4 de Septiembre: día de recuerdos (parte I)

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¿Se han preguntado alguna vez, qué pasaría si las decisiones que han tomado fueran diferentes? ¿Qué pasaría si el mundo no avanzara como hace?

Las posibilidades se vuelven infinitas.

Quizás existe un mundo paralelo donde yo soy un chico con una vida tranquila, lejos de la guerra y el odio. Quizás soy un campesino, o tal vez un estudiante de los números que solo quiere obtener una profesión digna con la cual poder mantener a su familia. Quizás estoy casado con una bella mujer que me mira con un profundo amor cada vez que despierta junto a mí, e incluso podría tener hijos con los que jugar cada tarde al llegar del trabajo, pero todo eso importa una mierda.

Considerando que la vida no se arma con un montón de "quizás", me conformo con pensar que todas mis decisiones me han traído aquí.

Pero para poder comprender el trasfondo de lo que hablo, debo comenzar desde un principio.

Mi nombre... es Louis Lehner.

Edad... Veintiséis años.

Profesión... Conocido músico y exitoso abogado alemán, pero la vida es un conjunto de cambios a los que debemos adaptarnos y tal como el gran Darwin describió en su teoría evolutiva, en la lucha por la existencia, solo el más fuerte sobrevive.

Sé que a pesar de no ser lo correcto, esto es lo más conveniente y por eso, no con orgullo, debo decir que actualmente formo parte de las tropas nazis.

—¡EIN!

Cascos fijos.

—¡ZWEI!

Rifles cargados.

—¡DREI!

Filas cerradas.

—¡VIER!

Hora de la caza... Tiempo de tomar mi humanidad para poder enterrarla en lo más hondo que mis manos cubiertas de sangre inocente me lo permitan.

—¡März!, ¡März!, ¡März! —Oigo como si una música ambiental inundara todo el campo abierto, donde los jefes de tropa dan órdenes a los soldados más jóvenes.

—¡Oficial Lehner! —habla un soldado pidiendo permiso para dirigirse, poniéndose rojo del esfuerzo que realiza para hacerse oír por sobre el alboroto.

—¿Sí, soldado? —pregunto desde mi posición con la voz dura, transmitiéndole quién es el que lleva el orden de este pelotón.

—¡Señor, las filas están listas! —grita a todo pulmón sin mirarme a los ojos, temeroso de recibir un golpe porque ha faltado el respeto a un superior.

—¿Cuántos son? —digo sin siquiera intentar recordar su nombre, no porque no me interese, sino porque son tantos y tantos los que mueren a diario en el campo de batalla, que no vale la pena. Porque cuando la muerte es parte de tu día a día, nadie importa realmente.

—¡Son 239 soldados, señor!

—Envía 200 al frente, los más jóvenes vienen conmigo. Vamos a buscar algo de basura y a forjarles un poco el carácter a estos niños —expreso con gracia mientras me doy la vuelta para ver los cientos de hombres que se desplazan de un lado a otro, en lo que resulta el caótico pedazo de tierra que usamos para distribuir las tareas entre los participantes del ejercito.

—¡Señor, sí, señor!

Lo veo dar instrucciones para organizar rápidamente y cumplir las órdenes que yo he dado, porque yo soy el Hauptscharführer*, suboficial superior de las escuadras de defensa.

4 de Septiembre: día de recuerdosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora