Te vemos

3. De vuelta a casa

Camino de espaldas, con mucho temor. No puedo quitarle la vista a la puerta. Cuando ya he alcanzado una distancia prudencial, salgo corriendo hacia mi coche con el enorme libro en brazos. Abro la puerta de mi vehículo y lanzo el libro en el asiento del copiloto. Cierro la puerta del vehículo y vuelvo a mirar hacia la puerta de la casa. Intento varias veces en vano introducir la llave en la cerradura, pero no lo consigo con los nervios. He de dejar de mirar hacia la casa. Me agacho para mirar la cerradura y poder meter la llave. Por fin puedo darle al contacto. El coche arranca.

Me incorporo y vuelvo a mirar hacia la puerta de la casa. Nadie ha salido de ella. De repente me doy cuenta de que en el piso de arriba hay una tenue luz que no proviene de esta habitación que tiene la ventana, sino de alguna de las habitaciones del lado opuesto. Por la posición en la que se encuentra podría ser la de la habitación de mi abuela o la de la habitación de al lado. Estoy segura de haber apagado esas luces, ¡segurísima! . No sé si será un fallo eléctrico o qué, pero no quiero volver a ese lugar de nuevo. Es sólo una luz, ya pagaremos la factura y punto. Yo ahí no vuelvo a entrar.

Meto la primera marcha y comienzo a conducir. Me muevo por las callejuelas del pueblo conduciendo con cuidado. Me fijo que en una de las casas. En el banco de la entrada, hay una señora sentada. Está completamente vestida de negro, y no tiene pinta de estar haciendo nada en especial. Lo que sí parece es que lleva varias horas ahí sentada, sin moverse de ahí. Es algo que suelo ver muy a menudo en este pueblo. Es curioso que ni se preocupen de hablar entre ellas o de ver la televisión.

En el momento que paso delante de ella, nuestras miradas se cruzan y ella gira la cabeza para mirarme el tiempo que dura nuestro arco de visión. Sigo conduciendo con la sensación de que este pueblo es un lugar extraño. Me empiezo a acordar de él cuando era niña, la verdad nunca fue un lugar divertido. ¿Por qué mi abuela quería venir tanto aquí? No tiene sentido que prefiriese este espantoso lugar a cualquier otro sitio más bonito y amigable. Cuando era niña era lo mismo, este sitio estaba lleno de viejas que nunca hacían nada y se pasaban el día sentadas en los bancos de sus casas, mirando hacia el exterior. Incluso cuando mi abuela vivía, odiaba este lugar. No me gustaba nada venir a la casa ésta, me daba muchísimo miedo a pesar de que estuviese llena de gente. Detesto este lugar, jamás entenderé el por qué le tenían tanto cariño a este sitio.

Mientras conduzco de vuelta a casa, conecto el manos libres del coche y hago llamadas. La primera que hago es a uno de mis hermanos, Justin.

—¿Diga? —se oye una voz al otro lado.

—Hola, soy yo.

—Ah, hola Kimberly —saluda Justin al reconocer mi voz.

—Ya he mirado la casa, no había nada de valor... salvo una cosa.

—¿Qué has encontrado?

—No te lo vas a creer... estaba dentro del colchón de la abuela.

—¿Qué?, ¿qué has encontrado? —pregunta muy sorprendido.

—Un libro viejísimo, todavía no lo he mirado pero es muy antiguo seguro.

—¡Qué bien! Tenemos que quedar para verlo, quizás podamos sacar algo por él.

—Claro. A propósito... ¿Habéis estado alguno en la casa?

—No. ¿Por qué lo dices?

—No, por nada... —no se muy bien por qué le oculto a mi hermano lo que he visto. Supongo que no me creería y ha sido todo tan raro que llego a pensar que quizás alguna de esas cosas haya sido imaginación mía. He pasado un mal día, me apetece descansar y nada más—. Por cierto, ¿cuándo quedamos para ver esto? —quiero evitar que me haga más preguntas. No quiero que llegue a enterarse de que he dejado la luz encendida. Me haría volver a allí y apagarla y ciertamente, no pienso hacerlo.

—Mañana mismo estaría bien —me contesta.

—Estupendo, mañana te llamo.

—¿Va todo bien? —pregunta como si hubiese notado un leve tono de nerviosismo en mi voz.

—Sí. Estaba pensando en otras cosas, me había distraído perdona.

—De acuerdo. Mañana nos vemos...