Halloween

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Era ya de noche cuando James se sentó al fin en el confortable sofá marrón de su casa. Aunque aún no tenía los treinta, estaba cansado, ya no aguantaba el día a día como cuando era más joven. Había sido un día muy raro, de llamadas sobre gente haciendo conjuros, sacrificando animales, muertos que caminan… En la comisaría del pequeño pueblo costero donde vivía no dieron veracidad a ninguna de esas llamadas, e incluso enviaron a los bomberos a que vieran si era cierto lo que decía sobre un aquelarre haciendo una hoguera en el porche de una casa que invocaba a Satanás. Resultaron ser cuatro adolescentes vestidas de negro quemando unos apuntes de instituto. En Halloween siempre ocurría lo mismo, recibían llamadas estúpidas de gente loca. Parecía que ese día despertaba a los perturbados.

James se duchó nada más llegar a casa, se puso sus viejos tejanos y una camiseta blanca sencilla, y se había tumbado en el sofá con una cerveza en la mano. Puso la televisión esperando una buena película de terror,  daban de nuevo El Exorcista, y la dejó de fondo mientras repasaba el día de nuevo. Llamadas tontas; Tim el novato, un chico flacucho recién salido de la academia, le había manchado la camisa del uniforme de café; Gina, la recepcionista, una mujer de unos cuarenta años le había invitado a una fiesta de Halloween, insinuando que se disfrazaría de gatita y le dejaría usar las esposas como él quisiera…se rascó la cabeza recordando aquello, Gina era más mayor que él, pero la idea le había resultado tentadora durante unos minutos…hasta que recordó que se había tirado a la mitad de los agentes de aquella comisaría. Apartó un pequeño mechón rubio ceniza de su frente y suspiró.

Dio un largo trago a su cerveza, eso le relajaba y despejaba la mente. Cerró unos instantes sus ojos verdes y echó la cabeza hacía atrás. Antes adoraba esa noche, se disfrazaba con sus amigos y hacían alguna travesura o iban a alguna fiesta y con suerte se despertaba al día siguiente con una chica a su lado, pero desde que era policía no era lo mismo. Más de una vez había tenido que hacer horas extras persiguiendo a chavales que tiraban huevos a las casas, o gamberros que se aprovechaban de alguna chica borracha. Se preguntó si esa noche también ocurriría lo mismo cuando sonó el tono de llamada que había elegido para su comisaría: Welcome to the Jungle de Guns N’ Roses. « Bingo, nunca falla ». Cogió su móvil que había dejado sobre la mesa de té.

—Agente Madison.

—Madison, ¡tiene que venir rápido a la comisaría! —«Para variar…» Pensó James. Aunque había algo extraño en aquella llamada.

Era su teniente, Frank Jacksons, al que llamaban Big J, antes por ser fuerte e imponente, ahora por su afición a las rosquillas.

—Enseguida voy teniente.

—¡Date prisa! y Madison, tenga cuidado.

—¿Cuidado teniente? ¿A que se refiere...?

Se escuchó el sonido inconfundible de disparos y gritos y la llamada se cortó.

James se cambió a toda prisa y se puso el uniforme azul reglamentario. Por último, puso su arma en el cinto y salió rápidamente de su casa. Vivía en las afueras, por lo que tardaría una media hora en llegar.

Las calles parecían tranquilas, demasiado incluso. Su vecindario, un lugar de casitas blancas con tejados azules era un sitio que siempre estaba en calma, con pocos vecinos y bien educados, pero esa situación era muy insólita. No veía niños llamando a las casas en busca de caramelos, ni jóvenes dirigiéndose a las diferentes fiestas que se hacían ese día en el centro del pueblo.

Un pequeño golpe a su izquierda le sobresaltó. Una mujer joven había apoyado una mano ensangrentada contra la ventanilla del conductor. James no la pudo ver bien, detuvo el coche y bajó.

—Señorita, ¿se encuentra bien?

La mujer ni le miró, estaba de espaldas e iba aturdida, dando tumbos por la carretera. Se fijó que llevaba una especie de disfraz de enfermera destrozado y cubierto de sangre, e iba descalza.

El Sótano MalditoWhere stories live. Discover now