Llegó papá

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-Yuri Plisetsky... ¿Quiénes son ellos? - fue lo único que pudo vociferar Víctor al entrar.

Era de madrugada, después de recibir esa extraña llamada del rubio, inmediatamente salieron corriendo de su hogar para ir a socorrer a Yurio.

Se preocupaban mucho por él, así que no podían evitar tener los nervios de punta cada vez que el muchacho saliera de noche y regresara con un aspecto deplorable al día siguiente.

Víctor no quería alarmar a su esposo, así que sólo intentaba convencerlo que Yurio pasaba por una etapa de excesiva libertad; pero, la verdad, quien más miedo sentía hacia el futuro del rubio era él mismo.

Él, en sus tiempos de juventud, también se dedicó a disfrutar de las cosas que el dinero y su belleza le conseguían, varias veces duró fuera de su hogar todo el fin de semana, se acostaba con cualquier persona que le pareciera atractiva, independientemente del peligro que conllevaba el meterse con completos desconocidos, tomaba en exceso, se drogaba lo suficiente como para no ser echado de las competencias, pero, al final de todo, una noche en particular, cayó en el pensamiento de que su vida estaba totalmente vacía, de que no era el ser perfecto que todo el mundo alegaba, sino todo lo contrario, un pedazo de basura muy bien pulido por fuera, pero, a fin de cuentas, escombro.

Esa noche, de no ser porque Yakov llegó de imprevisto a su departamento, las sobredosis de narcóticos con alcohol hubieran cumplido su propósito de terminar con su existencia.

Después de eso, fueron duros meses de terapia, pero al final, pudo enderezarse, levantar de nuevo la cabeza y proclamarse el mejor del mundo. Y cuando Yuuri apareció en su vida, por primera vez se sintió totalmente dichoso.

Y no quería que Yurio pasara por eso, mucho menos quería siquiera imaginarse que alguien no llegara a tiempo para salvarlo, justo como Yakov y Yuuri lo hicieron con él.

Sin embargo, a pesar de que daría lo que fuera para poder sacarlo de ese agujero, sabía por experiencia propia que solamente Yurio tenía el poder de decidir enderezar su vida, nadie más.

-El grande es Vladimir y el saco de seda atigrada se llama Charlotte -dijo Yurio, sintiéndose de pronto demasiado pequeño ante la mirada de los mayores.

Sabía que no tenía el mejor aspecto, ni él ni los niños, ¡Maldita sea, que en su desastroso intento por limpiar a la niña terminó envolviéndola torpemente con una sábana!

Y estaba totalmente seguro de que Vladímir fingió no saber nada del asunto sólo para poder mofarse internamente de él, carajo, que no necesitaba hablar para hacerle sentir un idiota.

-...Claro -dijo Yuuri, intentando encontrar las palabras adecuadas - Yurio... ¿Qué hacen ellos aquí? -preguntó mientras señalaba a los pequeños sentados en el montón de colchas y cojines del piso.

¿Debería llamar a alguna especie de doctor que comprobara el estado mental de Yurio?

-Me los encontré hace unas horas mientras venía del departamento de... alguien -decía mientras alzaba los hombros de manera despreocupada y les aventaba otro trozo del paquete de galletas que encontró debajo del sillón, lo más curioso del caso, es que los dos niños y el gato los atrapaban de manera divertida.

Como aventarles comida a los animales.

Si, definitivamente Yurio necesitaba ayuda de un psicólogo de manera urgente.

-Este, Yurio ¿Cómo decirlo? -decía Yuuri tragando saliva de manera pesada.

-No puedes tomar niños y llevarlos a tu casa, está mal - completó la frase Víctor, hablándole como si fuera un niño pequeño que llevaba algún animal a casa. -Sus padres deben de estar muy preocupados por ellos ¡Pueden incluso acusarte de secuestro!

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