XIX LA MUERTE

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  Amor condusse noi ad una morte.(Dante, Inf. Cto. V.) 

 Llegado apenas a Carhaix, en la Pequeña Bretaña, Tristán tuvo que correren ayuda de su querido amigo Kaherdín y luchar contra un barón llamadoBedalís y sus siete hermanos. Tristán dio muerte a los siete, pero fue herido,a su vez, de una lanzada, y el arma saturó de ponzoña todo su cuerpo.A duras penas consiguió llegar al castillo de Carhaix, donde hizo curarsus heridas.Numerosos médicos le visitaron y ninguno supo devolverle la saludporque no acertaban a descubrir el veneno.En vano se afanan a preparar emplastos; en vano machacan y trituranraíces, recogen hierbas, componen brebajes... Tristán va de mal en peor.El veneno prosigue su efecto. El enfermo palidece y está tan flaco que sepueden contar todos sus huesos.¡Siente que la vida le escapa, comprende que va a morir y quiere ver denuevo a Isolda la Rubia! Pero ¿cómo realizar este propósito? Está tan débilque moriría si intentara cruzar el mar. Y si, con todo, consiguiera llegarhasta Cornualles, no podría escapar a sus enemigos. Se deshace en lamentos,siente el veneno corroer su carne y espera la muerte.Llama a Kaherdín en secreto para contarle su dolor, pues los dos seprofesan un leal cariño. No quiere que nadie permanezca en su habitación nien las salas contiguas. Pero retiene a Kaherdín a su lado. Isolda, su mujer,maravíllase de este raro deseo y, recelosa, quiere oír la conversación.Pega el oído a la pared que toca al lecho de Tristán y escucha, mientrasuno de sus fieles vigila para evitar ser sorprendida.Tristán reúne todas sus fuerzas, consigue incorporarse y se apoya contrala pared. Kaherdín se sienta a su lado y los dos lloran tiernamente.Lloran por su hermosa camaradería de armas, tristemente deshecha, porsu gran amistad y por sus amores. Y cada uno se lamenta del dolor del otro.–Mi dulce y buen amigo -dice Tristán-: estoy en extraña tierra, sinpariente ni amigo fuera de vos, pues sois el único que me ha ofrecido goce yconsuelo. Voy a morir y quisiera ver de nuevo a Isolda la Rubia. Pero, ¿dequé astucia me valdré para darle a conocer mi anhelo? Si consiguieraenviarle un mensajero, estoy seguro de que ella vendría; ¡tan grande es sucariño! Kaherdín, mi buen camarada, por nuestra amistad, por la nobleza devuestra aventura; seré vuestro vasallo y os amaré como nadie en el mundopuede amaros.Kaherdín ve el desconsuelo de Tristán, que se lamenta y llora. Siente elcorazón derretírsele de ternura y le responde con amor:–No lloréis más, compañero mío, yo cumpliré vuestro deseo. Yoarrostraré la muerte por vos y no habrá desgracia ni congoja que me hagadesfallecer. Decidme qué queréis enviar a la reina y haré mis preparativos atoda prisa.Tristán respondió:–Gracias, amigo mío. Ahí va mi ruego. Tomad este anillo: es nuestracontraseña. Haceos introducir por un mercader en la corte de mi amada.Mostradle blondas y sederías y enseñadle disimuladamente este anillo. Ellaencontrará un ardid enseguida para hablaros secretamente. Decidle entoncesque se acuerde de los pasados goces, de las crueles penas, de las amargastristezas, de las dulces alegrías y de los grandes dolores de nuestro tierno yleal amor. Que se acuerde del brebaje que juntos bebimos en alta mar, dondesorbimos, ¡ay!, nuestra muerte. Que recuerde que juró que ella sería miúnica amada y que sepa que he cumplido mi promesa.Tras la pared, Isolda la de las Blancas Manos escucha, desfalleciente,estas palabras.