Capítulo III

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Y antes de siquiera tener tiempo para volver a pensar sus palabras estaba de pie en medio de la calle, dejándose llevar por la multitud de gente que caminaba sin mirar hacia los lados, sin saber donde ir o que hacer. A la deriva en la enorme ciudad. Quería gritar, quería volver a casa y darse un baño para luego irse a acostar en sus sábanas de algodón Egipcio con la certeza de que al despertar tendría un desayuno servido y sus ropas a su disposición.

Pero no, había tomado una decisión y por su orgullo la seguiría. Levantó la cabeza. “Siempre digno” Se dijo y comenzó a caminar confundido, como una modelo luego de caerse en la pasarela. Escuchando la conversación de un par de personas llegó hasta el lugar donde salían los autobuses hasta las otras regiones. Inspiró fuertemente y con el dinero que tenía en los bolsillos compró un boleto. Saldría a las 10 en punto y aun tenía diez minutos para esperar.

Se sentó abrazando sus rodillas y mirando con los ojos cristalinos a la multitud que se había acostumbrado a vivir con lo justo ¿Cómo lo haría? Contaba solamente con sus tarjetas de crédito ya que ni el teléfono celular había llevado al salir con tanta prisa, tenía lo que llevaba encima y por nada del mundo quería llamar a su padre. No hoy. No por ahora.

 La hora esperada llegó y luego de preguntarle al chofer se sentó en uno de los estrechos y sucios asientos del autobús. No sabía como llegaría con vida en ese incomodo y atestado lugar, pero lo haría. Sus parpados se cerraron y luego de un par de horas de viaje el chofer anunció que llegaban a destino. Se levantó del estrecho asiento con un dolor terrible bajándole por la espina dorsal hasta los glúteos y los muslos, aun mareado se bajó del autobús y parpadeo un par de veces hasta volver a caer en la fría realidad. Eran las 1 de la mañana y no tenía donde ir. Por primera vez en su vida se sentía desamparado y solo, muy solo.

 "Si tan sólo Mikey estuviera aquí…” Se dijo, pero luego recobró la compostura y se abotonó la chaqueta para guardar un poco de calor.

Comenzó a caminar calle abajo, con la vista pegada en el piso luego de ver a una prostituta haciéndole sexo oral a un tipo en un callejón. Estaba escandalizado pero algo le decía que siguiera su camino y no hiciera contacto visual con nadie. Y así lo hizo.

Cuando levantó la vista para ver un semáforo cambiar del verde al rojo empezó a mirar a su alrededor y la verdad es que nunca había andado por esos lugares las veces que había ido a New Jersey. Ni siquiera sabía a que condado había ido a parar y ese no se parecía al lugar que al que iba de niño con su familia a pasar unas semanas antes de seguir a Canadá para ir a esquiar. Definitivamente no era el mismo New Jersey.

Y demonios ¿Qué haría ahora? El semáforo cambió y siguió bajando, nuevamente con la vista pegada en el piso, un poco más allá unas luces de neón y música electrónica rompían el hielo del lugar. Se aventuró a mirar y era un bar, el primero en kilómetros. Según creyó, pero la verdad era el único ‘legal’ y habilitado para atender a puertas abiertas. La inquietud y el miedo seguían consumiéndolo por dentro, pero algo en su cabeza le dijo que sería bueno entrar ahí. O quizá eran las ganas de abandonar la intemperie y tomar algo que le hiciera olvidar su actual estado desamparado.

Armándose de valor y aguantando el aliento, imaginándose de antemano que clase de aberración podría encontrarse tras esas puertas la empujó, para caer en cuenta de que no era tan malo como se lo había imaginado. Incluso era un lugarcito agradable. Tenía unas seis o siete mesas con dos sofás cada una contra las paredes, una pequeña tarima al fondo que servía de escenario para una noche de micrófono libre, a un lado una barra que se alargaba por toda la pared lateral del local y al final de esta una caja registradora. Los licores estaban detrás de la barra y al fondo había una puerta que daba a la cocina, baño o lo que quisiera haber allá atrás. El lugar estaba casi vacío, salvo por unos tres o cuatro clientes cuchicheando en unas mesas y un bar tender limpiando la barra.

Sin saber bien que hacer, ya que nunca había estado en un lugar así, sin gente que llevara sus pedidos a las mesas o con tan pobre iluminación, caminó hasta la barra, se sentó en uno de los altos asientos disponibles y cuando el bar tender se giró, murió.

Nunca había visto a alguien que le llamara tanto su atención como él.

 Tenía el cabello castaño cayendo lacio hasta un poco más debajo de sus orejas, ambas tenían expansores y tanto su nariz como sus labios tenían piercing. Los ojos, aun con la pobre iluminación se notaban que no eran ordinarios, el avellana contrastaba con su piel algo bronceada, típico de New Jersey —pensó— y sus cejas inquirían una actividad que no necesitaba el uso de ropas. Se atrevió a mirar un poco más y tanto como su cuello como sus brazos estaban cubiertos de tatuajes indescifrables bajo esa luz.

— Hey amigo, si vas a seguir mirando, tendrás que pagar —dijo el muchacho fingiendo estar molesto, haciendo que Gerard se sonrojara de golpe y desviara la mirada— Sólo bromeaba —aclaró él, lanzando una carcajeada que fue coreada nerviosamente por Gerard— Soy Frank ¿Qué vas a servirte? —le dedico una sonrisa que le quito la razón por unos instantes.

— Gerard —tosió nervioso y habló— Y… quiero un vodka blue —pidió lo primero que se le vino a la mente, atreviéndose a mirar un poco más cuando el muchacho se volteo a preparar su trago para luego dejarlo frente a él en la barra con una sonrisa enorme. Realmente ama mucho su trabajo o alguien le cosió la sonrisa a la cara. Pensó Gerard mientras le daba el primer sorbo a su vodka. Frank mantuvo su mirada inquisidora sobre Gerard y este empezó a pensar que se había olvidado de algo vital, enarco una ceja de manera interrogante y Frank sonrió.

— Son doce dólares —dijo luego como si fuera algo obvio, provocando una carcajada nerviosa de Gerard. Y es que era algo obvio, al menos en el mundo normal. No en el de Gerard.

— Oh Frank, lo siento —respondió este, delineando sus labios al llamarlo por su nombre, sacando su billetera y extendiéndole una tarjeta dorada.

common people ・ frerardWhere stories live. Discover now