Rastas y mechas

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Sonó el zumbido y empujé la puerta. Dejé pasar a mi hermana y al hombre porque cargaban más maletas que yo. Cerré la puerta detrás de mí y seguí a los demás que entraban en un anticuado ascensor con un mecanismo que chirriaba como si tuviera cien años. Subimos hasta el tercer piso y cruzamos el pasillo hasta llegar a la puerta. La puerta que daría a mi próximo hogar, con suerte.

Antes de que el hombre pudiera llamar al timbre la puerta se abrió como si nos hubiera estado observando desde que salimos del ascensor. Y allí estaba mi prima. Era una chica con el pelo castaño tan largo que le cubría la espalda. Su cabello estaba adornado por un par de rastas, mechas de diferentes colores y una diadema con motivos étnicos. Sin embargo, su pelo y su ropa parecía que no encajaban. Llevaba una sudadera gris, unos vaqueros con rotos y unas vans azules y negras. Era tremendamente alta pero lo que más me impresionó de ella fue su mirada revolucionaria. Estaba segura de que me iba a caer muy bien.

-Pasad, he hecho tarta- sus palabras me despertaron como una jarra de agua fría, me estaba muriendo de hambre. Y parecía que mis tripas no estaban dispuestas a dejar mi necesidad insatisfecha. Sonaron como un camión, pero la única que pareció enterarse fue Caro que me miró de soslayo.

Esperaba que el piso estuviera patas arriba pero, en lugar de eso, estaba todo muy ordenado. Los muebles eran de estilo vintage aunque modernos. Entramos en una pequeña sala de estar que tenía dos estanterías atestadas de libros. En el centro había una pequeña mesa de café blanca con relieves y detrás de esta un par de puffs. Uno verde y otro rosa. En frente había una televisión colgada en la pared y unas cuantas plantas adornaban el resto de la sala.

-Aquí tengo los papeles, tiene que firmarlos y, si ocurre algo, puede llamarnos y vendremos cuanto antes- dijo el señor del bigote.

-Vale- nada más decir esto nuestra prima sacó un bolígrafo de su bolsillo derecho y apoyó los formularios en la mesa. Empezó a firmarlo todo y se lo entregó al hombre.

-Gracias, adiós- el hombre cogió los papeles, los metió en una carpeta y se despidió con un gesto. Cuando se oyó al señor salir y cerrar la puerta mi prima dijo:

-Bueno, así que sois mis primas, Carolina y Abril. Yo me llamo Lucía y ya que vamos a vivir juntas, podéis preguntarme lo que queráis- dijo con una sonrisa en la boca.

-Si tú eres nuestra prima…- empezó a decir Caro-  ¿Dónde están nuestros tíos?- la verdad era que yo no había pensado en eso.

-Mis padres murieron en un accidente de coche poco después de que yo hubiera cumplido los dieciocho- su mirada se ensombreció para después adquirir un brillo de resignación-. Me dejaron una buena herencia con la que me lo pago todo y por eso puedo acogeros en mi casa. Por cierto, ¿queréis ver vuestra habitación?- aún no había acabado de pronunciar estas palabras cuando me levanté a coger mis maletas.

Subimos al piso de arriba y pensé: “Sí que tiene dinero”, porque toda la decoración parecía estar escogida cuidadosamente para cada espacio del piso y desde luego, no tenía aspecto de ser barata. Lucía abrió una puerta blanca y nos hizo un gesto para que pasásemos.

-Espero que os guste,- dijo- la diseñé yo misma en mi primer año aquí.

La habitación era pequeña, pero realmente bonita. Las paredes eran de color granate y estaban adornadas por diferentes cuadros, algunos eran fotografías en blanco y negro y otros eran lienzos pintados a óleo con sumo cuidado. Unas colchas beige cubrían las camas sobre las que descansaban dos cojines en cada una.

-Vaya, es preciosa- dije observando cada rincón embobada.

-Gracias- respondió orgullosa-, allí tenéis los armarios podéis ir colocando la ropa- señaló dos puertas dobles blancas-. Y ya os dejo solas, cuando queráis bajad a comer un trozo de tarta, se os ve hambrientas- esta última frase me miró especialmente a mí y empecé a notar como mis mejillas se sonrojaban por momentos. Después se fue y cerró la puerta, Caro me miró y me dijo:

-Tenemos una prima que se llama Lucía es medio hippie y vive en Salamanca, este verano promete.

No pude evitar una sonrisa, a veces me parecía que era yo mayor que ella. No se lo puedo reprochar, siempre ha sido así. Entonces la miré y pude leer su pensamiento:

-Hoy es jueves, Caro, hoy es día de fiesta para los universitarios- casi al momento me sonrió y en sus ojos vi un brillo travieso. 

Los cuatro elementosWhere stories live. Discover now