Otoño

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Ha llegado la lluvia.

Oculta ha caminado entre las lágrimas.

Porque este tiempo ha sido

más bien un desconsuelo.

Pero no tengo derecho

a estar triste.

Hay momentos lindos,

infinitos,

cuando el encuentro con tus ojos

la sangre me llena

de pálidas violetas.


He cerrado la puerta a la tristeza,

y posada la miro en los ojos

de la gente que llega

con su hambre y su miedo,

como una vez llegué,

desarbolado.


El mundo es una barca

florecida de sueños

que se afanan,

desgarrada entre el mar y la congoja.

Los recién llegados atesoran

un secreto más viejo que la aurora.

Platican con la mar

su larga letanía

y muriendo en vida

se entregan al Dios líquido

que es sólo una lágrima encerrada

en los cósmicos cristales

de la Casa sin fin.


Por eso, mis motivos y los tuyos

aparcan sus gemidos.

Hay que llenarse las manos

de panes y jacintos

y hay que platicar contra los muertos

que custodian la puerta de los sueños.


Pero además pasa el otoño

y me ha besado su lámpara amarilla.

Sin embargo, ya ves,

anochecido, se muere la sonrisa,

y parezco un pájaro que ha

perdido su nido.

Repta la pena tenaz

en sus desvelos;

en el cuerpo pétreo de la orilla

agoniza un niño

con los ojos hambrientos de preguntas

y el mundo se hace sueño.


Se hace sueño. Y desgarro. Y abandono.




Rolando Salas Cabrera: Otoño


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Homenagem a Rolando Salas CabreraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora