Heather.



Suspiro viendo cómo mueve su cabello. Es absolutamente hermoso. Pero nadie parece tomarle atención. Y no sé por qué. En serio no sé, él debería tener una club de admiradoras, como mínimo. ¿Ojos verdes y cabello castaño? ¿Quién se resiste a eso? 

No obstante, no lo toman en cuenta como potencial novio. Suele sentarse al último, siempre vistiendo de negro y se aplica delineador, suena gay, pero le queda jodidamente bien. Hace que sus ojos se van tan verdes que dan miedo. 

Bueno, estoy mintiendo. Sí hay chicas a su alrededor, pero no tantas como se esperaría de un chico como él. 

Me obligo a apartar la vista de él, prestando atención a lo que dice el profesor. Habla sobre algunos temas de la gramática, pero yo estoy ansiosa a que llegue la clase de redacción. Me exprimen hasta la última gota de imaginación, pero vale la pena. Porque al final de la clase puedo sentirme bien conmigo misma, y decir que voy avanzando. 

Con esto no insinúo que soy la mejor escribiendo, pero admito que puedo mejorar, o al menos creo que tengo una base desde donde partir hacia adelante. Pero esa clase me toca mañana. Siendo estúpida no la puse en el horario diario, pero para el siguiente ciclo lo haré. 

Lo que dice el profesor se torna aburrido, y su imagen es demasiado monótona, así que despego mi mirada de él, paseándola por el salón. Paredes blancas, atravesadas por ventanas gigantes, éstas cubiertas con cortinas cremas (y sucias, ¿desde hace cuánto no lavan esas telas?). El pizarrón verde, colgado en medio de la pared, coronando el aula. Carpetas anticuadas individuales, hechas de madera que dejan el culo plano. Losetas marrones salpicadas de beige. El podio de profesor también es de madera. Y tenemos éstos horribles focos fluorescentes alargados. Y un ventilador. Solo uno, y está malogrado. 

Sin embargo, por más rústico (por no decir viejo y mohoso) que pueda resultar este lugar, para mí es una oportunidad. De demostrar que puedo ser quien soy, y estudiar lo que quiera. De poder desarrollarme como desee, y no limitarme a las expectativas de los demás. Así que sí, ese sucio edificio es mi oportunidad de sacar lo mejor de mí.  

Una mano cae sobre mi hombro, sacándome de mis pensamientos, yo frunzo el ceño y me giro a ver quién es. Alison, la chica que se sienta a mi izquierda es la causante de aquel toque. Le arqueo las cejas, sin preocuparme en mostrar amabilidad. 

—¿Puedes darle esto a John? —pregunta, extendiéndome un papel. 

—¿Tengo cara de mensajera? —respondo, acentuando mi ceño fruncido.  

—Eh... yo... solo —tartamudea. 

Pongo los ojos en blanco y le arrebato el papel, susurrando una maldición. Porque John es él. El chico por el cual he suspirado desde que entré a la universidad, el mismo que no parece haberse dado cuenta de que existo. 

Estiro la mano con el papel hacia John. Le toco ligeramente el hombro, y oh, mi Dios, es la primera vez que tengo contacto físico con él. Su hombro se siente tan bien. Gira su rostro hacia mí, con su ceja izquierda alzada. 

—La chica de allá te da esto —digo, señalando a la pelirroja que se encuentra con una sonrisa.  

Vuelvo mi vista nuevamente hacia John, que solo me da un asentimiento de cabeza. Y un rastro de una sonrisa. Sonrisa. Casi me sonríe. Coge el papel y deja de mirarme, dándole una sonrisa completa a la pelirroja. La emoción se desinfla dentro de mí, pero me fuerzo a no pensar en ello. 

Volteo mi rostro hacia el profesor, que está enseñado los tipos de coma, cómo usarlos y reconocerlos. Pero el tema no llama mi atención. 

Sonrisa. No a mí. Dientes blancos y perfectos. Tiene la sonrisa ladeada, hermosa. No a mí, a una pelirroja. Pelirroja estúpida. No me cae. Pelirroja rima con perra. Bueno, no. Pero no importa. 

Rompiendo estereotiposWhere stories live. Discover now