UN DÍA A LA VEZ

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UN DÍA A LA VEZ

Año 2017

Alex:

Un día entero después de haber pasado el mejor día desde hace seis años, no podía concentrarme en el trabajo, me pasaba pensando en Mia todo el tiempo y a pesar que los clientes del restaurante no se quejaban, sabía que notaban que su mesero estaba en otro lado del mundo.

Ayer nada importó, bailé en la playa, manejé el jeep a todo volumen, besé a Mia en la frente, la abracé frente a todos y la volví a ver con ojos cargados de amor. ¿Lo peor? No me importó que todos supieran que ella era la mujer a la que amaba. Es estúpido porque no quería engañar a mi novia, pero lo estaba haciendo sintiendo tanto por Mia.

—Hijo —me llamó mi madre a la cocina.

Entré viendo a mi hermana pasar con la misma sonrisa que yo tenía en la cara. Mia era una vieja amiga a la que ella le tenía cariño, fue su amiga antes de ser mía. Le di un empujoncito juguetón antes que ella giñara su ojo.

— ¿Me llamaste? —pregunté

—Orden lista, mesa catorce —se dio la vuelta colocando un plato de ensalada griega —. También tienen faba, dame un segundo.

La espere como debía, colocando los platos en mi mano para pasarlo a la mesa. Mi madre casi nunca se involucraba en la cocina, pero hoy era diferente. Gianni, nuestro cocinero se había enfermado.

Mi madre me tendió el plato de Faba viéndome a los ojos.

—Te noto distraído ¿Todo bien? —Las mamás siempre tienen un sexto sentido para saber cuándo algo está mal en un hijo.

—Tengo muchas cosas en la mente —dije siendo sincero. Mi madre frunció el ceño, tan parecido al de mi hermana. No era un secreto que Kat salió a mi madre y yo en una mezcla de mi madre y mi padre.

— ¿Mia? —preguntó dándome el plato.

Le di una sonrisa y asentí ligeramente con la cabeza. Pensé que podía ocultarlo pero el tiempo estaba corriendo una vez más y Mia estaba a punto de abandonarme otra vez y no sabía cómo pararlo, siempre era la misma mierda, estaba destinado a perderla.

Ayer me contó que tenía un viaje a Vegas, regresando se iría de nuevo, algo relacionado con su libro el cual nunca me tomé la libertad de preguntar. La única vez que hablamos de su vida como escritora fue el día que tenía la pierna rota después de intentar subir uno de los volcanes de su país. Ella nunca fue muy atlética y ese día en Skype la moleste demasiado. Ella solo se reía, estaba adolorida y se veía cansada.

M. Alexander: Te vez bien.

Mia Karakla: ¡Sí claro! Me veo como la mierda.

La vi sonreír por la cámara, ella sabía que no se veía como la mierda.

M. Alexander: No seas tonta, claro que te vez bien. Aún eres tú solo con un par de huesos rotos.

Estaba preocupado por cómo se sentía y quería estar ahí para ella, abrazarla, besarla y decirle que pasaría pronto el dolor y la incomodidad. Pero no estaba cerca de ella, por lo que cada noche, después del trabajo, llegaba corriendo para conectarme y hablarle de lo que pasaba en mi vida. Sabia que estaría un mes en cama y estaba teniendo problemas en su trabajo, solo quería animarla un poco.

Y no mentí con lo de huesos rotos, al contrario. Mia y yo estábamos completamente rotos por dentro por el hecho de no estar juntos. Esto era una tortura que ni ella, ni yo admitíamos. Preferíamos estar como estábamos, tristes y alejados ¿Estúpidos? Si y mucho.

LA PROMESA QUE NUNCA HICIMOS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora