Conocer

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Era el próximo día y me encontraba bañado y listo para la acción. Mi mamá como de costumbre dijo las mismas palabras de siempre.

—¡¡Leonardo!! ¡¡Panes!!

—Ya voy.

—Dios me lo bendiga.

—¡Amén!

Cuando fui de camino vi que sólo estaba uno de ellos, era justamente el que ayer no estaba en mi regreso.

Pasé normal como siempre lo hacía.

Cuando los compré y volví, nuevamente se encontraban los tres.

Me asusté un poco porque el de ayer que no le había dado, tenía los ojos abiertos al pendiente de mis panes. Obviamente él quería un buen pedazo de pan.

Así que pasé por ahí como ayer y saqué un pan de mi bolsa. Dándole finalmente uno a ese segundo chico.

—Gracias.

—Con gusto.

—Es mío...—Tomó el pan con ambas manos e inclinó la cabeza.

Era muy cortés ese chico. Luego vi la cara del que había estado sólo antes y la boca le babeaba. Era imposible no resistirse a ver esa imagen, así que agarré otro pan y lo partí a la mitad.

Le di una parte a él y la sobrante al otro que comió ayer. Esos dos que les di el medio pan se conmovieron un poco.

Luego me fui corriendo para casa sin perder el tiempo. Sentí que me dijeron algo, pero no logré escuchar a la final y después de todo me sentía realmente muy bien.

Cuando ya entraba a casa, le dije a mi mamá que me había comido dos panes esta vez...

—¡¡Leonardo!! ¿Por qué siempre te tienes que comer los panes?

—Es que tenía hambre.

Mi mamá calmó un poco su enojo y me dijo:

—¡Ay papito lo siento! es que me queda difícil hacer la comida al volver, hoy estaba pagando el arriendo mijito y también estaba en el hospital.

—Y, ¿cómo te fue mamá?

—Todo salió bien, tendrás mamita para muchos más años.

—¡Sí!

Después de eso, pasé un día genial con mi mamá y mi consola.

La bolsa de panesWhere stories live. Discover now