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Sabían su nombre y nunca lo pronunciaban. Creían que ya hace mucho había muerto, se había rendido ante sus pensamiento, aullaba en las noches de luna llena. Era un hombre sin cabales, no merecía ser llamado hombre, salía de noche y no regresaba y si lo hacía gritaba de dolor por las mañanas, era de esperarse su muerte aislada y en soledad. Era el dueño de aquel solar, de esas tierras que llevaban años sin ser cuidadas y siendo dejadas por la mano humana se entregaron a Gea y Cronos avanzó sin detenerse. El había muerto para la gente, el estaba hundido en el olvido y nadie se acercaba a sus tierras malditas porque se decía el había sido víctima de sus pesadillas y se quedaron en aquel lugar en cada rincón del bosque. Entre los naranjos y los limones, tras aquellos cedros y en busca de su próxima víctima.

Eso decía la gente que le temía a la verdad. Aquel hombre llevaba cicatrices por elección, en la piel, en el recuerdo y en el olvido. Cada cicatriz contaba algo nuevo y en su mayoría tenían tinta, nombres, armas y fechas que debían ser memorizadas. Llegue a este lugar como todo hombre que buscaba redención, estaba destruido y no había forma de recuperar el camino y menos cuando lo que se desea no es lo deseado. Buscaba paz y era lo que sin duda jamás iba a encontrar.

Tenía unos veinticinco años cuando decidí avanzar, dejar todo atrás, volver a empezar. Estaba exhausto, me daba asco la vida en la que vivía. Al final del día sólo existía un momento de descanso, volver a casa servirme un whisky, fumar un cigarrillo y ver a mi pequeña Aka mover la cola, escuchar sus aullidos y ver su pelaje rojizo en cada rincón de la casa. Solíamos andar por el parque a altas horas de la noche, íbamos siempre al mismo árbol, a ese viejo roble que parecía tener más historias que contar que las que yo me inventaba para dormir. Tenía más cicatrices que las que podían verse en mi torso, y aún así me sentía en sincronía con Rob, así llame a aquel árbol, a mi único amigo en los últimos 10 años. Aka recorría el parque y husmeaba a todo quien pasará, era una criatura adorable, una hermosa ráfaga de otoño al correr.<< Siempre te llevare en la piel.>>

Su expresión cambio por completo mientras las lágrimas mojaban las páginas de este relato.

Había buscado por el muchos años y al verlo encontré el reflejo que hace mucho no veía en algún ser vivo. Al principio sus historias parecían efecto del LSD o algún tipo de droga, pero con el tiempo descubrí que la verdad suele ser más cruda y difícil de asimilar. No siempre se encontraran nubes de colores, pero papá lo hacía, lo hacía antes de aquel día.

Solía despertar con estrellas, con sirenas, con unicornios y muchas veces con bailarinas; parece un disparate, pero así fue. No todas eran bienvenidas por Aka, se escondía tras la sala o muchas veces sentía sus ojos de demonio viendo mis actos y juzgándome como si pudiese hacerlo. Destripaba los cojines o rompía sus abrigos y bolsos, aullaba mientras ellas gemían, y parecía un acto salvaje, parecía un discurso entre bestias. En algún momento, las sirenas, las princesas, unicornios y estrellas se redujeron a una. A esa mujer, a quien le debo estás noches en soledad y tal vez tu existencia...

Sólo Where stories live. Discover now