Epílogo

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El toque de una corneta las hizo despertar y tan pronto abrieron los ojos, corrieron fuera de la carpa no sin antes percatarse que no había nadie más que ellas. Karissa caminó hacia el lugar donde siempre solía sentarse la reina Antíope y vio una pequeña cajita negra con un símbolo pegado a ésta. Su impulso por tomarlo le llegó sin aviso alguno y cuando estuvo a punto de dar un paso más, Akil la llamó y tuvo que dejarlo pasar.

En aquel momento, un par de pupilas azules miró con tristeza la espalda de la única persona que tenía su corazón, con tristeza se desvaneció entre volutas oscuras y la carpa quedó vacía.

***

La reina Antíope las obligó a ejercitarse, a correr, a practicar una vez más mientras sus ojos se paseaban de una a otra, pero extrañamente colocaba una de sus palmas sobre su ojo izquierdo, las otras guerreras sabían de aquello, un secreto que sólo sus más allegadas hijas sabían.

Cada noche antes de la bendición, Ares llegaba y le otorgaba un extraño don a la reina Antíope, su ojo izquierdo adquiría un tono dorado que debía ocultar lo más que pudiese, porque verlo directamente equivaldría a un rayo de sol, demasiado peligroso.

Akil no estaba teniendo compasión con Karissa quien esquivaba los golpes por mera suerte.

—Ah, no es posible que alguien te esté ayudando —se quejó.

—Y quién se supone —Karissa jadeaba— debe ayudarme —contra atacó pero Akil fue rápida en esquivarla.

—No lo sé, sería interesante usar a la bruja a escondidas para saber sobre nuestro futuro o pasado ¿no crees? —Akil agitó con velocidad la espada hacia el escudo de Karissa quien tuvo que resistir el golpe y el sonido chirriante de este.

—No lo creo, no tengo muchas ganas de saberlo —Karissa uso todas sus fuerzas para atinar un certero golpe frente a Akil quien colocó su escudo justo enfrente de ella.

—Sabes, esto es para entrenar, no para que me mates.

—Lo sé, pero... estoy tan emocionada que no me importaría cortarte una oreja.

La reina Antíope sonrió al ver que su cosecha estaba preparada para algo más grande.

***

NOCHE DE LA BENDICIÓN.

Las ancianas prepararon a las más jóvenes con trajes que dejaban uno de sus pechos descubiertos, unas se morían de vergüenza pero lo resistieron, otras alzaban el pecho con orgullo, portaba sus cascos con ligeros detalles afianzados a estos, unos tenían sus lanzas decoradas, otras sus espadas y escudos, otras sus enormes arcos con sus aljabas sobre sus espaldas. Sus pieles parecían perlas oscuras, luciendo llagas, heridas y hematomas, en todas ellas el orgullo rugía con ávido fuego en cada milímetro de su persona.

El fuego quemaba alrededor del lugar, todas ellas estaban frente a la reina Antíope que portada un vestido blanco con detalles de oro y un casco del mismo material. Sus guardianas vestían de cuero negro, con sus lanzas forradas del mismo material, sus pinturas oscuras manchaban sus mejillas confiriéndoles un aspecto salvaje, mientras que las responsables de la caza, tenían pequeños penachos en la cabeza y sus líneas sobre las mejillas eran rojas.

Cada una de ellas se distinguía en su función.

La luna llena brilló sobre ellas, mientras la reina avanzaba hacia ellas.

—Hoy, se convertirán en mano derecha, hoy se convertirán en mis hijas, yo las cuidaré, yo las guiaré, yo les daré mi fortaleza. Ustedes protegerán a su pueblo del enemigo, lucharán contra ellos y derramarán su sangre sobre nuestros suelos y sabrán que nadie podrá hacerse nuestros amos, que el único a quien rendimos honores y a quien le rezamos es al gran Ares, nuestro dios de la Guerra quien nos guiará en cada contienda, que Atenea nos dará la fuerza para hacer su justicia.

»Hoy hijas mías, se convertirán en las hijas del gran Ares, recuerden esto, nuestros rezos, nuestra fuerza residen en él, la luna llena será testigo de su poder.

El aire comenzó a soplar tan fuerte cuando una luz dorada iluminó todo el lugar y detrás de este, un Dios, con armadura dorada y una gran capa roja llegó sonriendo triunfante observando a quienes sería sus hijas, quienes tenían que llevar al frente.

Todas se arrodillaron mientras éste comenzó a cantar, una llovizna ligera cayó sobre todas las guerreras, quienes con ojos cerrados recitaban las palabras para adorar a quien sería su guardián, excepto una de ellas quien en su mente trataba de batallar contra aquella melodía.

—Ya veo —susurró Ares una vez la ubicó—. Interesante —farfulló.

La reina Antíope lo observó al ver que caminaba entre ellas, él había visto en alguna de ellas ese potencial que un día él miro en ella.

—Hija mía.

Karissa levantó la cabeza y una gruesa lágrima corrió su mejilla.

Un suave beso en sus castos labios recibió bajo esa intensa luz de luna. Karissa tenía un regalo valioso que sólo el tiempo le mostraría, el Dios Ares siguió cantando mientras Karissa miraba el cielo, pudo ver nuevamente esas estrellas que en cada parpadear no se disolvían. Habían recuerdos detrás de los que tenía ahora que permanecían como una caja cerrada.

Pero nadie le quitaría ahora su voluntad de luchar.

Ahora era una amazona, una hija de Ares.



FIN.

Karissa [Reinos de Oscuridad #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora