Las puertas del ascensor se abrieron en el mismo piso, anduvo por ese pasillo que se sabía de memoria y abrió la puerta como una más de tantas veces. El silencio la recibió con una amena bienvenida y la fría soledad, que por tanto tiempo fue su fiel compañera, le dio un cálido abrazo, uno que sabía a despedida. Y fue cuando Maggie comprendió que esa vida había llegado a su fin.

Y se encontró muy agradecida con Dios por ello.

—No está —espetó entre dientes Meli, demostrando lo decepcionada que estaba.

—Lo más seguro es que está trabajando, ya sabes, no puede defraudar a su papá —murmuró Margarita a son de mofa, pero había mucha verdad en sus palabras. Sintió la mano de su mejor amiga sobre su hombro, infundiéndole apoyo, uno que necesitaba más que nunca.

—Saquemos todas tus cosas y larguémonos a mi casa... —dijo con voz suave.

—De acuerdo. —Inhaló aire sonoramente, echando fuera sus miedos, toda la tristeza y la incertidumbre que la había acompañado por años.

Visualizó su móvil sobre una de las mesas; ni siquiera recordaba en qué momento lo había dejado, pero luego memoraba la forma abrupta en que había salido huyendo de aquel lugar que no le sorprendía el hecho de haberlo dejado tirado sin reparar en ello. Se lo entregó a su amiga, sin molestarse en revisar el contenido que brillaba en la luz LED que alertaba las notificaciones. Tomó otra inspiración, elevó el mentón y se tragó las lágrimas, no de tristeza, sino de furia. Porque Margarita estaba furiosa e indignada con la cobardía de Matías.

«Engañarme con mi prima», pensó y dio una leve sacudida a su cabeza.

Y sin mayor preámbulo, se fue hasta la que era su habitación.

Tiró las almohadas y las sábanas, percibiendo el aroma de su ex en estas y en como la vieja sensación de agrado era reemplazada por aborrecimiento. Se mordió el labio inferior y limpió las lágrimas que corrían por sus mejillas. Se fue directo al armario, sacó un par de maletas y comenzó a guardas todas sus cosas, toda la ropa, zapatos, todo lo que ella misma se había comprado. Porque no se llevaría nada que él le hubiese obsequiado.

Entretanto, Melissa comenzó a guardar los perfumes y demás cosas del uso personal de su amiga en la otra maleta. Y cuando ambas se vieron con la habitación hecha un desastre, llegó la tarea más difícil.

— ¿Las joyas también? —preguntó Melissa, tomando un alhajero del tocador del baño. Maggie se quedó inmóvil por unos segundos, batallando entre ella misma y el repertorio de recuerdos tortuosos que salían a la superficie dentro de aquellas paredes.

Revisó el alhajero sin mucho interés, muchos eran regalos que Matías le había dado, profesándole amor eterno y una barbaridad de mentiras más. Solo tomó las que ella se había comprado o que eran suyas por herencia familiar, las demás las dejó ahí.

—Creo que es todo —murmuró Margarita con la voz rota por la sobrecarga de emociones. Llevó una de sus manos al bolsillo de su jean y sacó el anillo de compromiso. La gran piedra captó la atención de Meli, así como, el significado de la misma estrujo el corazón de la que hubiese sido la señora Hunt.

Y vaya vueltas del destino; un día Maggie estaba a punto de casarse y ahora ya no tenía nada.

—Iré a revisar la sala y la cocina para cerciorarme de que no dejemos nada tuyo, libros o algo por el estilo —murmuró Meli, pero la pelirroja sabía que su intención era dejarla a solas un momento, hecho que se lo agradeció mucho en silencio.

Cuando se encontró sola en aquella enorme y fría habitación; se rememoró a ella misma en aquellas noches llenas de aflicción, de todas esas veces que se encontró en la madrugada afligida por el futuro que le esperaba junto a un hombre que no le despertaba nada cercano al amor pasional. Entonces, con la fuerza bullendo en su interior, tomó el anillo y lo dejó en un cajón en el que antes ella solía guardar sus cosas de valor. Y cuando lo estaba cerrando, entró Melissa con las mejillas rojas y los ojos encendidos.

Reveses de la vida© [COMPLETA]Where stories live. Discover now