Treinta y dos.

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Echaba de menos las hamburguesas grasientas de cafetería, esas que se saltan la dieta que se supone que sigo, aunque admito que es muy poco... estricta. Pero, mi planteamiento es el siguiente: me gusta la comida sana y compro alimentos pensados para dieta, así que tampoco es tan grave que me la salte de vez en cuando.
Entro en el piso y cierro la puerta detrás de mí. Nada más dar dos pasos me llega un olor a comida. Olisqueo en un intento de averiguar de qué se trata, pero la verdad es que no me agrada ya que tengo la barriga llena. En la cocina está Louis de espaldas haciendo algo sobre la encimera.

—Estoy haciendo la cena —dice dándose la vuelta. Aún está maquillado.

—Ya he comido —le contesto y sigo de largo sin ni siquiera pararme.

No quiero su cena, ni su buen tono ahora. Si se le ha olvidado lo de antes, lamento decirle que a mí no.

—Gema. —Viene detrás de mí por el pasillo. ¿Qué quiere? ¿Va a disculparse?

Sea lo que sea, no le hago caso. Me acerco a mi puerta y entonces noto su agarre en mi muñeca.

—Oye —insiste casi obligándome a mirarle.

Pongo cara de fastidio cuando lo hago y espero por lo que vaya a decirme... pero no llega. Para mirarnos el uno al otro indefinidamente no voy a perder mi tiempo. Estoy cansada, es de noche y solo quiero meterme en la cama y olvidar que el día de hoy ha ocurrido. Se me ha hecho eterno, hasta tal punto de agotarme.

—Me voy a dormir —declaro y me suelto de su agarre—. No te olvides de esconder la llave.

Su expresión cambia y ahora sonríe. Baja la mirada introduciendo los dedos en su pelo.

—Desmaquíllate —le aconsejo, con seriedad—. Por cada noche dormida con maquillaje la piel envejece dos días.

Su sonrisa se intensifica. Pensará que estoy de buen humor, pero no es así. Mi cara debería darle una pista. Que esté enfadada no quiere decir que deje de darle un consejo tan importante como ese.

—Buenas noches —dice entonces y acerca su cara a la mía.

Qué... hace...

Me congelo de golpe para sentir sus labios en una mejilla, acompañado de su mano en todo mi culo. Dejo de respirar cuando la siento y me quedo petrificada. La sensación se me extiende hasta la entrepierna rápidamente. Buf.

Me meto en mi cuarto sin hacer ni un solo comentario sobre lo ocurrido y cierro la puerta. ¿Por qué cojones hace eso? Aún me late el corazón con fuerza.

Cierro los ojos, cojo aire y los abro.

Sigo en mi habitación. ¿Dónde iba a estar si no? No sé, por un momento me he quedado totalmente descolocada. La mano en mi trasero me ha dejado con ganas de más, y el beso en la cara ha venido totalmente de sorpresa. Ha sido lo más... ¿cómo lo llamo? ¿cariñoso?, que ha hecho hasta ahora, junto con el gesto de colocar mis pies sobre sus piernas en el sofá. Demasiadas cosas en un día. No puedo más.

***

Necesitaba dormir, desde luego que sí. Necesitaba por todos los medios deshacerme del día tan espantoso de ayer, aunque no implique deshacerse también de los recuerdos.
Yo parezco una nueva persona y él de igual forma. La tensión de ayer por la tarde ha desaparecido y ahora parece que volvemos a ser los compañeros de piso del principio... hasta que cambie. Tal vez esté atribuyendo la calma a la hora de la mañana. A las nueve yo no cuento con apenas fuerzas para hablar, mucho menos para reclamar cualquier cosa de ayer. Es que paso, me da igual. Solo quiero paz y armonía, y amabilidad como él pedía.

Lo nuestro no tiene nombreOnde as histórias ganham vida. Descobre agora