CAPITULO 10

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Emily apuró su tazón de café, aún humeante, mientras observaba a través de los ventanales del salón como las primeras rosas de color blanco aparecían en el pequeño jardín. Era temprano y la casa estaba en silencio. Thomas y Kálay apenas hacía unas horas que habían llegado. Hacía ya una semana que los dos habían empezado a trabajar como personal de mantenimiento en el aeropuerto de Gatwick, al sur de la ciudad. Desde que llegaron habían hecho todo lo posible para entrar y poder tener así acceso libre al Odein, ahora rebautizado como Exode. El único inconveniente para ellos era el horario nocturno. Era difícil adaptarse a la convivencia con esos horarios, sobre todo para Emily y Kálay; cuando él llegaba procuraba mantenerse siempre despierto hasta que ella se levantaba, era la única oportunidad que tenían para verse en todo el día, ya que cuando ella volvía, Kálay ya se había marchado. Y aunque sabían que el cambio al horario diurno era cuestión de días, se lamentaban a cada minuto por no poder compartir  un tiempo que para ellos era oro.
Fue hacia la cocina y lavó su tazón en la pila. Susan apareció aún medio dormida.

—Buenos días —le susurró Emily.

—Buenos días —respondió estirando los brazos.

—¿Qué haces levantada tan temprano?

—Thomas me despertó.

—Ya, claro —dijo Emily cabizbaja.

—Ehh, ¿qué pasa?

—No es nada. Es que apenas lo veo, solo unos minutos cuando llega. Viene muy cansado y no tarda nada en dormirse. Espero que les cambien pronto el horario —se lamentó.

—Lo entiendo. ¿Por qué no vienes hoy a comer y le das una sorpresa? Le encantará, el pobre va todo el día como un zombi sin ti.

Emily no pudo evitar esbozar una tímida sonrisa.

—Ya me gustaría, pero no tengo tiempo —se quejó—. Me voy, quiero llegar antes a ver si consigo unas entradas para el musical del Rey León, me han dicho que está genial y nos conviene distraernos un poco. ¿Te parece que coja entradas para todos?

—Sí, genial. ¿Por qué no lo hacemos para el cumpleaños de Thomas? —dijo dando palmas y saltitos—. Podríamos ir al teatro y luego a cenar a uno de esos restaurantes tan chics de Covent Garden. ¡El Rey León! —Suspiró—. Me encantaba, de pequeña tenía un peluche de Simba. Era monísimo. —El solo recuerdo la hizo entristecer al instante.

—Decidido, necesitamos animarnos —dijo al ver la cara de su amiga—. Nos vemos esta tarde —se despidió dándole un fuerte abrazo.

Se puso la chaqueta y cogió el bolso antes de abrir la puerta. Salió al pequeño jardín que daba paso a la casa  y levantó la vista hacia el cielo plomizo. Amenazaba lluvia. Avanzó hacia la pequeña cancela blanca que la separaba de la calle. Empujó pero la puerta no se movió. Agarró el pomo y bajándolo tiró de él varias veces ayudándose con el pie para hacer palanca. La puerta estaba atrancada y por mucho que se esforzara era incapaz de abrirla. Se arrodilló para ver más de cerca la manilla cuando una voz masculina la sobresaltó.

—Debe ser por la humedad —dijo la voz desde arriba—. Déjame probar. Aparta no te hagas daño, intentaré abrirla.

Emily levantó la vista y miró al joven que tenía enfrente. Se quedó muda, impactada por su dura imagen. Sin duda era el vecino que había visto a través del jardín días atrás. Se incorporó frente a él. Era un chico atractivo de unos veinte pocos, con grandes ojos color miel, casi felinos y una mirada seria e intensa. Varios piercings adornaban su cara y unas gruesas líneas negras tribales surgían del cuello de su sudadera gris, aferrándose a su morena piel.

—Cuidado —le advirtió dando un golpe seco que abrió  la puerta—. Ya está.

—Muchas gracias. Me llamo Emily —se presentó tendiéndole la mano.

TIME OUT. Defiance (II)Where stories live. Discover now