Prólogo.

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—En otras noticias, la jóven Maibys Kramer sale del hospital junto a su amiga, la actriz Jesse Collins —le firmo unos documentos a la recepcionista para que se los dé a mi secretaria y me acerco al cúbiculo dónde está el vigilante de el edificio.

—Señor Walker —se endereza y retira las migajas de pan de su uniforme— ¿se le ofrece algo?
—Niego con la cabeza.

— ¿Qué más escuchó sobre aquella chica? —Intento no parecer desesperado y mucho menos curioso.

—Oh, estuvo en el hospital todo el mes y hasta hace tres días salió pero parece que no recuerda del todo —se encogé en sus hombros— ya sabe como la prensa no lo dice todo por imágen —asiento dándole un poco de razón.

—De acuerdo —me relajo un poco y antes de irme le digo:— gracias.

—Para servirle, señor.

Salgo del edificio y conduzco mi Audi nuevo hasta mi gran departamento, he cambiado tanto en un mes.

Aún no la supero, a veces pienso que jamás podré hacerlo, ella se niega a salir de mi cabeza y parece que mi yo interno la ayuda jalándola de las manos para quedarse justo allí, en mi corazón, danzando como diosa.

Le pongo alarma a mi auto y camino hasta las puertas de cristal que me permiten una vista a la recepción. El portero se endereza al verme entrar y me saluda cordialmente con un «Buenas tardes» y yo le correspondo con un asentimiento de cabeza, sé que sólo me saluda por lo que he llegado a tener en poco tiempo y me consta que si estuviera justo como antes seguramente ni se molestaría en saludarme.

Ahora vivo en Seattle, y sé que Mike y Jesse se están mudando.

Los tres nos vemos, quizá no muy seguido se encuentra Jess pero Mike sigue ahí para mi.

Saco la llave de el departamento y la bola de pelos corre a mi mientras mueve su cola.

—Hola amigo, ¿cómo estás? —Ladra y cierro la puerta para que no se le ocurra escapar.— Dime que no has hechado a perder otro par de zapatos —me arremando la camisa hasta los codos, me quito la corbata, he decidido que esté hecha y con un resorte, así no tengo que hacerla siempre, me niego a aprender a hacerla.

Me abro los tres primeros botones de mi camisa y me tiro a la cama.

Ésta cama es tan espaciosa, le sobra mucho de espacio y eso me hace sentir solo.

El departamento se siente tan solo, yo me siento solo y juraría que la bola de pelos que tengo acostado a mi lado también, lo he escuchado aullar por las madrugadas y pienso que ha de echar de menos a Maibys, tanto como yo.

|*|

Estúpida alarma. Algún día seré la persona que desapruebe cada una de las alarmas y quedarán prohibidas en todos los lugares.

Rasco mi cabeza y mi télefono de casa suena, no puedo evitar quejarme y estiro mi mano. Bostezo y contesto.

— ¿Quién habla? —Pregunté, dormilada.

— ¡Maibys! —Alejo un poco el télefono de mi oreja, su acento irlándes rebota por toda mi cabeza y acerco nuevamente la bocina a mi oreja cuando deja de gritar o al menos cuando dejo de estar aturdida.

—Ahora, Liam. Ya que no estás gritando, dime... ¿para qué llamaste?

—Hoy, hace año y medio te conocí, porque llegaste a Londres.

¿Cómo olvidarlo? Lleva una semana recordándolo.

Aún no puedo creer que este cumpliendo mi sueño aquí en Londres.

Por desgracia no estaba él para llenar el vacío que sentía al mirar su número de celular en mi iPhone con su foto, o a las parejas caminando de la mano por las calles.

Tenía una perrita bulldog muy parecida a Honey, sólo que se llamaba Bell a causa de su pequeño cascabel que le colgaba en el cuello. Hasta hecho de menos a la bola de pelos que Joe me regalo, prefiero no hablar de el tema.

Me siento en la cama, todavía escuchando a Liam decir la gran lista de lo que tendríamos que hacer hoy.

Sin darme cuenta, siento pesadez en mis hombros y me duele el cuello.

En vez de ir con Liam me encantaría ir a una spa, no me caería mal.

Odio no tener a las chicas aquí, conmigo.

Extraño mucho Nueva York, excepto sus aires llenos de humo de automóvil.

Aquí los reporteros me siguen aún más ya que descubrí que también soy buena fotográfa.

—Maibys, ¿sigues ahí? —Aclaro mi garganta y asiento pero recuerdo que no puede verme así que me paso mi mano por la cara tratando de despertar y terminar de pensar.

Saco aire sin darme cuenta que lo contuve.

—Sí, sí. Aquí sigo —me levanto sin colocarme mi bata de satín y descalza me dirijo a la cocina, se me apetecen unos hot–cakes.— ¿Me decías?

—Podemos ir por un helado y después a cenar —ya ví por dónde va el asunto y no es la primera vez.

—Liam, Liam... frena ahí —abrí el refrigerador y saqué el jugo de naranja.— Creí que había dejado todo claro...

—Sí, sí, es sólo como amigos Maibys.

—¿De verdad?

—Lo prometo.

—De acuerdo.

«Sigo apartada», omito decir.

Chico Prohibido 2 |Mírame|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora