ÕŃĘ

72 9 1
                                    

La luz amarillenta titilaba en el sótano de la casi obscura habitación, el olor a desinfectante y a cajas guardadas reinaba en aquel cuarto

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

La luz amarillenta titilaba en el sótano de la casi obscura habitación, el olor a desinfectante y a cajas guardadas reinaba en aquel cuarto. Las paredes blancas y el piso del mismo color daban la sensación de que el lugar era más grande de lo que aparentaba, aunque éste sólo tuviera un pequeño escritorio lleno de papeles con una lámpara y gabinetes con cajas algo viejas con olor a humedad en los extremos de las paredes.

Un joven se encontraba sentado escribiendo rápidamente en un cuaderno, arrancando de vez en cuando unas hojas y tirándolas al suelo haciendo una mueca de resignación. Se pasó su mano por sus cabellos color cobrizo mientras tomaba aire exasperado antes de volver a sus importantes anotaciones.

El trabajo que hacía en esos momentos era bastante importante y requería silencio y concentración máxima, con el fin de obtener los mejores resultados para su investigación. Javier sonrió emocionado al descubrir una sencilla ecuación que resolvería lo que sea que estaba haciendo y comenzó a escribir frenéticamente.

Todo iba bien.

Hasta que la puerta se abrió de golpe, espantando al pobre hombre quien rayó todo su escrito y se llevó media hoja consigo, rasgándola por el medio.

—¡He llegado!—La vieja puerta de manera crujió en protesta cuando una energética joven de cabellos color castaño entraba por ella—. Vengo a salvarte de tu aburrida vida—anunció.

—Mi vida no es aburrida—. Javier contemplaba su trabajo depresivamente. Finalmente optó por tirarlo a la basura, su momento de iluminación se había ido por el caño—. Los hongos son más interesantes de lo que parecen.

—Te diré algo que sí es interesante—Mariana se apoyó en el borde del escritorio, dejando en él una bolsa que contenía algunos panecillos y un café—. ¿Recuerdas a la señora Nancy? ¿La del pelo gracioso?

—¿La que huele a gatos?—preguntó el chico tomando un sorbo de su café.

—No, no. La que huele a hierba. La que huele a gatos es Martha.

—Mariana, oler a la gente es de muy mala educación.

—Como decía—la chica tomó el café de Javier y lo sorbió lentamente—, me pidió un café, ya sabes, latte sin azúcar con doble ración de pasas... Qué combinación tan rara... ¿Y sabes qué hizo?

Javier negó con la cabeza.

—¡Se lo dio a su mascota!—exclamó indignada Mariana—. ¡Todo mi esfuerzo para que una horrible lagartija vieja se tomara un delicioso café!

—¡Eso está mal!—Javier  dijo molesto—. Suena muy gracioso pero ¿acaso no está prohibido el introducir animales al café?

—La última vez que le dije eso a la señora Nancy—murmuró Mariana husmeando en la bolsa que ella trajo y sacando un panecillo glaseado—, terminé con dos golpes de parte de ella y una mordida de lagartija.

illWhere stories live. Discover now