La mujer

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Daniel se alegró de volver a ver a Matías, tanto que lo abrazó al verlo. Daniel se sorprendió al ver que Matías lo abrazaba de vuelta, ya que éste nunca había sido un gran fanático del afecto físico. Los dos amigos se sentaron a conversar. Matías le ofreció uno de los panes que había traído consigo y Daniel le compartió un poco del agua que había reunido durante la lluvia.

—Entonces solo quedamos los dos—Dijo Daniel después de escuchar a Matías relatar lo que había sucedido con Javier.

Ambos amigos se quedaron en silencio, lamentando la muerte de Javier.

—¿Qué sucedió con Alejandro?—Preguntó Matías, rompiendo el silencio.

—Parece que lo mismo que a Javier—Respondió Daniel, triste al recordar a sus amigos—Fue mi culpa, me distraje y lo perdí, debí prestar más atención.

—Yo tampoco hice nada para ayudar a Javier, pero podemos quedarnos lamentándonos o hacer algo al respecto

—¿Qué tienes en mente?

—Tenemos que buscar una forma de salir, esa es la prioridad, pero antes tenemos que encontrar al asesino—Dijo Matías, con seriedad en su voz.

—Estoy comenzando a pensar que no hay una salida

—Entonces también hablaste con él—Dijo Matías, refiriéndose al sacerdote—No importa lo que te haya contado, tiene que haber una forma de escapar—Matías se puso de pie y extendió su mano para levantar a Daniel.

Ambos empezaron a caminar, con esperanza de encontrar pistas que los ayuden a salir del lugar.

—Acerca del extraño, ¿Qué precauciones deberíamos tomar?—Preguntó Daniel, mientras examinaba los muros al mismo tiempo que avanzaban.

—Tenemos que evitar que nos agarre, una vez nos tenga en sus manos...—Matías no logró terminar la oración, recordar la escena le dolía.

—Entiendo, va a ser difícil

Caminaban uno al lado del otro, entendían ahora que separarse nunca fue una buena idea. No le permitirían al laberinto hacer de las suyas, los errores pasados les había costado bastante. Si algo sabían bien, era que no podían dejar que el laberinto les quite las esperanzas. Alejandro fue el primero en perderlas, Javier fue quien le siguió. Ambos compartieron el mismo destino. Ahora ya sabían a lo que jugaba el laberinto, y no se iban a dejar ganar tan fácilmente.

—Eh, Matías—Llamó Daniel a su amigo.

—¿Qué pasó?, ¿Encontraste algo?

—No estoy seguro, podría ser la misma que antes—Dijo Daniel, refiriéndose a la ciudad que acababa de encontrar.

—No es la misma que antes, ésta se encuentra dentro del laberinto; mientras que la anterior se encontraba fuera, recuerda que ingresamos por una parte del muro que se encontraba caída. Esta es la ciudad que existía antes del laberinto.

Ambos empezaron a investigar. No había mucha diferencia entre esta ciudad y la anterior, solamente que ésta era más grande. Se escuchaba el crujido que ocurría cuando sus zapatillas pisaban sobre los restos de la madera quemada y los pedazos quebrados de concreto.

—Está más destruida que la primera que vimos—Dijo Daniel, mirando sus pisadas.

—Tiene sentido, fueron los primeros en hacer enfadar al laberinto

—¿A qué te refieres?

Matías le empezó a contar a Daniel lo que el sacerdote le había revelado: Cómo había empezado el laberinto y lo que había pasado con las personas que solían vivir en las ciudades.

—Ya veo, se podría decir que tuvimos suerte al llegar en el momento en el que llegamos

—Ni imaginar lo que nos hubiera pasado si los ciudadanos siguieran con vida—Dijo Matías, que sabía lo mucho que se les complicaría el trabajo de encontrar la salida.

Ambos se encontraban sentados sobre los restos de lo que una vez fue un gran hogar. Los cielos se habían oscurecido y ahora unas nubes grises empezaban a mostrarse y un fuerte viento recorría los restos de la ciudad y los interminables caminos del laberinto.

—Sabes, todavía no logro sentir que todo esto que está pasando es real—Empezó a hablar Daniel—Esa es la única razón por la cual pude seguir adelante tras la muerte de Alejandro y Javier; siento que todo es tan solo un mal sueño o que nos van a estar esperando al lado de la salida, no logro sentir su muerte

Matías se quedó mirando a Daniel, por una parte sentía lastima al ver a su amigo de esa forma, pero por otra parte lo envidiaba. Él si había vivido la muerte de Javier; él si había sentido la muerte de Javier como si fuera real, más bien como si fuera su propia muerte.

—Daniel...—Matías no pudo terminar de hablar, Daniel le cubrió la boca con su mano y lo acercó a él.

—No hables, mira—Dijo Daniel, con la mirada posada unas casas más allá.

Matías lo vio, ahí se encontraba la mujer de la que había hablado el sacerdote, la que había matado a Alejandro y Javier.

Daniel había acercado a Matías de tal forma que ambos se ocultaban tras una de las pocas columnas que se mantenían en pie. No podían ver a la mujer, pero se guiaban con el sonido de sus pisadas.

—¿Qué vamos a hacer?—Susurró Matías, en busca de un plan. Daniel siempre había sido bueno ideando planes en momentos de presión.

Daniel empezó a ver a su alrededor, intentando pensar en una maniobra que les de la ventaja. Era verdad que ellos eran dos y ella solo una, pero por algún motivo eran ellos quienes se encontraban con desventaja. No podían arriesgar a que otro más cayera víctima de ella.

—Quizá...no...no estoy seguro, es muy riesgoso—Se dijo Daniel, no quería poner en peligro la vida de su amigo.

—Eso no importa, no tenemos otra opción. Hay que aprovechar que nosotros la hemos visto y ella a nosotros no.

Los dos amigos se quedaron callados al llegar a la realización de que las pisadas habían cesado. Daniel sacó la cabeza por uno de los lados de la columna para ver lo que había pasado. Un sudor frío recorrió su cuerpo al ver a la mujer de pie con la mirada en dirección a ellos. Se encontraba alejada por unos tres metros, pero Daniel la veía como si estuviera tan solo cinco pies más adelante.

—¿Qué pasa?—Preguntó Matías, sacando su cabeza por el mismo lado que Daniel.

Los dos se quedaron viendo fijamente a la mujer y podían sentir cómo ella les devolvía la mirada. Ella dio el primer paso.

El LaberintoWhere stories live. Discover now