La Congregación del Libro

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Fuera del santuario, los aldeanos se organizaban ya en procesión. En los últimos días, muchas jóvenes se habían ocupado de elaborar vistosas coronas de flores para adornar sus cabellos. Llevaban ofrendas de todo tipo: alimentos, piedras llamativamente pulidas o con destellos cristalinos, collares y pulseras multicolores e incluso algunos objetos de oro toscamente trabajados. Algunos artesanos portaban pequeñas y graciosas figuras en arcilla de la Diosa de la Luna, con sus característicos cuernos sobresaliendo de la cabeza.

La multitud dirigió sus pasos hacia el mar, llevando a la diosa y cantando sus alabanzas. El sol se ocultaba ya por el horizonte al llegar a la playa, y cuando la diosa fue instalada en la sencilla capilla de piedra al lado de las aguas, y las rocas frente a ella se cubrieron de flores y ofrendas, las primeras estrellas empezaban a brillar en el cielo. Luego, la muchedumbre se distribuyó alrededor de las hogueras, cantando y bailando mientras esperaban el banquete sacrificial.

Avanzada la noche, un arco de luz comenzaba a emerger donde el horizonte del mar se unía con las estrellas. El astro divino subía lentamente a la par que se agrandaba y redondeaba su forma. La multitud detuvo sus cánticos y se puso en pie, aguardando expectante el pleno triunfo de la diosa, su alzamiento y gloria en los cielos.

Sin embargo, se produjo algo muy distinto de lo que esperaban.

Al principio solo fue una pequeña luz titilando en el aire, alzada unos metros sobre la rompiente arenosa de las olas. Luego, con un raro chasquido, se extendió en un especie de rendija vertical, irregular y luminosa, hendiendo el tejido del espacio. Rayos brillantes emergieron desde ella abriéndose en abanico, oscilando a un lado y a otro, arriba y abajo, mientras la desgarradura espacial se hacía más grande a cada instante.

Un murmullo de asombro corrió por el gentío, estupefacto y temeroso. De pronto, la hendidura se abrió por completo en un círculo radiante y cegador que iluminó todo como si fuera de día. La multitud dio un paso atrás, alejándose aterrada de aquel desconcertante fenómeno y quedó a la expectativa en un gran semicírculo alrededor de la luciente abertura espacial. Esta no dejaba de ser recorrida incesantemente por vertiginosos haces de luz azulada. Un extraño olor a ozono impregnó la atmósfera.

Los aldeanos permanecían congelados, atemorizados, sin osar acercarse pero tampoco sin decidirse a huir. Algo se estaba materializando en el centro del círculo de luz: una figura humana.

Poco a poco, la circunferencia que la aureolaba se fue estrechando mientras la luz cedía. Pronto quedó reducida a un nimbo radiante, envolviendo la aparición. Los habitantes de Dilos pudieron ver, entonces, a una joven de gran belleza, cubierta con una blanca túnica, que refulgía serenamente sobre las mansas olas de la playa. Llevaba al cuello un brillante collar terminado en un medallón en cuyo interior se movían inquietas ráfagas de luz azul. Entre sus dos manos sostenía un cubo cubierto de caracteres desconocidos.

La mujer aparentaba alrededor de unos treinta años. Su semblante rebosaba calma y sabiduría. Una leve sonrisa curvaba sus labios perfectos en dulce expresión protectora. Sus grandes ojos verdes, iluminados todavía, parecían reflejar y comprender el asombro de los aldeanos que la miraban temerosos, algunos de los cuales se arrodillaban ya murmurando "¡la diosa, la diosa!", susurrando preces y haciendo genuflexiones. Un largo cabello castaño claro envolvía el maravilloso óvalo de sus facciones, para ir a caer en suaves volutas sobre los pliegues de la blanca túnica sedosa que cubría su pecho. Ceñida a la cintura por un cordón dorado, el vestido caía en hermosos pliegues hasta las bellas sandalias de plateadas tiras que cubrían sus pies. Entonces los posó sobre las primeras arenas.

***

Rijna aquietó su ánimo, inevitablemente sobresaltado por el desplazamiento. Recuperó su equilibrio psicológico y físico, violentado por la vorágine de la negra noche espacial y deslizó una lenta mirada en derredor. Vio a los pobladores de Dilos incorporándose, mirándola a su vez llenos de temor, y comprendió que debía tranquilizarlos lo antes posible. En una velocísima ojeada mental, sondeó sus conciencias y supo por qué estaban congregados allí. Reconoció sus creencias y cómo cierta afortunada casualidad había hecho que la mayoría comenzasen a creerla una pura encarnación de la Diosa de la Luna. Era la forma más conveniente de empezar y por eso les habló así, en su mente:

-Hombres y mujeres de Dilos. No temáis. No estoy aquí por enojo de la Diosa, sino por su amor a vosotros y porque os ha designado como merecedores de su bondad. Por eso me ha enviado a mí, Rijna, como sacerdotisa de su culto, para que levantemos aquí, sobre este viejo santuario, otro mucho mayor, el que la Diosa merece. En él, vuestro pueblo y adoradores de otras tribus podrán profundizar en los Misterios de la Divinidad, extendiendo su culto por el mundo. De esta manera la Diosa derramará sus bendiciones sobre todos vosotros...

Los aldeanos sintieron una caricia benefactora en lo más hondo de su conciencia, se sosegó su alma y llegó a ella una honda predisposición para entregarse a los designios de la Diosa y su sacerdotisa. Algunos se adelantaron hasta la línea de las olas, venciendo su temor, y ofrecieron sus coronas y sus regalos a la recién llegada, quien los aceptó con una suave sonrisa.

Rijna caminó sobre las arenas dirigiéndose hacia la capilla de las rocas. Todavía la recubría su aureola luminosa azul, resaltando aún más su condición divina ante el círculo de gentes asombradas que intentaban tocarla a ella y a sus vestidos.

Subió las escaleras roqueñas y, colocándose al lado de la talla sagrada, volvió a comunicarse mentalmente con la muchedumbre que se congregaba a sus pies:

-Vosotros, fieles de la diosa, habéis sido llamados para extender su culto por todas las tierras. Desde mañana tenemos una divina tarea que cumplir levantando aquí, al borde de estas playas, el Santuario de los Misterios, donde la diosa derramará su sabiduría sobre toda la humanidad.

Los aldeanos prorrumpieron en cánticos de aceptación y alabanza. Rijna percibió su éxtasis y su firme disposición a seguir las indicaciones de la que ya consideraban sacerdotisa divina. Entonces se relajó, suspiró para sí y se dijo que quedaba mucho trabajo por hacer hasta que el Santuario fuese gloriosamente conocido, respetado y temido.



La SacerdotisaWhere stories live. Discover now