Parte I: Capítulo 2

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Un elegante hombre entró a la sala de reuniones de su propio edificio, el edificio que tenía en letras dorados su apellido. Los demás hombres lo miraron con algo de envidia, como era posible que el hijo de Stephen Robbins era el nuevo dueño de las acciones de su padre, todos habían intentado comprarlas pues todos sabían de la casi nula relación que tenían padre e hijo.

—Gracias por venir, soy Edward Robbins para quienes no me conocen. Soy el nuevo dueño de esta empresa, y también seré quien dirigirá esta sucursal. —Él arregló su traje antes de sentarse en la punta de la mesa, aquel era el lugar que usaba su padre.

—Disculpe, joven Edward, ¿Cómo logró obtener las acciones de padre? —Edward sabía muy bien que alguien se atrevería a preguntar aquello.

—Si usted quiere saberlo puede preguntárselo a mi padre, Señor FitzGerald. —Contestó secamente.

No era un secreto que Edward Robbins no tenía la mejor relación con su padre, sobre todo desde que el chico había decidido perder su beca para quedarse con su novia embarazada y casarse, unos años después cuando Stephen logró convencer a ambos jóvenes padres para terminar sus estudios universitarios ambos terminaron aceptando, pero Stephen no estaba para nada feliz de saber que su hijo estudiaba una carrera como Artes. Los jóvenes aún vivían en casa de los Robbins pues su madre estaba encantada con su pequeña nieta, y aunque Stephen no le gustase admitir él también lo estaba.

Cuando Edward cursaba su tercer año decidió dejar aquella carrera para tomar arquitectura y también tomó cursos de economía, aquel era el compromiso para que Stephen Robbins le vendiera a la mitad de precio todas sus acciones en la empresa. Ya había logrado una parte cuando estuvo trabajando para empresas externas a la de su padre, pero en ese ritmo no podría comprar ni el cinco por ciento de la empresa Robbins. Fue entonces cuando recordó a uno de los amigos de su padre, quien siempre le había ofrecido ayuda en lo que necesitara. Sus padres siempre le advirtieron que había que tomar distancia de aquel hombre, si sus padres lo tenían cerca era porque es mejor tenerlo como amigo que como enemigo. Y aunque trató de buscar otra forma, terminó pidiéndole un gran préstamo a aquel hombre para comprar las acciones, Stephen no lograba entender como había logrado juntar esa suma de dinero, pero terminó creyendo que el banco le había aprobado un préstamo de ese tamaño.

Cuando el auto se estacionó fuera de la gran casa llena de gente amoblándola, una niña corrió a los brazos de su padre quien la recibió con una gran sonrisa. Aquella niña era la luz de sus ojos y era por ella quien hacía todo, quería darle lo que él había recibido sin depender de sus padres y así tener a su familia feliz.

—¡Papá! —Dijo alegre la niña. —Tienes que ver mi habitación, ¡Es enorme!

—¿Te ha gustado? —La niña asintió contenta. —Estupendo, princesa. —Él besó con dulzura la cabeza de la niña. —Todo para ti, pequeña.

—Pero papá, ¿Por qué ya no vivimos con los abuelos? —Preguntó la niña.

—Pues ahora tenemos nuestra propia casa, Megan. Siempre podemos ir a visitarle como cuando visitamos a los padres de tu mamá.

—Okay. —La niña asintió y apenas Edward la dejó en el piso la niña corrió adentro de la casa.

Megan era una niña mimada que siempre había obtenido lo que quería de alguna u otra forma, supongo que era uno de los privilegios de ser la nieta de uno de los hombres más ricos del país. La niña había sido educada como una niña de "sociedad", ella sabía comportarse y era amable con casi todo el mundo, tenía una gran energía y siempre era entusiasta pese a cualquier situación.

La niña jugaba en el patio con Dante, el gran Golden Retriever que tenía como mascota. Ambos corrían de un lado a otro pateando un balón. Dante había sido el regalo de su abuelo en su cumpleaños número ocho y desde entonces no se habían separado, Stephen se había encargado de entrenarlo para que cuidara a su nieta y jugara con ella sin dañarle.

Killer Love Where stories live. Discover now