–Daos prisa, compañero, y regresad cuanto antes. Si tardáis mucho, ya nopodréis verme. Tomaos un plazo de cuarenta días y volved con Isolda laRubia. Decid a vuestra hermana que vais en busca de un módico y ocultadleel motivo de la partida. Llevaos mi hermosa nave y coged dos velas: unablanca y otra negra. Izad la vela blanca si venís con Isolda y la negra siregresáis sin ella. Nada más, amigo. ¡Id con Dios y que Él os proteja!Suspira y se lamenta, deshecho en lágrimas; Kaherdín besa a Tristán y sedespide llorando.Al primer viento se hace a la mar. Los marineros levan anclas, izan lavela y la proa corta las altas y profundas olas. Llévanse ricas mercaderías,sedas de raros colores, fina y hermosa vajilla do Tours, vinos de Poitou,gerifaltes cíe España,... Y con esta astucia, confía Kaherdín llegar apresencia de Isolda.Ocho días y ocho noches pasan hendiendo las olas y avanzando a todavela hacia Cornualles.Terrible es la ira de una mujer. ¡Dios nos guarde de ella! Cuanto máshaya amado, más cruel será su venganza.Prontas son las mujeres en el amor como en el odio, pero su enemistad esmás perdurable que su afecto. Saben templar el amor mejor que el odio.Recostada en la pared, Isolda la de las Blancas Manos ha escuchadopalabra por palabra. ¡Ha amado tanto a Tristán! Y ahora, al fin, comprendeque su esposo pertenece a otra mujer.Guarda en su memoria las cosas oídas y, cuando la ocasión se presente,piensa vengarse del que ama por encima de todo. Sabe disimular a laperfección, y en cuanto se abren las puertas entra de nuevo en el aposento deTristán y, ahogando su rencor, continúa sirviéndole y mimándole como unadulce enamorada. Háblale quedamente, le besa en los labios, le pregunta siKaherdín regresará pronto con el médico que ha de curarle y, entretanto,sigue meditando su venganza.Kaherdín navega sin desmayo hasta Tintagel. Coge preciosas telas deraros colores, una copa de cristal finamente tallado, y con un azor en lamano preséntase al rey Marés ofreciéndole estos regalos y suplicándole lesea concedida su paz y salvaguarda para traficar libremente por aquellatierra sin cuidado de chambelán ni de vizconde.El rey se lo otorga en presencia de todos los palaciegos.Y entonces Kaherdin ofrece a la reina un broche labrado en oro fino.–Reina -dice-, es de oro purísimo -y quitándose el anillo de Tristán,colócalo al lado del joyel-. Mirad, reina, el oro del broche es precioso, peroel del anillo le gana todavía.Cuando Isolda reconoce el anillo estremécese de pies a cabeza, temiendolo que va a oír, y anhelante y pálida atrae a Kaherdin a un lugar apartado,bajo una ventana, como para examinar mejor el anillo. Kaherdín le dicesimplemente:–Señora, Tristán fue herido con una espada envenenada y estámuriéndose. Os manda decir que sólo vos podéis darle consuelo. Os recuerdalas grandes penas y los grandes dolores que habéis sufrido juntos. Guardadeste anillo. Os lo da.Isolda respondió desfalleciente:–Os seguiré, amigo. Tened la nave dispuesta, para la madrugada.A la mañana siguiente la reina dijo que quería cazar con halcón y mandódisponer la jauría y los pájaros. El duque Andret, siempre al acecho, quisoseguirla.Al llegar al campo, no lejos del mar, se levantó un faisán. Andret soltóun halcón para cogerlo, pero el tiempo era hermoso y claro y el halcónlevantó el vuelo y desapareció.–Mirad, caballero Andret -dijo la reina-, el halcón está allá abajo en elpuente de una nave forastera. ¿De quién es?–Es la de aquel mercader de Bretaña que os ofreció el broche de oro,señora. Vamos allí a coger nuestro halcón.Kaherdín había echado una tabla como puente entre su nave y la orilla.Salió al encuentro de la reina.–Dama, dignaos entrar en mi nave, y os mostraré mis ricas mercancías.