Capítulo 7: Cosas de la vida.

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Gracias a la labor de Lía y Rust, todo había quedado preparado para un improvisado banquete para todos luego de esos días de carreras. En medio de la preparación, Lía se acercó un poco a su hermano, el cual aún seguía dormido, y puso sobre su cuello el dije en el que estaba su madre. Ella creía que Gem era una mejor opción para guardar el cuerpo de su madre, ya que sabía muy bien que él sería más cuidadoso. Por varios instantes lo observó dormir, se le veía tan tranquilo que le recordó esa mañana de cumpleaños en la que sus vidas cambiaron para siempre.

Recordó el olor de tarta de manzana dentro de su humilde casa, el rostro acalorado de su hermano cuando Marilyn Mayers, la chica que hacía desvelar al joven Gem, se le acercó para darle un beso en la mejilla como regalo de cumpleaños; del mismo modo, trajo a memoria la alegría de los niños más pequeños quienes iban a darle regalos y, porque no, una propuesta de amor. Cartas de amor coloreadas, chocolates y algún animalejo en papeles de colores, todo con tal de alegrar a la chica de ojos verdes. Incluso llegaron algunos regalos más costosos por parte de soldados quienes estaban enamorados de ella. En especial, un hipopótamo azul de peluche dado por un soldado escueto y larguirucho, llamado Benedict Thomas, quien había prometido volverse un gran capitán para poder tomar su mano en matrimonio. Y aunque tentadora era esa oferta, ella sabía muy bien lo torpe que era, y pese a que le caía muy bien y le quería demasiado, una propuesta de matrimonio era algo que no tenía en mente, claro que sí era que ayudara a darle una mejor vida para los suyos obvio lo pensaría.

Una vida tranquila, sin ninguna aspiración o preocupación, salvo aquella de darle una vida plena y una vejez plácida a su mamá y a su abuelo, cuyo futuro planeado era conseguir un buen trabajo, Gem consiguiendo el corazón de Marilyn y formando una vida con ella, llena de hijos. Mientras que Lía, por loco que pareciera, quizás se quedaría con el larguirucho Ben, para formar una aventura llamada vida; ya que, al conocerlo de casi toda la vida, sabía muy bien que, por su felicidad, él sería capaz de hacer cualquier cosa. Todo dicho en un momento incauto e infantil, en donde jamás se imaginaron que ellos serían considerados criminales peligrosos, que serían perseguidos del mismo modo como fueron perseguidos su familia por tantos años. Nada sería como antes, puesto que su motor de vida había sido masacrado en frente de sus ojos, muriendo con una sonrisa en su cansado rostro.

Todo eso inundó la mente de la joven Lía, cuyos ojos tradujeron esos pensamientos en lágrimas, algo bastante raro en ella; debido a su temperamento y orgullo, Lía era conocida por ser fuerte y no llorar ante nada ni nadie, salvo enfrente de su hermano o su propia madre, a los cuales les tenía bastante respeto para permitir ese feliz. Pero en esos días había llorado mucho, como nunca lo hubiera hecho en sus 18 años de vida. Y con cada lágrima que de sus ojos salía, más era su cólera, por sentirse tan impotente. Hasta que oyó un leve ronquido por parte de su hermano, lo que hizo que ella cayera en cuenta de algo que había pasado. En todo ese tiempo, en esos cambios y en el rumbo que había tomado su vida, Gem estuvo ahí, aún si no pudo hacer algo con el mero hecho de ser fuerte y tener el valor para arreglar las cosas, hacía que todo tuviera algo de esperanza.

–Eres un pendejo –le sonrió mientras se levantaba tratando de no despertarle–, más tarde estará la cena. Así que trata de dormir lo suficiente para disfrutar de mi sazón.

–Claro... aunque conociendo como es... dudo de cuan buena sea –Gem balbuceó y Lía estuvo a punto de golpearle, pero se dio cuenta de que estaba más dormido que despierto. Así que sonrió porque tarde o temprano le iba a pagar por ese comentario, pese que fuera dicho en el séptimo sueño, donde ovejas rosadas luchaban contra guerreros musculosos y manos de Esmeraldas.

Al levantarse, hizo lo que mejor sabía hacer: dejar los problemas a un lado y vivir el presente. Se marchó hacia el lugar donde Rust cocinaba algunas carnes, asegurándose de que no tuviera rastro alguno de lágrimas sobre sus ojos o sobre su rostro.

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