—Tengo diez kilos de más, campeón. Me urge comenzar la dieta.

Traian bajó el tenedor y lo dejó en su plato con un pequeño estrépito. Me alegraba que renunciara porque definitivamente yo no iba a permitir que me diera de comer. Era increíblemente extraño y parecía un acto tan íntimo que analizarlo demasiado podría sacarme de quicio.

—¿Por qué eres una chica tan difícil? —cuestionó.

—Creo que de otra forma no te interesaría.

Me arrepentí en cuanto las palabras salieron de mis labios. ¿En qué estaba pensando? Sugerí que yo le interesaba y él podría tomarlo en el sentido romántico. Me sentía tan avergonzada. Abandoné mi asiento de un salto y sin atreverme a mirarlo caminé hasta la televisión de la sala y la encendí. Necesitaba que la voz de un extraño inundara mi casa ante el repentino, aunque justificado, silencio de mi invitado. Temía que respondiera mis últimas palabras porque sabía que me haría sentir aún más humillada. Tendría que aprender a cerrar mi boca.

—Mira —señalé el televisor, necesitando borrar la repentina incomodidad— es Sandra Bullock. Me encantan sus películas.

Me senté en el sillón y clavé mis ojos oscuros sobre el televisor. Realmente no tenía idea de qué película era, pero tenía los músculos del cuello tan tensos que podría partirse a la mitad. Me negaba a mirar hacia la derecha, donde Traian permanecía en silencio mientras terminaba de comer. Sabía que ambos estábamos pensando en lo que yo había dicho y no sabía qué más hacer para que lo olvidara. Sería más cuidadosa a la hora de abrir la boca a su alrededor.

—Ella es genial —volví a hablar después de un rato de crudo silencio. Seguía sin saber de qué iba la película, solo veía a la actriz peleando contra tipos enmascarados—. Mira esos movimientos, es una mujer increíble.

Escuché las patas del asiento rasgar el suelo cuando Traian se levantó. Yo podría hacerme pasar perfectamente por una estatua de mármol en ese momento. Lavó los platos en el fregadero, los secó y los guardó. Debo confesar que estaba espiándolo un poco por el rabillo de mi ojo. Le tomó un par de minutos y entonces ni la película fue capaz de apaciguar la incomodidad que nadaba entre los dos.

Inhaló aire como si lo necesitara. ¿Planeaba venir a decirme unas cuantas verdades? Con mi visión periférica supe que se dirigía hacia mí. Fingí estar profundamente interesada en la extraña escena que se estaba desarrollando en la pantalla, decidida a ignorar la manera en la que se erizaron los vellos de mis brazos cuando se detuvo a mi lado.

—¿Verás la película conmigo? —por más que lo intenté no logré camuflar el nerviosismo de mi voz.

Se sentó. Permanecí tan quieta que no era natural. Sabía que cualquier movimiento de mi parte haría que nuestros cuerpos se rozaran, pues el sillón no era de un tamaño muy grande. Si estiraba mi brazo podría tocar su pierna y si giraba mi cabeza solo estaría a unos cuántos centímetros de la suya.

Percibí su mirada en mi perfil. ¿Qué tanto observaba? Casi podía sentirla como una caricia sobre mis facciones. ¿Se estaría preguntando qué tan mal de la cabeza estaba yo como para sugerir que tenía algún tipo de interés romántico en mí?

—Tienes razón —dijo al final.

—Sí —tragué. Los nervios me hacían juguetear con las manos en mi regazo—, es una actriz estupenda.

—No me refería a eso —pronunció con lentitud.

A partir de ese momento, ninguno de los dos volvió a hablar. Íbamos por la tercera película cuando me quedé dormida.

 Íbamos por la tercera película cuando me quedé dormida

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Latido del corazón © [Completo] EN PAPELWhere stories live. Discover now