Traian por fin avanzó. Temía que decidiera soltarme y salir corriendo a partirse de la risa, pero permaneció impasible, rodeado de esa aura de serenidad y determinación que me hacía preguntarme por qué se preocupaba tanto por mí. Algunas cosas podía entenderlas, pero él era tan bondadoso que parecía irreal; temía descubrir que tenía intenciones ocultas después de todo y que terminaría siendo igual o peor que Sebastián. Los hombres perfectos no existían y eso me hacía preguntarme qué era lo que Traian intentaba tan duro de ocultar. No podía dar protección y cariño a una desconocida si no había una razón que motivara sus acciones.

Dio los pasos que faltaban y me colocó en la cama con suavidad. Perdí la sensación de firmeza de su pecho y fui engullida por almohadones de terciopelo. No podía dejar de observarlo al alejarse de mí; sabía que debía parecer perturbada al no hablarle y contemplar su rostro fijamente, pero había algo que me mantenía allí, sin perderlo de mi vista para asegurarme de que todo lo que estaba pasando era real.

—¿Quieres algo? —preguntó, cruzando sus brazos sobre el pecho y mirándome hacia abajo—. ¿Un té? Aunque realmente deberías comer.

—No tengo apetito —susurré, no porque me preocupara que nos escucharan sino porque mi garganta estaba cerrada.

—No comes desde el desayuno. —Sentenció—: Necesitas alimentarte. Ángela, no puedes echarte a morir por la noticia. —Abrí la boca con indignación, pero levantó una de sus manos y me interrumpió—: No digo que no sea duro. Lo es, créeme, pero deprimirte no ayudará a la madre de Videla ni hará algo por ti.

—Un emparedado —acepté sin querer discutir por el tema—. Me prepararé uno.

—Yo lo haré. Espera aquí.

Giró, a punto de marcharse. No sabía si se debía a todo el estrés emocional y a la fatiga física que había experimentado ese día, pero una llamarada de enojo comenzó a arder dentro de mí. Me encontré con la suficiente energía para sentarme sobre la cama y cuestionar con voz dura:

—¿Por qué haces esto? ¿Por qué me ayudas?

Volteó sorprendido, pero lo ocultó de inmediato. Comenzaba a molestarme que pudiera esconder tan bien algunas de sus emociones y en cambio yo fuera un libro que cualquiera podía leer y manipular a su antojo.

Traian me observaba, furiosa sobre la cama, y de seguro se cuestionaba por qué se tomaba tantas molestias conmigo cuando podría estar divirtiéndose con sus amigos. De cualquier forma, permaneció sosegado y respondió:

—Me preocupo por ti.

—¿Por qué? —insistí. Necesitaba saberlo. Un chico nunca se había preocupado por mí como lo hacía él. ¿Qué planeaba? No tenía idea pero me ponía de los nervios pensar en que en el minuto en que yo comenzara a encariñarme con él, simplemente se iría porque ya habría conseguido lo que quería.

—Haces que sienta... cosas.

—¿Qué cosas? Dios sabe que no te entiendo nada, Traian.

—Tu cabello —de pronto bajó la voz, casi como si susurrara. Eso me hizo preocuparme muchísimo y me llevé una mano a mis rizos dorados.

—¿Qué hay con él?

—Es igual al de ella. —Tragó con fuerza, su cuerpo pareció tensarse. Desde la cama pude percibir cómo su respiración se agitaba.

Sabía que era una apuesta arriesgada, pero tenía que intentarlo. Mi interior rugía ante la repentina necesidad de saberlo. Si se molestaba o si yo estaba equivocada, tendría que afrontar las consecuencias después. Así que enderecé mi postura y con una voz de aparente calma, pregunté:

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora