Prólogo

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PRÓLOGO




—¿Otra cláusula de confidencialidad? ¿Qué significa esto?

—Significa que no podrá revelar a nadie nada de lo que vea, escuche o descubra durante el desempeño de su trabajo, señorita Argento.

—Pero aquí pone que, en caso de ruptura de cláusula, "La Pirámide" podrá y tomará medidas legales extremas sobre mí persona... ¿qué quiere decir eso de medidas legales extremas? ¿Me van a encarcelar?

—¿Encarcelarla? —La supervisora dejó escapar una sonora carcajada—. Oh, vamos, por favor, señorita Argento, ni muchísimo menos. ¿Por quién nos ha tomado?

—Ah, vale, disculpe, me había asustado. Se oyen tantas cosas que una ya no sabe qué pensar.

—Tranquila, lo entiendo perfectamente. Las habladurías y falsas acusaciones nos persiguen allá a dónde vamos, pero puede estar tranquila: aquí no ocultamos información. En el momento en el que una persona se une a nuestra plantilla se convierte en uno más de los nuestros y, por lo tanto, tiene acceso a toda la información relevante de la compañía.

—Eso suena bien.

—Imagino que ya lo sabe, pues nuestra fama nos precede, pero unirse a "La Pirámide" marca un antes y un después en el destino de los hombres, señorita Argento. Una vez firme este contrato ya no habrá vuelta atrás. Al menos no durante los primeros cinco años de contrato, claro, después será libre de renovar o no. No obstante, tenga por seguro que, hasta la fecha, no conozco a ningún trabajador que haya decidido abandonar la plantilla. "La Pirámide" va a cambiar su vida para siempre, y lo va a hacer para mejorarla. Nuestra compañía ofrece a sus trabajadores las mejores condiciones laborales del mercado.

—Lo sé, lo sé... creo que nunca había visto tantos ceros juntos.

—Y probablemente nunca los verá. Como le digo, las condiciones laborales de nuestra compañía son únicas en el sector, por lo que se podría decir que los aspirantes que logran acceder a ellas son unos auténticos afortunados. Como ya ha visto, son miles las personas que, día a día, tratan de unirse a nuestras filas. Lamentablemente, tan solo unas pocas, las mejores, son capaces de superar las pruebas de acceso. Sin duda debe ser usted una persona muy especial, señorita Argento.

—Eso dice mi madre.

—¿Tiene alguna otra duda sobre las cláusulas? De lo contrario le dejaré unos minutos para que pueda acabar de leer el contrato y firmarlo. Tómese su tiempo, no hay prisa.

—No... en realidad no. Todas quedan bastante claras, aunque tengo que admitir que aún no sé qué significa lo de las "medidas legales extremas". ¿Se refieren a que me denunciarían en caso de revelar secretos industriales?

—Denunciarla, encarcelarla... —La supervisora negó con la cabeza, visiblemente divertida—. Es usted muy ocurrente, señorita. Ni interponemos denunciar ni detenemos a nuestros trabajadores. A lo que nos referimos con esa cláusula es que si usted, por la razón que sea, decide compartir sus vivencias al servicio de la compañía con alguien y es descubierta, la ejecutaremos.

—¿¡Ejecutarme!? —Abrió ampliamente los ojos, perpleja—. ¿Habla usted en serio?

—Por supuesto, señorita. "La Pirámide" invierte mucho en la seguridad y el bienestar de sus trabajadores, así que espera que ellos se lo devuelvan en forma de lealtad manteniendo los labios sellados. En el fondo, aunque le parezca lo contrario, es tremendamente sencillo. Con que no diga nada a nadie de lo que vea a partir de ahora, bastará.

—Pe... pe... pero... pero eso no es legal. No puede serlo, vaya.

—Nuestra compañía cumple con la legalidad vigente, señorita: puede comprobarlo. De todos modos, si tiene dudas o no está conforme con las cláusulas, no está obligada a firmar el contrato. Nuestra relación laboral aún no ha empezado, así que es libre de decidir si quiere unir su futuro a "La Pirámide" o no. Le voy a dejar unos minutos para que piense en ello. Si pasado ese tiempo regreso y no la encuentro aquí, lo entenderé. —La mujer se puso en pie y le tendió la mano. Se la estrecharon con firmeza—. Señorita Argento, ha sido un placer: espero que nos veamos en un rato.

La supervisora se despidió de ella con una fría sonrisa carente de humor. Recorrió el despacho haciendo resonar los afilados tacones de aguja de sus zapatos con cada paso y cerró la puerta tras de sí con suavidad. Una vez a solas, Argento extrajo su terminal móvil del bolsillo y se apresuró a consultar en la red si la cláusula en cuestión era legal.

Para su sorpresa, la supervisora no había mentido.

Volvió a guardar el dispositivo en el bolsillo y tomó el contrato con ambas manos, a sabiendas de que en algún rincón del despacho un sistema de grabación estaría retransmitiendo a la supervisora y otros tantos vigilantes más todas y cada una de sus acciones. Leyó en diagonal de nuevo todas las cláusulas. De haber estado allí presente su madre le habría pedido que abandonase aquella locura antes de que fuese demasiado tarde. Le habría repetido varias veces que el dinero no lo era todo en la vida y que ella podía aspirar a cualquier otro trabajo... que podría comerse el mundo sí así lo deseaba. Por suerte, su madre estaba en casa, ajena a todo cuanto sucedía en la vida de su hija mayor, por lo que no había nadie salvo su propia conciencia que la presionase.

—Desde luego es mucho dinero... —murmuró por lo bajo—. Y cinco años... ¿qué son cinco años? Si no me gusta, siempre puedo dejarlo... aunque... —Dejó escapar un suspiro—. Qué estupidez: si todos están como locos por entrar, por algo será. Además, no es tan complicado mantener la boca cerrada.

Argento dejó de nuevo el contrato sobre la mesa y tomó la pluma. A continuación, tratando de mantener la mente en blanco, apoyó la punta sobre el contrato, en el cuadrado donde se indicaba que el candidato debía plasmar su firma, y grabó con cuidado su rúbrica.

Dejó que pasaran unos segundos antes de volver a coger el contrato entre manos y contemplar con una mezcla de orgullo y temor el documento que marcaría el resto de su vida a partir de entonces.

Jamás olvidaría aquel día.

El Sueño de EleonoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora