Max: Mi Mejor Amigo

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Era el día de mi cumpleaños número 10. Mis padres se habían ido desde temprano a trabajar, tanto que no habían venido a desayunar conmigo. Aunque, a decir verdad, nunca habían desayunado, almorzado ni cenado conmigo en un cumpleaños. Ya era costumbre...

Desayuné con mi abuelita, que nunca me había dejado solo. Me ayudó a prepararme para ir a la escuela a estudiar. Ella me conocía, y sabía lo triste que me ponía sentirme tan solo en mi cumpleaños. Por esta razón, me preparó una fiesta sorpresa en la escuela, junto con mi maestra y amigos. ¡Fue un día maravilloso, gracias a mi querida abuelita!

Regresé a mi casa y aún mis padres no habían llegado. Sin embargo, ellos me habían dejado el regalo. Al entrar en mi cuarto, encontré una postal de cumpleaños que decía: "Para encontrar una razón para celebrar, en la sala debes buscar". Rápidamente bajé hasta la sala y rebusqué cada rincón hasta hallar otro papel que leía: "Intento fallido, busca donde no hay algo recogido". Por mi mente no pasaba la mínima idea de dónde podría encontrar la próxima pista, por lo que acudí a mi ángel guardián por una respuesta... "El garaje" me sugirió mi abuela. ¡Claro, cómo no se me había ocurrido antes! Mi papá no había mirado ese lugar en siglos, pues no había tenido tiempo para hacerlo. Tan rápido como pude, salí hacia el garaje para encontrar un pedazo de cartón que decía: "Si máximo gozo quieres tener, lo que hay en el cuarto de tus papás debes recoger".

Corrí tan rápido como la luz hacia el aposento de mis padres para encontrar una caja encima de la cama. La emoción corría por todo mi cuerpo, mi corazón trotaba tan rápido como un galgo veloz. Abrí la caja sin esperar, para encontrar el regalo más hermoso que he podido recibir en mis 26 años de vida. Lo vi allí, dormido como un ángel, tranquilo como la marea de noche serena. Allí estaba mi nuevo mejor amigo, mi nuevo confidente, mi nueva mascota, mi perro: Max.

No podía contener mi alegría y estallé a carcajadas y lágrimas de alegría. ¡Ya nunca más me sentiría solo! ¡Ya tendría confidente, compañía de travesuras y guardián de sueños por las noches! Desde el primer día, Max y yo nos hicimos los mejores amigos. Cada vez que regresaba de la escuela, él me esperaba moviendo su cola de emoción al verme. Se agarraba a mi pierna y mordía el ruedo de mi pantalón. Luego de cenar, sí, cenábamos juntos, llevaba a Max a dar su vuelta por el barrio y, en el parque, compartía con los demás perros que allí se encontraban. Así pasábamos la tarde hasta que regresábamos a la casa, tomaba mi baño y me sentaba a estudiar. Mi fiel amigo se quedaba sentado al lado de mi silla. Se cansaba de estar sentado y mirando con ojos curiosos, por lo que se acostaba en el piso un tanto aburrido o se ponía a jugar con los objetos que le tenía. Cuando llegaba la hora de dormir, Max subía a mi cama y se dormía a mis pies. Así transcurrieron los días, semanas y meses hasta que cumplí 18 años.

Cuando ingresé a la universidad, me tuve que mudar de ciudad y, lógicamente, de casa. Max se quedó bajo el cuidado de mi abuelita, de mi ángel guardián. Unos meses después de comenzar mi universidad, me contactan mis padres para informarme que mi abuelita estaba muy grave en el hospital. Aparentemente le habían detectado cáncer que ya se había metastizado y estaba en etapa terminal. ¡Mi mundo se vino abajo! ¡La mujer que había estado conmigo durante toda mi vida necesitaba de mí y yo no estaba presente! Corrí lo antes posible a buscar el primer avión que me permitiera llegar a mi ciudad. El único que encontré salía en 2 horas.

En el aeropuerto estuve corriendo de arriba abajo, dando vueltas rogándole a cualquier ser que pudiera escucharme, pidiéndole que mi abuelita estuviera bien y pudiera vivir. Al cabo de dos infernales horas, estuve en el avión y 30 minutos después aterricé. Volé al hospital para ver a mi ángel acostada en una camilla, con ojos caídos y con gestos de dolor.

- ¡Abuelita, abuelita! Aquí estoy, vine a verte...

- Hijo mío – me decía – que bueno que viniste a verme...

- No te vayas abuelita, eres lo único que tengo...

- Yo NUNCA te dejaré mi hijo, "quienes nos aman jamás nos dejan y yo estaré siempre en tu corazón".

- Abuelita, te amo, eres mi ángel guardián...

- Y tú... eres... la... luz de mis... ojos... - decía esforzada entre pausas-

Diciéndome esto, su mano perdió rigidez, y quedó colgando de la cama. Sus ojos caídos perdieron su brillo y su rostro no se quejaba más.

Lloré. Lloré como nunca lo había hecho. Grité al cielo, reclamando a todos los dioses por qué ninguno había oído la plegaria más pura de mi corazón. Llegué a casa y se me vinieron encima todos los recuerdos de mi abuelita querida. Sus mimos, sus desayunos, sus abrazos, sus besos, todo... Aún me quedaba algo que la había inmortalizado, y ese algo vino corriendo donde mi a morder el ruedo de mi pantalón. Solo me pude sentar en el piso a llorar y Max se sentó junto a mí, acariciándome con su patita como diciendo que todo estaría bien.

Luego de este incidente, pasaron varios años. Conocí a mi novia, que es actualmente mi esposa, mientras estudiaba en la universidad. Regresaba a casa en navidad y verano. Disfrutaba a Max todo lo que podía y a mis padres cuando podía. Así estuve hasta que me gradué a los 21 años. Mi familia completa vino a mi graduación, incluyendo a mi mejor amigo Max. Ese verano me casé y me fui a vivir con mi esposa en la misma ciudad donde estudiamos, y con nosotros vino Max. Dos años después tuve una hija, mi mayor amor y mi primogénita. La niña iba creciendo y compartiendo con Max al igual que la hermanita que nació cuando tuve 25 años. Ya tenía una familia completa: mi amadísima esposa, dos hermosísimas princesas y un compañero de vida excelente: Max. Para este tiempo mi perro tenía 15 años, algo inusual en un perro. Aun así, tenía muchas fuerzas y gran capacidad para amar.

Al transcurrir el tiempo, noté que Max estaba perdiendo fuerzas. Cada día notaba cómo sus ánimos disminuían y se le dificultaba estar parado. Ya su anciano cuerpo no podía resistir el peso de los años. El veterinario le descartó todas las posibles enfermedades, solo pudo decir lo viejo que era mi amigo fiel. Lo llevé a casa y lo dejamos acostado en su cama, durmiendo, tal y como estaba cuando lo vi por primera vez en mi cumpleaños número diez. Hoy cumplí 26 años y Max aún seguía aquí. Vine a su regazo a recordar todos los momentos hermosos que hemos vivido en estos 16 años que ha estado conmigo. Sus ojos me miraban con alegría y satisfacción, como dando gracias por todo lo que hemos vivido. Sin embargo, el agradecido era yo; su compañía fue mi cura ante la enfermiza soledad. Su cabeza esta recostada sobre mi muslo. Y mientras acariciaba su pelaje le decía:

- Max, recuerda que quienes nos aman jamás nos dejan, y tú estás en mi corazón amigo. ¡Te amo Max!

Y sin haber dicho algo más, mi amigo dio un suspiro de agradecimiento y liberó su alma ya cansada de tanto haber vivido. Un día de cumpleaños llegó a mí, y un día como ese se me fue. Pero al igual que mi ángel guardián, Max está en mi corazón, por lo que nunca estaré solo...


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⏰ Last updated: Jan 14, 2017 ⏰

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