Prefacio 02 (Jason)

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Avis Latro


La radio daba un especial de Elvis por la fecha de su nacimiento. El rock sonaba en todas las frecuencias dándole al soleado mediodía un aspecto casi idílico. El humor de los guardias de seguridad era jocoso y despreocupado. Después de todo, la idea de que alguien entrara a robar algo de una fábrica de remedios en declive era casi absurda; el lugar seria prontamente desalojado para su venta y demolición.


Sin embargo ellos no sabían que en lo que realidad estaban custodiando no era una fábrica, más bien una obra de arte: en la oficina del director había un cuadro. No obstante, quien no supiera de arte daba por sentado que era una imitación; para ojos expertos su originalidad quedaba fuera de discusión. La pintura proponía una imagen espejo, de un lado se veía un desierto bajo la luna con una camello atado a un árbol y del otro lado se veía la misma escena solo que el sol surcaba los cielos y el camello estaba libre, aun así permanecía en el mismo sitio que el otro camello, dando de este modo la ilusión de espejo. El cuadro valía mucho dinero. Había sido robado a un museo, luego se le fue substraído a un jaque árabe para terminar en las manos de la mafia Rusa que a su vez se lo regaló al anciano dueño de la fábrica farmacéutica por sus servicios.


Con estos conocimientos Jason se dijo: "Ladrón que roba a ladrón, cien años de perdón". El cuadro le gustaba, se vería bien en la columna que separaba la cocina de las escaleras, y si llegaba a aburrirse de los camellos podía siempre venderlo en el mercado negro y adquirir o robar el cuadro de Las Meninas.


Sustraer la obra de arte fue tan fácil que rozó lo aburrido. Nadie se percató de nada, las alarmas eran obsoletas y los guardias estaban muy ocupados con la radio y el suplemento deportivo. Además, según podía ver, no representarían ningún reto en un combate. Era más posible que solo se rindieran antes de arriesgar sus vidas por un tonto cuadro. ¿Qué gracia tenía robarse algo si nadie sabía que había sido él?


Puso algunos explosivos en las tuberías y en los retretes y saboteó las computadoras para que hiciera ruidos raros y dieran la alarma de emisión de veneno. Una vez lejos, se subió a la rama de un árbol desde donde podía verlo todo y contempló como los pocos empleados del lugar entraban en pánico, corrían y gritaban, el agua de las cañerías mojaba todo y los retretes parecían poseídos. Un buen espectáculo para empezar su día. A Rachel le gustaría esto. Ella también se reiría del susto que se llevaron los guardias...


Rachel era un pensamiento fijo. Hacia tan solo dos días había robado un anillo, uno con un diamante hermoso. No había sido su objetivo; su idea principal era robarse una vasija japonesa muy antigua para vendérsela a los Yakuza, sin embargo esa joya se vería preciosa en las manos de su pequeña ave. Pero después de robarla, no tuvo el coraje de entregársela. No porque ella rechazaría algo obtenido no tan lícitamente, sino porque ese gesto seria la antecámara a un sinfín de complicaciones.


Mientras regresaba a su hogar pensó meticulosamente en los pros y los contras de permitir sentimientos en esa extraña relación. Para empezar, debía tomar una elección. Si decidía estar a su lado debía pagar por sus crimines. ¿Ir a prisión? Esa no era una buena idea. ¿Dejar su actual modo de vida? ¿Él podía hacer eso? Intentar hacerla cambiar a ella también parecía una buena opción, después de todo ella parecía tener cierto gusto por el peligro y la desobediencia civil. Pero una cosa eran las travesuras que hacían esporádicamente y otra bien distinta era un robo a mano armada con algún que otro cadáver de por medio.


Sin embargo, al entrar a su hogar se le ocurrió que ella era la solución a su soledad. Le gustaba la idea de llegar y encontrarla en su cuarto viendo tele o cenar juntos mientras buscaban alguna que otra constelación. Aun recordaba la hermosa noche que pasaron juntos esperando el fenómeno de la luna roja en su balcón. Si decidía dar un paso más podría gozar de más momentos como esos, pero también podía dar por terminada su buena relación. Si ella lo rechazaba no sabía cómo lo tomaría. ¿Cómo se sentiría? ¿Reaccionaria violetamente? Ya una vez la había tratado con violencia y no era algo que quisiera repetir. Si había algo que tenía en mente, era que no quería volver a los inicios de su relación. Habían sido turbios, deplorables y nada sanos. No quería ver ese rostro de tristeza, miedo y disgusto nunca más. Ella lo había ayudado a sanar sus heridas, algunas, no todas, pero eso podía notarlo hasta un tonto. Desde que llegó a su vida todo era más radiante. Desde que podían solo ser ellos mismos se sentía más libre, menos pesado, más feliz.

A dos Bandos, la frontera entre el bien y el mal.Where stories live. Discover now