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Ella no lo había destruido y él tampoco iba a hacerlo

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Ella no lo había destruido y él tampoco iba a hacerlo. ¿Pero cómo? Si ella se había rendido, ¿él ganaba?, ¿ella cambiaba de bando y ya está?  

La lluvia que había empezado moderada iba perdiendo fuerza. Ya no había llamas y el bosque renacía de sus cenizas como si de un fénix se tratara. De la tierra nacían pequeños brotes que crecían a una velocidad casi mágica. Pronto, el bosque volvió a ser el de siempre.

Los chicos seguían abrazados pero el brazo de la muchacha perdía fuerza al igual que la lluvia. El chico la cogió y la tumbó en la tierra. Sus brazos colgaban inertes y sus ojos miraban al cielo, que se estaba quedando sin nubes. Su pelo se estaba volviendo de un color castaño claro, muy claro, como si fuera una Alfa y sus ojos, sus ojos ya no eran gris tormenta, ahora estaban de camino a un azul eléctrico muy intenso.

«La estoy destruyendo y no sé qué puedo hacer para que pare. He sobrevivido para perder en la recta final de la lucha en paralelo.»

West, a pesar de lo que se dijo, intentó de todas formas que la tormenta volviera, pero el miedo a los rayos se lo impedía.

«Debo dejar de tenerle miedo a eso que me lleva a cosas hermosas. ¿No es que después de la lluvia la tierra se queda húmeda? A mí me encanta ese olor, quiero que vuelva».

Y las nubes volvieron.

«Amo ver cómo el sol crea colores en el aire después de la lluvia».

Empezó a llover.

«¿No fue allí donde la conocí por primera vez?»

Y empezaron los rayos, y con ellos vinieron los truenos. West se encogió cuando el bosque retumbó, pero no le caía demasiada lluvia, los árboles frondosos los protegían.

«La chica», se acordó.

Diane estaba volviendo en sí. Su pelo volvía a ser negro y sus ojos eran de nuevo de su gris tormentoso.

—¿Estás bien?— West le preguntó, aunque se encogió con el sonido de un nuevo trueno y la tormentosa mirada de la chica.

—Sí, ¿y tú?— le respondió la chica incorporándose.

—Sí.

—Entonces...

—Entonces...

—¿Y ahora?

—No lo sé, tú no tendrás, por casualidad, un manual de escape de... ¿Dónde estamos?

—En un bosque, ¿tal vez?

—Con lluvia.

—Sí, con lluvia.

Ambos miraron hacia la espesura, sin saber qué decir, ni hacer. Desde pequeños les habían preparado para ese momento, en el que debían honrar a su casta y acabar con el contrario. Pero su fuerza de voluntad había conseguido romper el gen que los obligaba a luchar.

—Fuiste tú, ¿verdad?— Diane rompió la calma.

—No... no entiendo.

—El chico que me ayudó cuando me perdí.

—Supongo que fui yo si tú fuiste la chica que no me miró a la cara cuando la ayude.

—Entonces sí que fuiste tú. Nunca te di las gracias como es debido, bueno, como es debido para un Alfa, ya sabes.

—Entonces no acepto tus disculpas —dijo él con diversión.

El ambiente ya no era tan incomodo como al principio pero seguían allí. Ambos se dedicaron a observar el paisaje. Sobre la tierra, mezclada con las cenizas del fuego, se erguían los altos arboles. Sus copas los protegían de la fuerte lluvia. Se quedaron así, sin saber cuanto tiempo pasaba. En el cielo no había rastro alguno de estrellas, ni de la luna, y la luz del sol no los cegaba cuando levantaban la vista hacia las ramas.

Solo cuando sentían que habían absorbido por completo ese mundo decidieron ponerse en busca de la salida.

Caminaron por el bosque durante un tiempo que les pareció eterno y a la vez un par de segundos, hasta llegar a una puerta. La mitad estaba pintada de blanco y la otra mitad de negro que se encontraban en el centro, con una línea irregular de color gris.

Se miraron por última vez a los ojos, en el fondo ambos sabían que no volverían a verse nunca. No se dijeron nada, simplemente abrieron la puerta y salieron, conscientes de que lo que habían hecho era algo extraordinario y fantástico, pero también un secreto.

Salieron, dejando atrás un bosque donde la tormenta se mantendría eterna, para siempre.  

NÉMESIS · El Universo de Ástral 1 ·Donde viven las historias. Descúbrelo ahora