1 - La única que me extrañará

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"La única que me extrañará". 
Escrito por: Angie_Hopes




—¿Estás escondiéndote de mí? —preguntó la niña con curiosidad.

Él sonrió débilmente y negó con la cabeza. O eso trató. Reprimió un gruñido cuando el estruendo de su tos sacudió su pecho causándole dolor. Rápidamente volvió a sonreír y a levantar su mano hacia la pequeña.

—¿Por qué me escondería de ti?

La niña se acercó a él sin dudarlo y tomó su mano. Era tan pequeña a diferencia de la suya, pero menos frágil. Ella traía una dulce sonrisa y enormes ojos cafés que hincharon su pecho con adoración.

—¿Dónde estabas? —susurró su voz.

—Aquí. Toda la semana he estado aquí.

—¿Por qué no te levantas? —contesta ella frunciendo el ceño.

—Lena... —en la puerta de la habitación, la madre de la pequeña la observa con reproche. Ambos la miraron de vuelta.

—Lo encontré —le dice Lena victoriosa.

—Te dije que no entraras —le recuerda con voz severa— vamos.

—Déjala, mujer —tosió el señor interrumpiendo a la niña que hacía un puchero— es la única que ha tratado de encontrarme.

La mujer se mostró indignada— necesitas descansar, papá.

—Ya tendré mucho tiempo para eso.

Eso había cortado las palabras de su hija. La mujer se vio perturbada y tartamudeó algo sobre no ser nada gracioso y se retiró.

La verdad era que aquella mujer, su única hija, no estaba ni un poco preocupada o avergonzada. Ella tenía su familia. No había tratado de encontrarlo, visitarlo, en mucho tiempo, y ahora ya no tendría tiempo para hacerlo. Él no tenía una esposa ni algún familiar más allá de su pequeña nieta que no comprendía lo que ocurría.

—¿Por qué estás triste, abuelo?

Él le apretó su pequeña mano— estás muy grande. ¿Cuantos años tienes ahora?

Ella levantó cuatro dedos.

—Eres muy linda, Lena —suspiró con melancolía— te pareces a tu madre de pequeña.

—Mi mamá es muy bonita —estuvo de acuerdo la pequeña— ¿por qué no te levantas? —volvió a preguntar.

—Esta cama es muy cómoda.

Lena consideró su respuesta— quiero ver.

Él le dio pequeñas palmadas a un lado vacío junto a él. La pequeña rodeó la cama y se dejó caer junto a su abuelo, realmente interesada en la comodidad de la cama.

—¡Huele a anciano!

Él se rió pese a su dolor y cansancio— soy un anciano.

—Pero tú, o sea, hueles rico. Esto huele a otro anciano; no a mi abuelo.

—Y tú hueles a mi nieta —arrugó la nariz— con los pies sucios.

—¡Abuelo! —chilló la niña mientras se reía.

Era la risa más linda que había escuchado. Casi tan dulce como la de su hija a esa edad.

Oh, su niña. Cuanto daría por oírla reír otra vez.

—No son mis pies. Son mis zapatos. Mamá me comprará unos nuevos para mi cumpleaños —se iluminaron sus ojos— es en poco. Te los mostraré. Son de Frozen.

El abuelo sólo sonrió. Él no llegaría a ver aquellos zapatos, pero había conseguido tiempo con su nieta. No la veía desde hace tanto. Y es que cuando llegas a su edad la gente suele olvidarte; tienen su propia vida joven. Él estaba feliz por su hija, pero la echaba de menos. A ella quedaría su casa, su viejo auto y todo por lo que ella en el fondo esperaba su muerte.

Las cosas simplemente son así. La muerte para los ancianos era algo que no impactaba para muchos, ya que todos se lo esperaban. Sólo aquella niña de dulce sonrisa y ojos enormes lo extrañaría. Pero él al menos tenía esa suerte, y fue todo en lo que pensó cuando comenzó a tomar su descanso.  

Mentes maestras - RelatosWhere stories live. Discover now