22. CONTIGO

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Los párpados de Guillermo comenzaron a abrirse en cuanto el pequeño sonido de una pluma ser usada sobre el papel llegó a sus oídos. Sentía una fría brisa llegarle en los hombros al ser la única parte que no estaba cubierta por las sábanas. Estas mismas, rozaban por su cuerpo desnudo de manera que lo hacía recordar lo que había pasado la noche anterior. Sonrió con suavidad al sentirse en las nubes por la felicidad de saber que lo que había sucedido, no había sido un sueño.

Había sido la mejor noche de su vida, y el sexo más placentero que había tenido. De eso estaba seguro.

Se levantó con cuidado, mirando de inmediato la espalda desnuda del castaño —con algunos rasguños cabe destacar—, quien se encontraba sentado en el escritorio de madera al parecer escribiendo algo importante. Lo veía por la forma en que su mano se movía rápida pero a la vez suave sobre el papel.

Decidió llamarlo cuando acabase, por lo que se volvió a recostar en la almohada, mirando con ojos rebalsados de amor a su esposo. Ah, que agradable era esa sensación de paz que albergaba su corazón. Se sentía tan tranquilo cuando veía a Samuel, como si de alguna forma su organismo reconociera que su lugar correcto era allí, al lado del mayor.

Posiblemente algunos creerían que había sido demasiado veloz la manera en que se había enamorado del castaño, pero no podían juzgarlo. Samuel era un hombre el cual era imposible de resistirse. Tenía ese aire de dulzura y coquetería que te llevaba a caer rendido a sus pies con tan solo unas cuantas palabras bonitas. Así de fácil es como Antonia había caído por él, con la diferencia de que ella no era ni sería correspondida por el castaño. No mientras Guillermo estuviera allí para evitarlo.

Cuando vio como el castaño dejaba la pluma sobre el tintero, y guardaba la carta bien doblada junto a un lindo sello en el cajón, se propuso saludarle.

—Buenos días —le habló con la voz ronca, quizás por el reciente despertar o por los besos que por la noche se habían dado.

Samuel saltó sobre el banquito por la repentina voz de su esposo. Giró su cabeza sonriendo con relajo, a la vez que terminaba de cerrar el cajón con la carta misteriosa.

—Buenos días, meu amore. —Se levantó del asiento, para caminar hacia la cama—. ¿Qué tal has amanecido?

El pelinegro se tomó un tiempo para admirar lo que era Samuel por las mañanas. Con esa mueca de somnolencia y mínima barba, lucía muchísimo más joven que en el resto del día. Guillermo estaba feliz de poder ser el único que viera esa perfecta imagen de un Samuel con el cabello despeinado, lleno de vitalidad para comenzar un nuevo día.

—Mejor que nunca —respondió sonriente, y luego curioso señaló el cajón—. ¿Para quién es la carta?

—Oh... —Samuel miró hacia el escritorio con el rostro un poco nervioso—. Para unos comandantes, nada importante.

—Mh... —contestó desinteresado—. Bueno, ¿y qué planes tienes para hoy?

El castaño subió la mirada fingiendo estar pensando, y luego volvió sus ojos hacia Guillermo con una sonrisa traviesa.

—Primero, besaré por un tiempo a mi esposo. —El pelinegro se ruborizó mínimamente—. Luego le prepararé un delicioso desayuno, y por la tarde iré a ver si todo está en orden con los caballeros.

Guillermo asintió mirando con ojitos de cachorro al mayor.

—Son muchas cosas ¿no? Por qué no comienzas con tu primera tarea, ya sabes, para no perder tiempo —propuso con un tono fantasioso de inocencia.

—Si con perder el tiempo te refieres a estar mirándote, no me molestaría perder toda el tiempo del mundo —le dijo con sinceridad.

El pelinegro ocultó su rostro en la almohada con una sonrisa de oreja a oreja, junto a unos mofletes tan colorados como las rosas del jardín.

Por contratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora