PRÓLOGO

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¿Cómo es que había dejado pasar tanto tiempo sin pagar aquella deuda? Es que debía haberlo imaginado. En algún momento su vecino de patria le cobraría aquel favor que le concedió hace tres años atrás. ¿Qué pensaba? ¿Qué se le iba a olvidar? ¡Tonterías! Hombres tan ambiciosos como lo era el Rey de Portugal no olvidaban cobrar sus favores.

—Dime, Raúl ¿qué es lo que deseas de mí? —preguntó Orlando con su voz refinada acariciándose la barbilla. A su lado derecho se encontraba su bella esposa María, quien miraba a todos los presentes con un deje de soberbia. Al izquierdo, su hijo mayor de diecisiete años recién cumplidos, Guillermo.

—Estimado Orlando —comenzó Raúl con su extraño acento de portugués—, la verdad es que yo no deseaba pedirte ningún tipo de pago por el favor que te hice hace unos años. Es mi hijo, aquí presente Samuel quien pidió que se cobrara. Él fue quien te ayudó realmente con los temas económicos.

Orlando abrió los ojos en sorpresa, dirigiéndolos hacia el joven de sonrisa altanera. Guillermo de igual manera lo miró, pero con más frialdad.

—¿Cómo podrías haberme ayudado? Tienes apenas veinte años —dijo dirigiéndose a Samuel.

—Tengo una... como se diz? El castaño hizo chasquear sus dedos, tratando de recordar.

—Herencia —le aclaró su padre.

—Sí eso, herença de mi abuelo y yo le di parte de ese dinero a você.

—Entonces, ¿a ti es al que le debo dar algo a cambio? —cuestionó Orlando con su rostro en una clara muestra de confusión.

Se sentía en parte humillado al enterarse de que le había ayudado a salir de sus crisis económica un jovencito treinta años menor que él.

Sim.

Está bien. —Se aclaró la garganta y miró de reojo a su esposa—. Pide lo que quieras.

Samuel sonrió como si estuviera esperando esas palabras durante todo el tiempo en que estuvieron allí. Cambió su mirada hacia Guillermo, quien lo miraba con indiferencia y seriedad, y se mordió el labio inferior. Se acercó al oído de su padre para luego empezarle a murmurar ante las observaciones confusas de los presentes.

Você está louco? Ele é o herdeiro deles, vai nem mesmo esteja disposto para fazer isso! [¿Estás loco? ¡Es su heredero, ni siquiera estará dispuesto a hacer eso!] —exclamó tras unos minutos Raúl mirando con el entrecejo fruncido a su hijo quien se mantenía sonriendo de oreja a oreja.

Isso é o que eu quero. E eu não partirei daqui até que ele aceita. [Eso es lo que quiero. Y no me iré de aquí hasta que él acepte] —respondió el joven, cruzándose de brazos. La familia española veía todo sin entender nada de lo que decían.

—Você nem mesmo saiba se o Guillermo for alegre, ele pode o odiar o Samuel [Ni siquiera sabes si Guillermo es gay, él te puede odiar Samuel].

Eu não desejo isto. Eu sei que eu posso conseguir que ele se apaixone por mim. [No me importa. Sé que puedo conseguir que se enamore de mí] —aseguró Samuel. Su padre suspiró derrotado.

—¿Estás seguro?

—Completamente.

—Bien —dijo resignado Raúl, girándose nuevamente hacia Orlando—. Mi hijo pide que cuando Guillermo cumpla los dieciocho años... —miró a Samuel y éste lo alentó para que prosiguiera con un movimiento de mano— se case con Samuel.

—¿¡Qué!? —exclamó Guillermo, levantándose de su asiento con la boca abierta de par en par-. No, no, no. Padre, no puedes aceptar esto, yo no soy maricón y tengo el derecho de casarme con quien quiera. Este imbécil no puede llegar y...

—¡Silencio! —dijo Orlando—. Yo soy quien toma las decisiones aquí, no tú.

—Pero padre yo...

—Guillermo, basta —ordenó María con su voz acompasada—. Tu padre sabrá qué hacer.

El pelinegro bufó indignado volviendo a sentarse. Lo único que esperaba y rogaba en su interior era que su padre no aceptara tal locura.

—¿Tienes en cuenta de que él es mi heredero al trono? —preguntó Orlando a Samuel.

Sim.

—¿Y qué piensas hacer si no tendrían descendencia?

—Usted tiene otro hijo ¿no?

—Sí.

—Pues ya está. Que él sea su heredero.

Orlando lo pensó por unos minutos. Guillermo no podía creer que aquel sujeto estuviera pidiendo algo así. ¿No podía ser dinero? ¿O tierras? ¡Por último su hermana menor! ¿Por qué diablos tenía que ser él?

—¿Es lo único que quieres?

—Lo único.

—¿Te harás cargo de su bienestar y felicidad?

—Hasta el fin de mis días.

—Bien, entonces está hecho. Dentro de un año te casarás con Guillermo.

El nombrado saltó de su silla nuevamente.

—¿¡Qué acabas de decir!?



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