Capítulo 1

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Miro fijamente mi reflejo encuadrado en el podrido y destartalado marco del espejo de la entrada; y bufo, frustrada por no poder mantener bajo control las morenas ondas de mi, ahora, encrespado pelo. "Esta humedad no me sienta bien.", me digo mientras pongo los ojos en blanco y me giro hacia la puerta.

Fuera hace un frío glacial, o quizá es que aún no me he acostumbrado a la ausencia de sol y calidez.
Cuando mi madre me dijo que pensaba dedicar los próximos dos años a viajar por el mundo con su nuevo marido en busca de emociones fuertes, no me quedo otra opción que aceptar mudarme desde California a Percé, un pequeño y gélido pueblo situado en la provincia de Quebec, Canadá.
Este pequeño pueblo cuenta con una población de 3312 habitantes, ahora 3313, de los cuales uno es mi padre.
Solía pasar un par de semanas en su casa cada verano cuando era niña, pero hacía años que no venía; aunque las cosas no han cambiado en absoluto.

En el fondo agradezco el frío, por que me congela los pensamientos y me deja la mente en blanco.
Camino lentamente en dirección a mi nuevo coche, una camioneta con abolladuras que se ha convertido en él regalo de bienvenida de papa, con cuidado de no resbalar con el hielo del camino. Una vez dentro del coche maldigo al comprobar que la temperatura es prácticamente igual a la del exterior y, claramente, esta chatarra no tiene calefacción ni radio. Como iba a echar de menos conducir mi antiguo mustang bajo el sol, con el viento chocando contra mi cara y escuchando mi canción favorita; adoraba conducir así.
Entre castañeos de dientes conduzco hacia mi nuevo instituto, el único del pueblo. Estamos a la mitad del segundo trimestre así que, por desgracia, no creo que me sea posible pasar desapercibida.
Sin lugar a duda, diría que eso es lo que mejor hago: ser invisible. Se me da bien ser la que siempre está en un segundo plano o entre las sombras leyendo un buen libro. Con el tiempo he aprendido a apreciar la soledad y, en parte, a disfrutarla. Pero creo que este año no podrá ser, "Los cambios son buenos, Alex.", me repito una y otra vez.

Durante el breve camino, no puedo evitar hacer una lista mental de las razones que me han llevado a esta situación: que mi madre sea una romántica empedernida que ya va por su cuarto marido, que mi padre adore tanto la soledad que decidiera mudarse a este rincón del mundo, que yo no sea lo suficientemente testaruda como para quejarme por abandonar mi vida en California... Me obligó a parar, "Esto no lleva a ninguna parte." me dice mi subconsciente, regañándome por romper mi promesa de no quejarme por las cosas inevitables.
Realmente la idea de mudarme con mi padre fue mía, sabía que mi madre deseaba perseguir al nuevo hombre de su vida a todos los lugares a donde fuera y que su razón para no hacerlo era yo, así que si yo me venía a vivir con papa ella podría ser libre y no sentirse culpable por dejarme sola tanto tiempo. A parte, aunque hacía tiempo que no tenía contacto con el, sabía que la convivencia con mi padre sería sencilla; los dos somos almas solitarias y eso facilita las cosas.
Solo puse una condición a la hora de cambiar mi vida tan drásticamente: "El perro se viene conmigo." y fue irrefutable. Hacía ya tiempo que asumí que el amor de mi vida era Anouk, mi enorme y precioso mastín, y eso sí que no iba a permitir que me lo arrebataran.
Así que hace dos días llegue al aeropuerto de Quebec con mi vida empaquetada en tres maletas, un enorme transportin para perros y unos ojos llorosos que dejaban entrever todo lo que me había visto obligada a dejar atrás.

Mi mente se vacía cuando logró ver a lo lejos el parking del instituto. Está repleto de coches en bastante mejor estado que el mío y de grupos de personas dispersos. A medida que me acerco, logro ver que la gente que parece ser de mi edad está situada en la zona más alejada de la puerta, probablemente por que no se podrá fumar a cierta distancia del recinto escolar. Aparcó en el primer lugar vacío que encuentro por esa zona, y antes de bajar del coche respiro profundamente intentando calmar mis nervios y me cubro la cabeza con la enorme capucha de mi chaqueta con la intención de esconderme un poco.

- Allá vamos. Tú puedes, tranquilízate, tú puedes.- pronuncio en voz alta con el fin de autoconvencerme de mis propias palabras.

Salgo de la camioneta con una lentitud fuera de lo común, y una vez fuera miro a mi alrededor. Los pequeños grupos se han reunido en la puerta del edificio, y entran apresuradamente; yo decido hacer lo mismo. Doy mi primer paso con la vista fija en el cielo, "Creo que va a llover, aquí siempre llueve." pienso. A mi segundo paso resbalo con una placa de hielo y caigo como un peso muerto al suelo, inmediatamente después, suena el timbre que indica que la primera hora ya ha empezado. Mientras intento levantarme del congelado cemento maldigo internamente por mi torpeza y por que se con total seguridad que llegare tarde a clase, mi consciencia me da palmaditas en la espalda y me felicita por ser tan desgraciada.

Para cuando consigo llegar a la puerta, los pasillos ya están vacíos y las clases cerradas. Por suerte no tengo que ir a dirección a por mi horario, llegó con el correo a casa la semana pasada junto con mi número de taquilla y su combinación, ventajas de vivir en un pueblo tan pequeño imagino.
Busco por el pasillo la taquilla número 0367, que resulta estar al final del todo a mano derecha junto a los lavabos de chicas, y la consigo abrir al primer intento. Miro mi horario: me toca filosofía, con el señor Standler en el aula B-24.

Recorro los pasillos envueltos en taquillas y puertas, y llego al aula más rápido de lo que cabría esperar en mi, y me felicito internamente por mi hazaña. Vuelvo a respirar profundamente, cosa que se ha convertido en un hábito para mi a la hora de afrontar situaciones complicadas, y toco dos veces a la puerta antes de abrirla ligeramente.
En el interior del aula observo a un hombre de mediana edad,vestido de una forma bastante desarreglada, de pie frente a un grupo de chicos y chicas con caras largas y aburridas. El hombre fija la vista en mi, y aprovecho para analizarlo mejor. Debe tener cuarenta y muchos o cincuenta y pocos, pero está mal conservado, sus innumerables arrugas delatan la que debe haber sido una vida poco acomodada; va vestido con una camisa de rayas azul arrugada por todas partes y un pantalón de tiro alto sujeto por esos míticos tirantes que utilizaba mi abuelo de joven. A pesar de su poco agradable apariencia, su sonrisa comprensiva me inspira confianza.

- Usted debe de ser la señorita Alexandra Stone, pase por favor. - pronuncia al fin. Su voz es igual a su apariencia: desordenada; y da la impresión de que va a tropezarse con sus propias palabras.

Camino por el interior del aula de manera pausada y concentrándome en poner un pie detrás del otro de forma que me sea imposible caer.

- Siéntese, por favor. - me dice, ahora más tranquilo. - De momento tome apuntes e intente ponerse al día, señorita Stone.

Observo la clase en busca de algún sitio libre, y me doy cuenta de que esta escalonada de manera que los asientos del fondo están más altos que todos los demás. Los asientos están colocados de dos en dos, en cuatro columnas y los alumnos que están sentados en ellos me miran de manera curiosa. Encuentro un sitio libre en la esquina más apartada a la puerta, en última fila, donde los dos asientos están sin ocupar y elijo el de la izquierda, por que está pegado a una pequeña ventana que me permitirá no sentirme tan encerrada aquí dentro.

- Va, lo peor ya está hecho.- me digo a mí misma entre susurros.

Respiro profundamente una vez más, y seguidamente cojo mis auriculares que conecto disimuladamente a mi teléfono móvil. Me pongo los auriculares en las orejas y los tapo con mi pelo para que nadie a se de cuenta de que los llevó puestos. "Knockin' on heaven's door" de Guns N' Roses suena en mi cabeza, y de esta forma dejo pasar el tiempo mientras espero al tan deseado descanso.

Tatuajes y cigarrillos.Where stories live. Discover now