2do. Juegos

6 1 0
                                    

-Mira mamá, un hada.

-Sí, uhum... -contesta la madre mientras presta atención a su computadora.

-Tiene brillos.

-Mmm... qué bonito.

-No, mamá. Mira, lo que brilla son sus uñas y sus dientes.

-¿Qué? -reacciona mirando a su hijo por el rabillo del ojo-. Mariano no me molestes que estoy ocupada.

-Pero son de verdad. Hay muchas hadas. Tienen brillo en las alas y vestidos de colores.

-Mariano, las hadas son para las niñas. Ve a jugar con otra cosa.

El niño se va a un rincón y susurra.

-No puedo, dice mamá que ustedes sólo pueden estar con las niñas, yo debo jugar con otra cosa. -De mala gana agarra su tableta y se pone a darle de comer a sus dragones.

Las hadas intentan llamar su atención jalándole el pelo o posándose sobre la pantalla de la tableta.

-¡Mamá! ¡Las hadas no me dejan jugar al Dragon City!

La madre no contesta. Las carcajadas burlonas suenan como diminutos clarinetes desafinados.

Mariano se enoja, deja la tableta de lado y cruza los brazos frunciendo los labios casi en un berrinche.

-Mamá... ¿puedo juagar con las hadas? Estoy aburrido.

-Juega con otra cosa -responde la madre, ausente.

-Pero no me dejan -se queja-. Ma... Mamá... Ma... Mam...

-¿QUÉ? -le grita la madre exasperada.

-Quiero jugar con las hadas -le dice casi en un susurro, asustado por el grito que acaba de recibir.

-¿Con hadas? -pregunta como si fuera la primera vez que escucha la palabra-. ¡Deja de joder con estupideces!

A Mariano los ojos se le llenan de lágrimas por el regaño. No entiende qué hizo mal.

-¡No empieces a llorar! -lo amenaza la madre levantando más la voz-. Primero lo de las hadas y ahora llorando por nada. ¡Estás hecho un maricón!

Mariano, dolido por el tono de voz de su mamá y confundido con esas palabras, se larga a llorar con ganas.

-Te vas a tu habitación -ordena con un dedo firme y el brazo duro como un palo apuntando lejos de su vista.

El niño sale corriendo y la madre vuelve a sumergirse en su computador, hasta que un zumbido la desconcentra. Espanta al bicho a los manotazos y vuelve a tomar el mouse.

Algo le pica en la nuca. Después en las piernas y en los brazos.

-Malditos mosquitos -se queja mientras deja lo que estaba haciendo.

Cierra puertas y ventanas. Se pone repelente para mosquitos. Echa insecticida. Prende una pastilla. Le pica todo como si tuviera pulgas. Se da una ducha y al mirarse en el espejo se ve toda llena de ronchas, así que se embadurna de pies a cabeza con Caladryl y le da un trago al Benadryl directo del pico de la botella.

Entre todo eso ya pasó más de una hora y ni noticias de Mariano desde que se encerró llorando en su habitación.

Se asoma y lo ve jugar y hablarle a sus juguetes.

-¿Qué estás haciendo? -le pregunta en tono acusatorio.

-¡Nada! -contesta el niño, poniendo en su carita una expresión que dice todo lo contrario.

La madre lo mira con sospecha, hace como que se va, pero se queda escuchando detrás de la puerta.

-No, no. Déjenla. Así ya está. -Se hace un silencio-. De acuerdo. Mañana.

La madre niega con un gesto de fastidio y vuelve a su computador. Cuando lo ve apagado, como muerto, oprime el botón pero no sucede nada.

Prueba dos, tres, cuatro veces mientras la angustia empieza a inundarla. El ordenador no prende y se lleva las manos a la cabeza.

-La puta madre ¡todavía no había guardado nada!

La magia es para estúpidosWhere stories live. Discover now