–Con mucho gusto, señor -dijo la reina.Se apea del caballo, cruza el puente de tablas y entra en la nave. Andretquiere seguirla y avanza tras la reina, pero Kaherdín, de pie en la borda, leasesta un golpe con el remo. Andret tropieza y cae al mar. Intenta salir, peroKaherdín le golpea de nuevo y le hunde bajo las aguas, gritando:–¡Muere, traidor! Esto es en pago de todo lo que has hecho sufrir aTristán y a la reina.Así vengó Dios a los enamorados de los traidores que los habían odiadotanto.Los cuatro han muerto: Guenelón, Gondoíno, Denoalén, Andret.Levada está el ancla, erguido el mástil, izada la vela. El fresco viento dela mañana sopla en los obenques hinchando las telas.Fuera del puerto, hacia la alta mar que aparece a lo lejos rutilante de sol,luminosa y blanca, se lanza la nave.Y en Carhaix languidece Tristán. Atisba anhelante la llegada de Isolda.Nada puede confortarle ya y si vive todavía es porque espera. Cada día envíaa alguien a la playa para ver si se divisa la nave y el color de la vela. Noalienta ya en su corazón otro deseo.Muy pronto se hizo llevar al acantilado de Penmarch y escudriñaba elmar, de sol a sol, hasta perderle de vista en la lejanía.Escuchad, señores, una dolorosa aventura que emocionará a todos los queaman.La nave de Isolda va ganando camino y avanza más alegre columbrandoa lo lejos la escollera de Penmarch. Pero, de súbito, vientos de tempestadsacuden la vela y hacen voltear la nave como un juguete. Los marineroscorren a barlovento y contra su voluntad viran, hacia atrás.El viento se enfurece, se encrespan las profundas olas, el aire se hacedenso de tinieblas, el mar se ennegrece, la lluvia cae a rachas.Obenques y bolinas se rompen, los marineros aferran la vela y navegan amerced de las olas y el viento. Para su desgracia, se habían olvidado de izara bordo la lancha amarrada en la popa y que seguía la estela de la nave. Unaola la destroza y la arrebata.Isolda exclama:–¡Desgraciada de mí! Dios no quiere que viva para ver una vez más, unavez tan sólo, a mi Tristán amado, y permite que me ahogue en este mar.Poco me importaría la muerte si pudiera hablarle, pero Dios no lo quiere yesto será mi castigo. Hágase la voluntad del Señor. Acepto la muerte. Perocuando tengáis noticia de ella, moriréis vos también, amado mío, porque detal naturaleza es nuestro amor que vos no podéis morir sin mí ni yo sin vos.Veo avanzar la muerte y se nos lleva a los dos al mismo tiempo. ¡Ay! amigo,mi deseo era morir en vuestros brazos y ser enterrada en vuestro ataúd; perono puede ser. Voy a morir sola y desapareceré, sin vos, hundida en el mar.Tal vez no sepáis mi muerte y sigáis viviendo, esperándome siempre. SiDios lo permite, tal vez os curéis. Quizá después de mí améis a otra mujer,quizá améis a Isolda la de las Blancas Manos. No sé qué va a ser de vos,amigo mío, mas en cuanto a mí, si os supiera muerto, no lograríasobreviviros mucho tiempo. ¡Que Dios nos conceda, amigo, que yo puedacuraros o que muramos los dos de una misma congoja!Así decía la reina, plañidera, mientras duró la tempestad. Pero al cabo decinco días amainó el temporal. En lo alto del mástil, Kaherdín izójubilosamente la vela blanca para que Tristán pudiera verla de lejos. Desúbito se hizo la calma. Tornóse la mar tan apacible y suave, que el vientocesó de hinchar la vela y en vano intentaban los marineros hacer avanzar lanave.Divisaban la lejana costa, pero el viento había arrastrado la barca, y detal suerte no podían tomar tierra. A la tercera noche, Isolda soñó que tenía enel regazo la cabeza de un gran jabalí que le manchaba la túnica de sangre ycon esto comprendió que nunca más vería a su amigo vivo.Tristán, demasiado débil ya para vigilar en el acantilado de Penmarsh,llora, encerrado lejos de la playa, por su Isolda que no llega. Doliente yrendido, suspira y se agita plañidero; y tan ardiente es su anhelo, que learrebata la vida poco a poco. Al fin, el viento refresca y la vela blancaaparece. Entonces Isolda la de las Blancas Manos se venga.Se acerca al lecho de Tristán y le dice:–Amigo, Kaherdín llega. He visto su nave avanzando en el mar. Va tandespacio que apenas se mueve, pero he podido reconocerla. ¡Ojalá nos traigaal que ha de curaros!Tristán se estremece:–¿Estáis segura, amiga bella, de que es suya la nave? Decidme, pues,cómo es la vela.–La he visto bien; llévanla desplegada e izada en lo alto porque el vientoes muy leve. Es completamente negra,Tristán volvióse hacia la pared diciendo:–Ya no puedo retener mi vida por más tiempo.Suspiró tres veces:–¡Isolda, amiga!Y, a la cuarta, expiró.Entonces, lloraron en palacio los caballeros y amigos de Tristán.Sacáronle del lecho, cubrieron su cuerpo con un fino lienzo y tendiéronlesobre la rica alfombra.Mar adentro, levantóse el viento, hendiendo la vela por su punto medio,y empujó la nave hasta llegar a tierra. Isolda la Rubia desembarcó. Oíansepor las calles plañideras voces y en los monasterios y capillas tañían lascampanas con lúgubre son.Preguntó a la gente por qué tocaban a muerto las campanas y por quéiban ellos llorando por las calles.Díjole un anciano:–Señora, un gran dolor nos acongoja. Tristán, el franco, el valeroso, hafallecido. Su muerte es la peor desgracia que haya podido caer sobre estatierra.Isolda le escucha y no puede pronunciar una sola palabra. Sube hacia elpalacio. Recorre la calle con la túnica desabrochada.Los bretones quedan maravillados al contemplarla. Jamás han visto unamujer tan bella.–¿Quién es? ¿De dónde viene?Cerca de Tristán, Isolda la de las Blancas Manos, enloquecida por eldaño causado, lanza sobre el cadáver lastimeros gritos. Entra la otra Isolda yle dice:–Levantaos, señora, y dejad que me acerque. Tengo más derecho que vosa llorarle, creedme: he amado más.Volvióse hacia Oriente y rogó a Dios.Descubrió un poco el cadáver y echóse a su lado, a lo largo del amigo.Besóle los ojos y la cara y le abrazó estrechamente...Cuerpo contra cuerpo, boca contra boca, entregó así su alma. Murió ellajunto al amigo y del dolor de su muerte.Cuando el rey Marés supo la muerte de los enamorados, cruzó el mar yencaminóse a la Bretaña, donde hizo construir dos féretros; uno decalcedonia para Isolda, otro de pórfido para Tristán. Y llevóse en la nave loscadáveres a Tintagel.Cerca de una capilla, a derecha e izquierda del ábside, enterróles cadauno en una tumba. Pero durante la noche, de la tumba de Tristán surgió unaverde y frondosa zarza, de vigorosas ramas y fragantes flores, que trepandopor encima de la capilla fue a hincarse en la tumba de Isolda. La gente delpaís cortó la zarza, pero nació, a la mañana siguiente, con mayor empuje ylozanía, hundiéndose de nuevo, verde y florida, en la sepultura de Isolda laRubia. Por tres veces quisieron arrancarla y fue siempre en vano.Contáronle al rey Marés la maravilla y el rey prohibió que en lo sucesivofuera tocada la milagrosa planta.Señores: los buenos trovadores de antaño, Béroul y Thomas y monseñorEilhart y el maestro Gottfried, han contado este romance para todos los queaman y para nadie más. Saludan a los felices y a los venturosos, a losacongojados y a los tristes, a los alegres y a los que mueren de deseo... Atodos los enamorados, en una palabra. ¡Ojalá encuentren aquí consuelocontra la inconstancia, contra la injusticia, contra el desdén, contra alsufrimiento, contra todos los males del amor...!

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Tristán e IsoldaWhere stories live. Discover now