Capítulo III. Hannah

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Valeee. Estoy en una cama ajena. Tengo a cinco personas mirándonos fijamente a mí y a mis dos compañeros. Intenté mantener los ojos cerrados, pero la impaciencia me pudo. Abrí los ojos mientras los que nos estaban observando se giraban hacia mi. Eran tres hombres y dos mujeres. Uno de ellos, que rápidamente se identificó como Leo, era pelirrojo con un cuerpo no muy atlético. A los demás no alcancé a verlos por la luz. Se oía un ruido de motor, pero no alcancé a saber de qué. Mis amigos rápidamente abrieron los ojos con un toque en la cara de sorpresa, probablemente al igual que yo. De repente, un potente ruido invadió nuestros oídos. Pensé que traerían alguna máquina para hacernos cualquier cosa. Me estremecí. El tal Leo lo notó y me dedico una cálida sonrisa. Pese a que parecía sincera preferí desconfiar. Entonces, todas las dudas de si había sido su culpa de disiparon. Él tenía la cara de desconcierto, al igual que los otros cuatro. Abrieron la puerta, y susurró algo que no alcancé a oír. En cuanto a los demás, salieron por la puerta rápidamente.
-No salgáis de aquí bajo ningún concepto- nos ordenó uno de ellos desde la puerta. Yo intenté levantarme, obviando su advertencia, pero un dolor agitó mi cabeza. Haciendo acopio de todas mis fuerzas, me levanté e intenté llegar a la puerta.

No era posible. No me lo creía. Tenía que estar soñando. Esto tenía que ser un sueño. Pero, en realidad, sabia que no, que los gigantes de hielo que hay delante mío son reales. Pero, ¿cómo es posible? Había leído ciencia ficción sobre los vikingos. Pero eran eso, ciencia ficción. En cambio, aquellos monstruos eran reales y estaban delante mío. Blake y Nathan se pusieron detrás, pero ellos no sabían qué era. Solo a mí me interesaba la mitología vikinga. Estaban en lo que parecía la cubierta de un barco, lo raro es que parecía que estábamos en el aire. Entonces, uno de los gigantes se giró mirándome, y apuntó su espada hacia mi. A continuación, ellos cargaron contra la puerta, haciéndome salir corriendo de allí seguido de mis compañeros. Uno de los que me estaba observando en la cama, el que nos dijo que nos quedáramos dentro, se colocó entre los gigantes y nosotros sacó su espada. Era rubio y tenía un cuerpo más atlético que Leo y era bastante musculoso. Los demás también corrieron hacia nosotros, protegiéndonos.
-¿Qué tipo de monstruos son estos?- comentó una chica que luchaba a mi derecha contra un gigante de hielo.
-Gigantes de hielo- contesté yo. Me miró confusa.
-¿De hielo?- contestó Leo- entonces tienen un punto débil.
Entonces empezó a lanzar bolas de fuego con las manos. Con el día que llevo tampoco me sorprende tanto.
-Jason, que cojan esas espadas- gritó una chica, que por alguna razón luchaba junto a algunos esqueletos (mejor no pregunto).
-¡Coged las espadas!- nos gritó Jason, enviándome de vuelta al mundo real.
Me giré justo para ver como paraba una estocada que iba directa a mi esternón.
Una vez armados, ayudamos a contrarrestar los ataques, sin exponernos mucho. Entonces, veo que uno de los monstruos esquiva una estocada del chico que les está lanzando olas, moviéndose hacia la posición de Nathan.
-¡Cuidado con el chico, Percy!- grita una de las chicas.
Percy se impone entre Nathan y el gigante helado. Pero, uno de los monstruos helados le ataca desde la izquierda haciéndole mover la espada para bloquear su estocada. El otro le golpeó en la parte trasera de la rodilla tirándolo al suelo, a continuación, le propinó un golpe en la cara de le dejó tirado en el suelo, inconsciente. En ese momento, el gigante levantó la hoja para ajusticiar a Nathan, cuando los dos levantamos el filo de nuestras espadas parando el golpe a escasos centímetros de su cara. Por supuesto, era más fuerte que nosotros, no sé cómo los otros chicos habían podido parar sus golpes sin el mayor problema, por lo que tiró nuestras espadas al suelo. Entonces, el que había golpeado a Percy por la espalda, se giró hacia Nathan, y cargó un golpe demoledor contra el corazón de Nathan. A si que, por reflejos, o porque Nathan había sido mi amigo durante toda la vida, le aparté, y la espada se hundió en mi pecho. En ese momento, lo vi todo a cámara lenta, a Blake gritándome, a Nathan con los ojos como platos cayéndose, a Jason lanzándole un rayo al gigante que me había clavado la espada,... A cámara lenta... Y, entonces, me morí.

El cetro de OsirisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora