Primer cuaderno, decimonovena parte

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—Es una locura —admití—. Pero ambos estamos en la misma situación. Ambos queremos lo imposible.

—Al ser mi esposo no me deberás nada. —Sienna caminó por la habitación y prendió un cigarrillo mientras miraba por la ventana. El vestido, antes lleno de polvo del taller y mis lágrimas, se ceñía a ella como si aún después de tantas vacilaciones la esperanza le diera forma. Su nombre me había resucitado y comprendí el misterio de eso—. Podrás continuar con todo y herir a quienes tengas que hacerlo. Junto a mí lograrás hundirlo todo. Necesitas destruir para renacer. Hay cosas que llevamos en el cuello y solo devastándolas las podemos salvar, amándolas sin respeto y sin devoción. Apartándonos de ellas para siempre.

Con prontitud, antes oírla terminar, corrí a su lado y tomé una de sus manos, la besé y la dejé sobre mi pecho como si todo ese tiempo ella me hubiera correspondido con fascinación. Pero no fue así. Yo no dije nada, solo asentí y besé su mano. Ella compartió una copa de vino conmigo en la oficina, rio y me contó sobre cómo sus dos esposos acabaron por considerarla una mujer impropia y ausente, fría y desalmada como su padre. Es curioso que recuerde solo eso, en especial porque conocí el amor ese día.

Sienna se transformó con el transcurso de los años en la segunda mujer más importante de mi vida y la primera que amé con total honestidad. Me enamoré de ella porque pude reconocer que su mundo se parecía al mío. Ella era mi reflejo más idéntico y mi mayor pérdida. Le di el poder, a diferencia de otros hombres y hasta del mismísimo Venturelli, de acabar conmigo, de causarme un daño irreparable; lo acepté y cargué con el riesgo. Asumí su dolor y lo mezclé con el mío. No pude cuidarla como debía pero mi sueño, en el que ella me acogía entre sus brazos y jamás me descuidaba, fue mi experiencia de amor más profunda. Temí despertar. Pero así pasó. Y en sus descuidos yo me mataba cada vez un poco más.

La morfina hizo desaparecer mi honor y mi palabra. Amé con tanta intensidad la morfina aun cuando ella no era ni bella ni parecida a mí, no pude serle fiel a Sienna porque le pertenecí. Me até a ella porque podía conseguirla con mayor facilidad. Ni siquiera la ley Harrison logró apartarla de mí. Mientras los negros morían exuberantes por la cocaína, los chinos y los mexicanos en grandes orgías en bares y casas de venta ilegal; yo consumía junto a Sienna, revolcados en la vida del paraíso underground.

Después de esa noche, Sienna se encargó en hacer público nuestro deseo de casarnos los días siguientes. Fue una completa locura y siempre lo vi así. Sienna tenía la habilidad de lograr cosas imposibles. Una de ellas fue hacerme amarla. En su casa no me querían, su madre estuvo en contra de nuestro matrimonio. A su padre le pareció absurdo pero no nos juzgó.

Venturelli nos observó en silencio cuando fuimos a sentarnos en su oficina una tarde, agarrados del brazo, para contarle con apuro que nos quisimos desde el primer momento. Yo estuve callado, Sienna hablaba y su padre la escuchaba como si no existiera nada más cautivador en el mundo.Yo estaba temblaba de pies a cabeza como si me hubiera mojado la lluvia. Sienna tomaba mi mano, hablaba y volvía a tomarla sin dejarme naufragar. Estaba loca por querer casarse con un hombre tan roto como yo.

A Sienna no le importó la intimidad que había compartido con su propio padre e incluso los deseos impuros que emanaban de mi cuerpo aún en su presencia. Cualquiera la consideraría una mujer impropia o demente, pero Sienna no fue nada de eso. No me casé con Sienna por querer salvaguardarme, lo hice porque era la única persona que deseaba comprenderme. No haría realidad todas mis fantasías. Pero, ¿por qué debemos esperar algo como eso?

¿Por qué esperar sentirnos completos gracias a alguien? Yo jamás deseé tal cosa. Acepté siempre ser alguien monstruoso y el estar roto. No me casé con ella para que me ayudara; solo deseaba estar dentro de su magnánima vida, su impenetrable orgullo y su profundo amor. Me casé con Sienna como un tonto en un día caluroso se acostaría bajo la sombra de un árbol. Me volví adicto a su presencia; lograba cubrirme, aun cuando no quería hacerlo. Me cubrió y me conservó con vida.

Marcello, 1920Where stories live. Discover now