Capítulo 9: Skype, Mattlan y un poco de Hunter McLaggen

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—Puedo ayudarte, si quieres —me ofrecí.

—He terminado por hoy, mi cerebro es incapaz de almacenar más información —dijo, alejando el libro de su vista como si de tan solo mirarlo ya le causara jaqueca.

—Bien, entonces, ¿ya puedo ser una totalmente vergonzosa y orgullosa novia, y felicitarte por lo de tu primer partido en Princeton? —le pregunté, risueña.

—Por supuesto que puedes —respondió, contagiándose de mi sonrisa—. Hacía tiempo que no estaba tan nervioso, por suerte los chicos vendrán a verme jugar.

Sentí la conocida punzada de dolor en el pecho, sin embargo, me las ingenié para no demostrar la envidia —y la nostalgia— que me daba que los chicos pudieran estar allí para él. O bueno, eso fue lo que creí haber hecho, ya que West enseguida notó que mi sonrisa había flaqueado.

—Sabes que sería genial poder tenerte aquí, mi groupie del fútbol —me recordó, descansando su rostro en su mano y brindándome una mirada llena de nostalgia—. Podríamos luego celebrar juntos, echar a Kyle al pasillo y encerrarnos aquí en mi dormitorio toda la noche sin que nadie nos interrumpa. Tal y como solíamos hacerlo durante el verano, ¿recuerdas?

Asentí, ¿cómo podía olvidarme de algo como eso? Fue uno de los mejores veranos de mi vida. La nostalgia regresó al recordar las noches cuando West se escabullía por la puerta trasera de casa para poder dormir —o algunas veces no dormir tanto— en mi habitación. Chase no se enteró de esas visitas nocturnas hasta que una noche creo que fuimos muy ruidosos, y, pues, una cosa es suponer que tu hermanita esté teniendo sexo con su novio, pero una muy diferente es tener que escucharlo fuerte y claro en medio de la noche. Después de que West saliera apenas con vida de la casa, Chase se llevó su almohada y su cobija a mi habitación, y durmió en el suelo por una semana, hasta que se cansó de siempre despertar con dolor de espalda y se limitó a hacer visitas inesperadas para asegurarse de que «ningún desgraciado astuto» estuviese a mi lado en la cama. Desde entonces, descubrí que sus hábitos de jodido hermano protector eran incurables.

—Créeme que no eres el único que desea eso —le confesé, mordiendo mi labio, esforzándome en no dejar que lo de la invitación, o mejor dicho, obligación, del baile de bienvenida continuara afectándome para mal.

—Al parecer no fui el único que tuvo un día difícil —me dijo en tono suave, acercando su rostro a la cámara—. ¿Cómo han estado yendo tus días de detención?

Mordí mi labio con mayor fuerza. Esta llamada había tenido un propósito desde el principio, y ese había sido el de admitirme a mí misma —y a él—, que lo de Hunter, lo de la nostalgia, lo de la distancia... tal vez se me estaba saliendo de las manos. No obstante, no contaba con encontrarme con la versión de West Collins al borde de un colapso por agotamiento. 

Me rehusaba a colocar en sus hombros una cosa más de la cual preocuparse, ya tenía suficiente con el entrenamiento, el partido, con sus clases.

Sí, iba a manejarlo por mi cuenta. Después del baile de bienvenida, no habría razón para continuar cruzándome con Hunter y en cuanto a lo otro... bueno, todavía no sabía qué hacer con eso, pero encontraría la forma de exterminar para siempre a la Dylan Sensible.

—Ha sido jodidamente aburrido —le dije, no mintiendo del todo, por lo que me sorprendí a mí misma de mi propia convicción—. Aunque están estos dos chicos, Charlie y Jackson, hace días le hemos llenado la boca de papelillos a la profesora de detención y pues, eso no ha sido tan malo.

—¿Chicos? No los habías mencionado. —Él frunció el ceño, curioso—. ¿Qué clase de chicos?

—¿Acaso percibo celos en West Collins? —me burlé, levantando una ceja.

The Senior Year (Secuela de She is one of the boys) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora