A L D E R

357 51 8
                                    

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Su sombra se estiraba frente a él desde hacía ya unas horas

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

Su sombra se estiraba frente a él desde hacía ya unas horas. Señal de que viajaban hacia el sur sin desvíos. Los salientes de roca se cernían en torno a ellos cada vez con mayor recelo, como garras grises de las montañas. Los vientos del este azotaban a los caballos, que se inclinaban a engullir las frágiles hierbas que crecían aquí y allá, abriéndose paso entre la roca helada. En ocasiones oían aullidos que suscitaban bromas entre el grupo de paganos: decían que no le temían a ningún lobo pues iban liderados por Bronce, el Matahuargos. A Alder le comenzaban a exasperar los comentarios respecto a la hazaña del enano. Probablemente no hubiese matado nada más grande que un conejo, pero no importaba mientras sus enemigos creyesen lo contrario. Esa facilidad para las jugarretas servirían de poco en los dominios de lord Celtivan, a los que ya se habían adentrado de lleno.

—Alder, ve a buscar un poco de leña —ordenó Bronce tras bajar de su montura—. Acamparemos acá.

Obedeció de mala gana. La escasez de árboles lo obligó a recorrer un trecho largo antes de dar con un tronco útil que cortar con el hacha que siempre cargaba a la espalda. El sur era cruel, pues el Dios Luminoso castigaba a aquellos que se alejaban de las llamas del sol con frío y rocas en lugar de pastizales. Al menos así se contaba en las tierras armoniosas.

Cuando regresó, la mayoría ya se había acomodado bajo la sombra de una peña.

—Calculo que alcanzaremos las minas en dos jornadas —le confió Bronce unos minutos después, a la luz de la fogata.

—¿Nos recibirán las sonrisas de nuestros amigos o la espada de nuestros enemigos? —preguntó.

—Las minas están a rebosar de mi pueblo. Para mis hermanos que doblan la espalda en las cavernas, seremos los héroes que los liberen.

Si era así, ¿por qué veía duda en el semblante del enano? ¿Quizá porque, luego de tantos años, resultaría un extranjero? Incluso si los vientos jugaban a su favor, los enanos confiaban poco en los hombres, que eran quienes conformaban casi la totalidad del grupo de paganos. Además, los juzgarían como forasteros que no venían a más que a causar revuelo y provocar que fuesen castigados. ¿O realmente ansiaban la liberación? De un modo u otro, pronto lo averiguarían, y el afecto o aversión de los esclavos decidiría el resultado de la batalla que planeaban librar en el corazón de Incarben.

Ocaso eternoWhere stories live. Discover now