Fantasías

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Me despertó con la caricia de sus labios en mi mejilla, al igual que cada tarde de fin de semana. Abrió mi ventana, ingresó parte de su cuerpo y me besó, seguido de un “despertate, nos vamos”. Lo observé detenidamente junto con una sonrisa, tomando su mano, tratando de descifrar el sarcasmo que acababa de escuchar. Con sus ojos respondió, no estaba jugando. Rebuscó entre sus cosas y encontró dos boletos de tren para esa misma tarde a París. Sonreí. Salté de mi bello y enorme sofá gamuzado color champagne y le pedí dinero a papá, llorando porque no tenía peso alguno. Mamá, echada en una lona en el patio trasero, se regocijaba con el sol de una eterna tarde lluviosa de invierno que no parecía terminar, que yo estaba disfrutando. Con un grito le dije que me marchaba, que no me esperara, pero que volvería, respondió con un “bueno, hija, envíame una carta si sucede algo y nos tomamos el primer colectivo”. Tomé mi saco, algunos billetes que encontré bajo mi almohada, mi iphone, me puse las alpargatas y salimos. La ciudad estaba poblada, extremadamente. El monte vacío se notaba a su alrededor y hacía desearse bastante. Tomé su mano, su fría pero tan cálida mano, y caminamos hasta el aeropuerto. La suavidad de sus palabras y el brío de sus ojos no me dejaban ver hacia adónde íbamos. Me perdía, me perdía absolutamente en su mirada. Llegamos al local de la esquina y alquilamos dos bicicletas, las mejores, para poder partir de una vez y que el viaje no se volviera tan extenso. La densidad de personas complicaban nuestro paso, el mío más que el suyo. Tomamos otro camino y nos perdimos completamente en las montañas, felices de estar alejados de todo lo demás. Mi motocicleta se quedó sin gasolina, por lo que seguimos el paseo en su Ferrari. La velocidad no parecía notarse, no se distinguía, o tal vez sí, pero yo estaba perdida en su cabello que volaba junto con el viento y posiblemente no lo haya sentido. Las luces coloridas que nos rodeaban, los inmensos edificios, los sonidos de las bandas orgullosas tocando en cada esquina, los bailes de los alemanes queriendo llamar atención que nunca lograron conseguir y los desesperados gritos de las mini fans entusiasmadas por el concierto de su ídolo, me hacían sentir más diminuta a cada paso que dábamos. La brisa del campo cada vez era más fresca, pero no sentíamos frío. Su abrazo cada vez era más fuerte, pero no experimentaba dolor. La distancia cada vez era mayor, pero la sentíamos tan cercana.

“Bienvenidos a Puerto Rico” vimos y saltamos orgullosos, corrimos desesperados gritando “llegamos” y nos revolcamos en el piso al hacerlo. Nos quedamos dormidos. Mamá me despertó diciéndome que la cena estaba lista, luego de aclararme que estaba hablando dormida.

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⏰ Last updated: Feb 05, 2014 ⏰

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