Capítulo 4 (Parte 2)

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Cuando Bruno volvió a tomar las riendas de su mente y la ató a un árbol, todo lo que pudo hacer fue mirar a Fernando con extraña melancolía, como si lo hubiera conocido en otra vida, pero en la que vivía ahora tuviera que resistirse de entregarse a sus brazos.

Sus pasos marcaban el son de la noche, mientras los grillos cantaban la melodía que los envolvía. Bruno bajó la cabeza, para oír todo lo que Fernando tuviera que decir.

Eran temas triviales, sí, pero llenaban su corazón. Oír cada sílaba que tuviera que decir Fernando era señal de regocijo, y sonreía al más mínimo atisbo de gracia, con cierta liviandad que sólo brinda el amor y el alcohol.

Los autos pasaban con prisa nerviosa por la calle contigua a la vereda por la cual caminaban, y todo aquelll junto era armonioso. Como si la noche y todo su contenido se hubiera puesto de acuerdo en agasajar a dos invitados, uno encantado, y el otro metido en una conversación que tenía que ver con padres y su trabajo.

Fernando mencionó algo como que sus padres estaban ausentes la mayoría del tiempo, pero Bruno no pudo estar de acuerdo en lo absoluto. Sintió una espina de culpa en su pecho por siquiera pensar en ignorar a sus padres, viendo las circunstancias por la que pasaba aquel chico de ojos apagados. Una disculpa casi se deslizó por sus labios.

Bruno observó los ojos de Fernando una vez más y, aunque tenía que levantar la mirada, no le importó que él lo notara. De hecho, sí lo notó, y Fernando decidió mantener su mirada en los ojos oscuros de Bruno. Éste último estaba bajo un hechizo que tardó en romper, al bajar la vista al suelo, a sus pies, algo adormilado por el encanto que le había ocasionado.

Como era costumbre entre ellos dos, ambos lanzaban irónicos chistes al aire helado, esperando que el otro lo capte. Más de una vez se escaparon sonrisas y miradas de complicidad.

Para cuando habían llegado a la parada del transporte, se hallaban atrapados en una controversia entre videojuegos.

-Los de guerra son mis favoritos, definitivamente -dijo Bruno, apoyándose en una baranda.

Fernando lo miró como si estuviera loco.

-No has probado nada más. Definitivamente -dijo, mirándolo, sin mirarlo en realidad.

Era algo que hacía Fernando, aquello de mirar al frente, pero a la vez mirar a Bruno de alguna forma. Él lo sentía así, como si lo estuviera mirando todo el tiempo, aunque no pusiera sus ojos en él.

-Puede ser... -comenzó a defenderse Bruno-. No tengo tiempo para esas cosas.

Y ambos rieron, porque, aunque el colegio les diera trabajo, aquello no era cierto.

Una brisa sopló fuerte y le heló la cara a Bruno. Detrás de ellos pasaba un canal, lo que hacía que la brisa se enfriara todavía más.

Estaban frente a una carretera muy transitada, en la que había un gran cartel de LEDs colgado desde uno de los edificios, justo en la esquina. La luz les iluminaba la mitad del rostro cuando se miraban y Bruno habría pensado que era un tanto romántico, de no tener que haberse preocupado de buscar algún modo de descongelarse los dedos.

Bruno se puso uno de los auriculares que llevaba colgados del cuello de su abrigo. No era que Fernando lo aburriera ni nada menos, sólo que cuando él escuchaba música, se sentía infinito en muchos sentidos. Cuando volvía escuchar esa pieza que estaba escuchando en un momento futuro dado y cerraba los ojos, volvía exactamente al momento que pretendía recordar.

Volaba del presente al pasado con un solo cerrar de ojos, y aquella era la razón que casi todo el tiempo llevaba uno de los auriculares en su oído.

Se apoyó contra la baranda del canal y se relajó. Se alejó del frío y de los nervios que lo hacían temblar. Comenzó a escuchar a Fernando con otros oídos y su voz se profundizó. No dijo una palabra más, sino que se limitó a escuchar y a observarlo.

Tomó nota de sus ojos, que parecían traspasar su cuerpo, y su voz profunda. Su piel y sus labios llenos. Los vellos incipientes de su barbilla y sus cejas, que parecían dibujadas al carboncillo.

Comenzó a sonar una de las canciones favoritas de Bruno y su relajación llegó a su apojeo.

«You're driving me wild... wild... wild...»

Miró los ojos oscuros de Fernando.

«You're driving me wild... wild... wild...»

Luego, aquella sonrisa tan cálida.

«You're driving me wild... wild... wild...»

Y luego, tuvo que apartar la vista.

«You're driving me wild... wild... wild...»

Bruno se mordió el labio y cayó en la cuenta, ese día, apoyado sobre la barandilla, con Fernando frente a él, peligrosamente cerca, no sólo le gustaba....

Sino que estaba enamorado de él. Realmente enamorado.

Un Punto Ciego [Pausado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora