1.

7K 825 1.4K
                                    


El reloj marcaba las 19:50, faltaban solo diez minutos para poder volver a su casa. Comenzó a acomodar las cosas que se encontraban en el inmaculado mostrador blanco. Fue hasta la cocina para lavar el vaso que había usado y, al volver, se encontró con Ray, sentado en la mesada comiendo una galleta que había agarrado del plato donde estaban exhibidas.

—Vas a tener que pagar eso —lo señaló el más bajo mientras se desataba el delantal.

—Oh, yo también te quiero Frankie —respondió el rizado haciendo una mueca.

Una vez se hubo despojado de su uniforme (si podía llamarse así), procedió a guardar sus cosas en la mochila que estaba sobre el banco alto en el que pasaba todas sus tardes de trabajo.

—Faltan 5 minutos para que cierres —comentó Ray mientras terminaba la galleta y bajaba del mostrador—. Vamos por unas cervezas, si?

—Como digas, cariño —respondió sonandose los nudillos mientas sonreía de lado.

**

Abrió los ojos lentamente, pero todo lo que vio fue oscuridad. No sabía dónde se encontraba, lo último que Frank podía recordara estar sentado en un parque con Ray, tomando cerveza y riendo de cualquier cosa.

Se enderezó de golpe y sintió que moriría en ese mismo instante. Cerró fuerte los ojos mientras se agarraba la cabeza. Pasaron unos segundos hasta que el dolor punzante que taladraban su cerebro se calmó y solo entonces se permitió abrir los ojos. A medida que estos se acostumbraban a la oscuridad pudo distinguir su cajonera, mecita de luz y televisión.

Se encontraba en su casa, bien, eso estaba bien.

Comenzó a palmear su cama en busca de su celular, fallando en el intento. Extendió su brazo hasta la pequeña mesa al costado de su cama. Pasando su mano por toda la superficie, casi tirando el velador un el proceso. Una vez sintió la forma de su teléfono bajo su palma, lo agarró y miró la hora en la pantalla, eran las 14:25 hs. Se paró rápidamente buscando ropa limpia y arrojándola a su revuelta cama. Tenía que estar en la pastelería a las 16:00 para cubrir su turno.

En cuanto puso en pie en la sala de estar, distinguió la figura de Ray en su sillón barato. Simplemente genial. Decidió que luego se encargaría de eso, y se metió en el cuarto de baño para darse una refrescante ducha.

Una vez estuvo cambiado revisó la hora en su teléfono, tenía 60 minutos, así que se mantuvo tranquilo y fue hacia la cocina. Allí se tomó una pastilla y se puso a buscar en el refrigerador algo para comer, ya que si no alimentaba a su rizado amigo probablemente terminaría por dañar su integridad física o mental.

Encontró media pizza que probablemente llevaba allí metida dos días, hizo una mueca al recordar ese detalle, pero no olía a podrido, por lo que decidió calentarla.

Una vez que dejó la pizza recalentada sobre la mesa fue hasta Ray y lo sacudió suavemente, a sabiendas de que no funcionaría. Fue aumentando la intensidad de sus sacudidas hasta casi tirarlo del sillón. De mala gana agarró un almohadón y comenzó a golpearlo.

Estaba a punto de rendirse cuando el rizado abrió los ojos, incorporándose.

—Ugh, Frank, que pasó anoche? —dijo arrastrando un poco las palabras.

—No tengo idea —suspiró, tendiéndole una pastilla para el dolor de cabeza y un vaso de agua.

—Gracias, amigo —el rizado tragó inmediatente la pastilla y se puso de pie, caminando hacia la mesa.

Durante su desayuno/almuerzo intentaron reconstruir mentalmente sus acciones de la noche anterior y averiguar cómo habían llegado a la casa de Frank, cosa que no lograron. En cuanto terminaron, el más bajo fue a preparar sus cosas para el trabajo mientras el rizado levantaba la mesa (y con levantar la mesa se refería a tirar el cartón de la pizza).

Una vez guardó todo lo necesario para su aburrida y monótona tarde, decidió mirar la hora en su celular, solo faltaban 15 minutos para que su turno comenzara. Soltó un suspiro y agarró sus llaves, abriéndose paso hacia la sala donde Ray se encontraba sentado en una silla jugando con su celular.

—Vamos, Rayito de Sol, entro en 15. —lo apuró Frank.

El otro sólo asintió y se paró, caminando hacia la puerta.

Caminaron unas pocas cuadras hasta llegar a la puerta de la pastelería y se despidieron con un abrazo. Una vez que el castaño entro, cambió turno con su compañero, Matt si no se equivocaba, y se pudo su delantal, abrió sus brazos frente al mostrador, respiró hondo, sonrió y se sentó en su aplasta-culos oficial de cada tarde (excepto los jueves).

Atendió a un puñado de clientes hasta que el reloj de su teléfono marcó las 18:00, y no pudo evitar pensar en Gerard, el chico que había uso el día anterior, con su extraño sweater rosa. Y tal como si lo hubiera invocado, él apareció por la puerta, con una sonrisa, las mejillas sonrojadas y un lindo sweater, solo que esta vez, era gris claro y con punto trenzado (demasiado grande, como el del día anterior)

—Hola Gerard —Frank sonrió al saludarlo y estiró la mano por encima del mostrador.

—Hola, Frankie —se sonrojó en cuando dijo ese apodó y abrió un poco los ojos, pero al ver que al castaño no le molestó que lo llamase así se tranquilizó y, levantando la manga de se abrigo para que su mano quede descubierta, la estrechó con la que el otro le tendía.

Frank se quedó pensando en lo suave y sensible que se sentían los dedos de su cliente y luego cayó en cuenta de que ya llevaban tocándose unos cuantos segundos. Miró al chico del otro lado de la barra y este solo le sonrió, así que no se preocupó por el tiempo extra en los que sus manos siguieron pegadas, y la retiró muy lentamente.

—Y... ¿Qué vas a pedir hoy? —preguntó con una media sonrisa.

— En realidad... Vine por el chocolate de ayer... ¿sigue la oferta? —preguntó con un sonrojo creciente en su cara u mostrando sus pequeños dientes un una sonrisa. Y Frank pudo haber muerto ahí, sabiendo que tenía frente a sus ojos la vista más tierna de la Galaxia.

En vez de responder, el enano caminó hacia el termo previamente preparado, tomó dos tazas y las llenó del espeso líquido marrón. Una vez estuvo frente a Gerard, le entregó el recipiente humeante y empezaron a hablar de diferentes cosas, como la música que escuchaban (no tenían exactamente los mismos gustos, pero a ambos les gustaba The Smiths), su gusto por los animales y descubrieron la edad del otro (Frank tenía 20 y Gerard 24).

Luego de un rato tonteando, llegaron mas clientes, por lo que el castaño tuvo que ir a atenderlos y, a su regreso, se dio cuenta de que el pelinegro había estado parado todo ese tiempo y fue a buscarle un banco idéntico al que él tenía en su lado del mostrador.

**

En cuanto Frank se quiso dar cuenta, ya faltaban 30 minutos para cerrar. Tal vez hizo una mueca, tal vez no, porque en cuanto miró la hora, Gerard se puso de pie.

—Creo que ya debería irme —dijo bajito. Y el chico que se encontraba frente a él se decepcionó un poco, realmente se lo estaba pasando muy bien.

—No, ¿no querrías ir a comer algo? —el mas bajo dijo lo primero que se le vino a la cabeza y el de sweater gris levantó las cejas.

—Nos conocemos de dos días, ¿no te parece un poco rápido? —comentó algo avergonzado.

Frank solo se encogió de hombros, dedicándole una sonrisa a Gerard, y este solo asintió suavemente y con un sonrojo bastante fuerte dijo algo como "está bien" que el otro solo oyó porque estaba frente suyo.

N. De la autora: deberían agradecerme por las imágenes mentales que les estoy dando de Gerard ahre

Sweater's BoyWhere stories live. Discover now