Prólogo

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"Las campanas de una pequeña iglesia se escuchaban en la lejanía, acompañando el estruendoso palpitar, que indicaban que el miedo estaba a flor de piel. La luna estaba en su punto más alto, mientras que entre las sombras de una ciudad fría y dormida varias figuras oscuras batallaban sobre los tejados, las casas y los patios, ignorando que la gravedad dominaba sobre sus ellos. Maestría de seres que dominaban su cuerpo, su mente y su ser, para luchar por un ideal que, en esa noche de muertos y velas en las calles, lo valían todo, hasta la vida entera.

En esas una joven chica se detiene sobre la azotea más alta del lugar, mirando con una tranquilidad a las demás figuras que buscaban su muerte. No se le reconocía el rostro o algo más allá de sus vestiduras peculiares, pues se lograba esconder tras la luz de esa luna llena, siendo como una sombra que proyecta el hombre lunar. Lo único particular en su extraño ser, cuando las demás figuras empezaron a rodearle, fueron dos objetos que llevaba en sus manos: en su mano derecha llevaba un pincel y en su mano izquierda un cuadro blanco, del tamaño de un libro grande.

En un rápido movimiento de manos, la chica empezó a dibujar algo sobre ese cuadro, sin titubeos ni ningún nerviosismo, pese de que su muerte se encontraba a unos centímetros de ahí "Vive", fue un pequeño susurro que ella dio en el momento en el que esas figuras se hicieron visibles ante la luz de la luna, un susurro que fue más una orden que todo el mundo oyó. Orden que escuchó un ser, que salió de entre el cuadro que ella tenía en su mano. Una magistral grulla, de pico curvado y cuerpo de tres metros de altura, que se alzaba con gran majestuosidad sobre el firmamento de pocas estrellas, aterrizando con elegancia detrás de la joven cuyo rostro seguía igual. Sin pensarlo dos veces, la chica y el ave se lanzaron del enorme lugar, ella extendiendo sus brazos, imitando al animal que volaba tras ella. 

 Su objetivo era fácil: ¡Ganar o morir...!

– ¿Y después que ocurrió? –preguntó un joven niño de ojos verde ocre, quien estaba sentado cerca de una chimenea, con su pijama ya puesta.

– ¿Están seguros que quieren oír el resto? – devolvió la pregunta una voz senil y muy gastada, que se le oía ronca y jocosa a la vez.

– ¡Si! ¡Necesitamos oír el resto! – dijo con gran emoción una pequeña niña, de la misma edad, complexión y color de ojos que el primer chico.

– Ya oirán el resto, pero por ahora es hora de ir a dormir – sonrió la voz, quien aun seguía sentado cerca de la chimenea

Los niños, al saber cuan rotunda era esa respuesta, no tuvieron otra opción que irse a sus camas, esperando que en sus sueños pudieran emular un final alterno del cuento de la chica de la grulla, esperando con ansias el día de mañana para que el anciano fumador contara el desenlace ideal. Todo ese imaginativo se fue acumulando a través de los años, plasmados mediante hojas de papel, en la que los pequeños hermanos soñaban, añoraban vivir y ser parte de las historias que aquel anciano les contaba por las noches antes de dormir.


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