él con su voz profunda. Asentí, y de nuevo sentí unas lágrimas correr por mi rostro, pero antes de que cayeran hacia mis labios, él las limpió con uno de sus largos dedos - No te preocupes, es normal que las brujas nos desprecien, pero nunca nos harían daño. Ni nosotros a ellas. Somos especies neutrales.-

-¿Neutrales?- dije entre un ligero sollozo.

-Ven, entremos. Debes tener frío.- dijo, y tomándome suavemente por el brazo, me guió hasta la entrada de la casa, ubicada a la izquierda de los paneles de vidrio. Unas puertas altas y anchas de madera con una 'B' tallada en forma muy elegante. Cristóbal las abrió y entramos. El recibidor era gigante, pintado de color amarillo pastel y con un candelabro muy ornamentado. A la derecha se podían ver los ventanales que daban al exterior. Había un juego de sala bastante ostentoso que estaba puesto de manera que cualquier persona sentada en ellos viera hacia la montaña que, al acercarme a las ventanas, quedé asombrada. Una vista preciosa de San Antonio era lo que se podía observar desde ahí. A la izquierda de los muebles, se veían unas escaleras que daban al otro piso, donde había un balcón. La casa no tenía separación alguna entre la sala, la cocina y el comedor, observables a la derecha de la casa. Detrás de los muebles había una puerta corrediza de vidrio, similar al de mi habitación, que daba a lo que parecía ser un jardín.

-Tu casa es hermosa, Cristóbal.- dije.

-Gracias, pero esta no es mi casa. Esta es la casa de Lucía y Héctor. Mi casa queda después del jardín en el patio. Es algo más pequeña que esta, pero está bien para mi.-

Había una casa dentro de la casa. El terreno era mucho más grande de lo que imaginaba. Tal vez no estaba tan equivocada al imaginarme la casa de los Bolívar como un castillo. Al rato de ver embobada la preciosa casa de Lucía y Héctor, ellos aparecieron bajando por las escaleras hastadonde nos encontrábamos Cristóbal y yo. Había olvidado lo gráciles que eran los vampiros al caminar,  y pensé que si todos eran así... Incluso Ariel.

-Rosa, me alegro mucho que estés bien.- dijo Lucía, sonriendo abiertamente y estrechando suavemente mi mano, como una madre.

-Si bueno, de no ser por ustedes no se que habría pasado. El brujo... O lo que sea que estaba frente a la casa no tenía intenciones de irse. No entiendo qué es lo que está haciendo.- dije, consternada. Iba a pasar la noche en aquella casa por culpa de unos seres que no parecían detenerse por nada.

-Rosa, tememos que ese brujo oscuro esté trabajando con Ariel para algo. No se si sea por las razones de Ariel, o el brujo tenga otras intenciones. Pero debemos averiguar quién es el brujo y desterrarlo del pueblo lo más pronto posible, antes que algo peor pueda suceder.- dijo Héctor, mirando a su hermano de vez en cuando, que asentía con cada palabra cuidadosamente.

-Se que están trabajando juntos.- dije, mirando a Héctor- Ariel intentó entrar por la fuerza a la casa, en el balcón de Sonia, pero esta vez tenía fuerza suficiente para embestir varias veces, como si estuviera hechizado...- entonces, Lucía reprimió un grito. Había descubierto algo.

-¡Oh por Dios!- exclamaron Héctor y Cristóbal al mismo tiempo.

-¿Qué sucede?- dije, asustada.

-Ariel.- dijo Cristóbal, sorprendido- Está bebiendo sangre del brujo, por eso es que pudo forzar varias veces el campo mágico de la casa.-

Sol Durmiente.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora