I

143 16 18
                                    

Me siento solo.

La sensación de la opresión me taladra la mente mientras observo a todos lados viendo una única cosa: huevos, y ramas. Y es que, yo fui el primero en liberarme de aquella cárcel ovalada.

He sido el primero de mis cinco hermanos en salir del cascarón, y, tras dos semanas, la cosa no ha cambiado, y empiezo a preocuparme. Quizá les haya pasado algo.

Una presencia que si ha estado, ha sido mi madre. No era como me imaginaba. Mis débiles y novatas plumas son azuladas, y veo las suyas, y solo me recuerdan a las ramas que recubren el nido, que es el único mundo que he visto desde la salida del huevo, aunque quizá sea lo normal.

La verdad, es que soy feliz aquí, ignorando el hecho de que el resto de huevos aún no se han roto. Mamá me trae la comida, estoy cómodo, aunque ella no parece muy preocupada por los otros. Aun así, hay algo que aún no llego a comprender: volar. Y es que, eso es lo que se supone que nos caracteriza a los pájaros, pero cada vez que observo fuera del paisaje de ramas, todo el árbol empieza a temblar, y me refugio entre mis hermanos para no desprenderme de mi hogar.

Hace poco, escuché voces. No las entendía, sino que sus tonos me transmitían preocupación:

-¿Hueles eso?

-¿Tú también? Es como... A podrido, ¿no?

-¿Qué será?

Sus manos aparecieron, como garras, y se los llevaron. A todos. Es como si estuviesen moviendo todo el mundo, y yo no encontraba escapatoria. No podía volar, no podía huir de aquellas aterradoras manos... Y entonces, me cogieron. Sus ojos se asomaron, mirándome incrédulos, como si fuese un monstruo extraño, y me volvieron a dejar al instante, pero el resto no tuvieron la misma suerte. ¿Dónde estaba mamá?

Y por eso me decidí a aprender a volar. Poder tener la opción de huir para ir y ser libre. Encontrar esa paz de la que tanto se habla.

En cuanto observé el suelo a esta altura, me refugié de nuevo en el hueco vacío del nido, y recordé el miedo de aquellas grandes manos que me atraparon, y funcionaron a modo de tapón en mis vías respiratorias.

Llamo a mi madre, en busca de una guía para aquella terrible tarea, pero lo único que escucho son las hojas susurrando, molestas por el movimiento que les causa el viento. ¿Qué hago ahora? ¿Y si las manos de aquellas bestias reaparecían?

Me tocaba refugiarme, a la espera de mamá, o de ellos... Solo me quedaba esconderme ante aquel terror e intentar sobrevivir hasta vislumbrar el marrón plumaje de la persona que me dio la vida.

Espero, y espero, incluso el manto que recubre el cielo se tiñe de un color anaranjado, y me doy cuenta de que no volverá. Quizá haya visto de lejos un vacío e su nido y... ha creído que cuidar de uno solo no merecía la pena.

Si no salía, mi vida iba a acabar ahí, y mis plumas eran demasiado nuevas para caerse.

Todo tiembla, ¿y si el árbol se está rompiendo? Da la sensación de que las ramas del nido se desprenden, más terrorífico que una lluvia de sangre, y eso son motivos aún mayores para alzar por primera vez el vuelo. Ahora no puedo echarme atrás.

Es hora de volar, de encontrar la paz al margen de mis hermanos no nacidos, de mi madre perdida, de los monstruos y sus garras.

Asomarme al exterior fue el primer paso, y caer lentamente al suelo fue el siguiente. Un movimiento constante de tonos marrones y amarillentos, mezclados con los pocos recuerdos que tengo de mi vida, mientras siento el pavor oprimirme el pecho. No es tan fácil extender las alas y planear como un águila rapaz, no si tienes el cuerpo congelado mientras sentía el tosco golpe contra el suelo. Quizá, la paz no esté hecha para mí.

Quizá, la vida tampoco.

VolarWhere stories live. Discover now