—¿Tú estás sordo? —repliqué, borrando cualquier emoción de mi rostro—. Creí que te dejaron claro que no soy un perro. ¿No lo entiendes? Puedes meterte tus órdenes por el culo, o venderlas y comprarte una mascota que haga lo que te dé la gana, imbécil pretencioso.

Todos en el pasillo parecieron jadear con sorpresa al mismo tiempo. Valerie a mi lado sonaba como si se estuviera conteniendo muy difícilmente de echarse a reír a carcajadas; Traian seguía irradiando furia asesina; y Sebastián arqueó las cejas ante mis palabras. Pude imaginar en mi cabeza cómo todos los espectadores estaban murmurando sobre lo que yo, la educada y casi siempre tranquila Ángela, le había dicho a su antiguo mejor amigo.

Yo tampoco podía creerlo. ¿Realmente le había dicho eso a Sebastián? Pensé en mis palabras, en cada una de ellas y en el tono libre de emociones que había utilizado. Las saboreé en mi boca, intentando averiguar si me gustaba su sabor. Sarcasmo, dureza, frialdad. Sentía las notas cálidas del poder y el valor inundándome la boca. Y que me partiera un rayo si no me gustaba. Quería sentir ese sabor y ese cosquilleo en mis palmas una y otra vez. Podía defenderme, que nadie más lo hiciera. Alcé la barbilla e inhalé profundo una vez más. De repente, el dolor que atormentaba mi corazón había sido silenciado. No sentía nada.

—Val, Traian, nos vamos.

—¡Y una mierda! —gritó Sebastián y dio los pasos que nos separaban hasta que tomó mi muñeca izquierda en su mano y me empujó contra su pecho. Me encontraba a tan solo centímetros de rozar mis labios con su barbilla, y aunque no fuera tan alto como Traian yo debí inclinarme para mirarlo—. Te dije que vengas, Ángela. Necesito hablar contigo, ¿es que no lo entiendes? ¿No te en...?

Todo sucedió en fracciones de segundo. Traian se había movido de manera rápida y extremadamente silenciosa; se ubicó a mi izquierda y envolvió la muñeca de Sebastián con su mano. Parecía que apenas le tomó un poco de su fuerza hacer que me soltara y en un movimiento fluido llevar el brazo de mi atacante hasta su espalda en una posición dolorosa, con la cual lo podría desmontar con facilidad. Luego le tomó otra fracción de segundo empujar el rostro de Sebastián y estrellarlo contra los casilleros del pasillo.

—¡Joder! —jadeó Valerie lo que yo estaba chillando en mi cabeza.

Eso fue sorprendente, ¡eso fue increíble! Mi corazón se aceleró contra mi pecho al observar a Traian tirar del brazo de Sebastián en un ángulo antinatural contra su espalda y hacer que este apretara los dientes a causa del dolor. Tanto los espectadores como mi amiga y yo teníamos las mandíbulas desencajadas ante lo que acabábamos de observar. Si no tuviera ante mis ojos la prueba del movimiento, habría creído que todo fue producto de mi imaginación. ¿Dónde aprendió a hacer eso? ¿Podría enseñarme?

—Un poco de respeto —todos escuchamos a Traian gruñirle en el oído a Sebastián—. Tú no pones las manos sobre una mujer, nunca, en tu perra vida. ¿Me escuchaste? —Alejó el cuerpo de Sebastián de los casilleros y luego lo volvió a estrellar con fuerza. Dobló más su brazo—. ¿Fui claro? —repitió con un rugido.

—¡Suéltame, hijo de puta! —Intentaba con toda su fuerza deshacer el agarre, pero hasta yo sabía que era imposible. Le ganaban en fuerza y su contrincante sabía muy bien, al parecer, lo que estaba haciendo. Removerse y maldecir no servía de nada. Además, Sebastián estaba totalmente demacrado y dolorido por su pelea anterior.

—¿No eres tan valiente luchando contra alguien de tu tamaño, verdad? —siseó Traian, con sus ojos del color del plomo acerado. Parecía que con un solo movimiento y un poco de fuerza le rompería el brazo.

—Traian —me escuché a mí misma, acallando el circo en el que el pasillo se había convertido. El enorme hombre me miró con la mandíbula tensa. Me acerqué y coloqué una mano en su espalda de piedra—. Suéltalo.

Latido del corazón © [Completo] EN PAPELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora